Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
El espectáculo vivido el lunes en la Comisión de Hacienda del Congreso fue esperpéntico. Podría haber sido divertido, si no fuera antes dramático. El Gobierno había pactado con Junts, y supongo que con el PNV, la retirada del gravamen extraordinario a las compañías energéticas. A los primeros les preocupaba la posible pérdida de inversiones de las empresas ante el castigo fiscal. A los segundos no les preocupaba en realidad nada. La conversión en impuesto les garantizaba su cobro en las arcas forales y la utilización de la capacidad normativa del Concierto les habilitaba para eliminarlo o, al menos, reducirlo a voluntad. Todo iba bien, pero los partidos situados a la izquierda de su izquierda, a quienes molesta que les califiquen de ultraizquierda no sé bien por qué, se negaron a facilitarles la vida a esas empresas y exigían el mantenimiento del gravamen.
España tiene un grave problema de falta de inversión privada y nada de esto contribuye a mejorarlo
Bueno, pues no pasa nada. A estos se les promete la prolongación del impuesto durante al menos un año -todo lo que ocurra más allá de las dos próximas semanas es un futuro lejano y muy incierto- mediante la aprobación del mecanismo extraordinario de utilización más común, como es el decreto ley. Y todos a la espera de lo que se le ocurra a Podemos. Es decir, se quita, pero no se quita, o se quita, pero se repone, o se repone porque no se ha quitado del todo. No sé, quizá mañana sepamos más porque nos lo cuenten, o sepamos menos porque lo explique la ministra María Jesús Montero. La banca no tuvo tanta suerte y se quedó aprisionada en el impuesto. Al parecer, la Caixa influye menos que Repsol o quizá todo sea que invierte menos…
Yo no sé cómo se sobrelleva este escarnio en el que todos los partidos mandan más que el que debería mandar más. Pero hay algo peor que esta alegre algarabía. Los impuestos, y más este tipo de gravámenes extraordinarios, influyen en las decisiones de inversión de las empresas y este baile infernal, sin el menor sentido técnico, y este alboroto fiscal, sin la menor coherencia política, no contribuyen a crear el necesario sosiego temporal en el que puedan fructificar las inversiones. España tiene un grave problema de falta de inversión privada y nada de esto contribuye a mejorarlo. Montero es incapaz de orientarse dentro de este maremágnum y Sánchez, que ve los toros y las calles de Paiporta desde la lejanía, no se lo pone sencillo.