MOISÉS NAÍM-El País

  • Las añejas democracias de Europa no son ni tan añejas ni están tan consolidadas como para sobrevivir el asalto de fuerzas que desean acabar con ellas

En los últimos tiempos en Italia está circulando un viejo video protagonizado por una bella joven diciendo cosas menos bellas. Maquillada al estilo de los años noventa, se voltea desde el asiento delantero del coche y responde en un francés acentuado pero muy correcto las preguntas de la televisión francesa. “Para mí, Benito Mussolini fue un buen político. Todo lo que hizo, lo hizo por Italia, y eso es algo que no se encuentra en los políticos que hemos tenido en los últimos 50 años”.

Esa joven muy probablemente será elegida primer ministro de Italia el próximo domingo.

Georgia Meloni ya no tiene 19 años, ni habla tan abiertamente de su admiración por Mussolini. Pero no parece haber olvidado la tradición política a la que pertenece. Recordemos que el fascismo nunca fue formalmente expulsado de la vida política italiana. En Alemania, los aliados impusieron un rigoroso programa que excluyó permanentemente a los exnazis del poder. En cambio, en Italia, a partir de 1946 los antiguos fascistas pudieron reagruparse bajo un nuevo partido, el Movimiento Social Italiano.

Así se seguía llamando en 1992, cuando Giorgia Meloni, con tan solo 15 años, se unió a su ala juvenil. Desde entonces, el partido cambiaría de nombre varias veces. Pero que nadie lo dude: Hermanos de Italia, el partido que dirige Giorgia Meloni, es el partido sucesor del partido sucesor del partido fundado por Mussolini. Nunca ha renunciado al legado de Il Duce.

¿Quiere decir que Italia vuelve al fascismo? No necesariamente.

Que Giorgia Meloni se encuentre hoy a las puertas del poder tiene menos que ver con el neofascismo y más con lo atractiva que resulta la antipolítica para el votante italiano. Meloni es tan solo el caso más reciente de una larga racha de outsiders radicales y populistas que han venido creciendo en popularidad en Italia desde los años noventa. De hecho, Meloni cuenta hoy como socios de coalición a los líderes de dos de las tres últimas oleadas de antipolítica en Italia: el ya anciano Silvio Berlusconi y Matteo Salvini, líder de la Liga, otro partido más de la ultraderecha antisistema.

Haber logrado flanquear por la derecha una figura tan extrema como Salvini demuestra las habilidades políticas de Giorgia Meloni. Pero revela aún más la propensión del público italiano de votar por quien nunca ha gobernado. Meloni, cuyo único paso en un Gabinete fue como ministra de la Juventud de Berlusconi entre 2008 y 2011, se saltó la agotadora guerra interna de los inestables gobiernos de coalición de los últimos cinco años. Con sus credenciales de outsider a salvo, ha sido la beneficiaria del repudio crónico que muestran los italianos por quienes los gobiernan.

Estamos en 2022, y estas cosas ya no sorprenden a nadie. Con la extrema derecha alcanzando el poder hasta en Suecia y los partidos radicales antisistema acechando el poder en todo Occidente, Meloni ya no es una excepción en la tendencia internacional. Al igual que Marine Le Pen, ha sabido presentar en términos más potables los temas tradicionales de la extrema derecha, como la xenofobia y el nacionalismo acérrimo.

Todo empezó con Silvio Berlusconi, quien llegó al poder en 1994 con eslóganes antisistema muy similares a los que enarbola hoy Meloni. Fue Berlusconi quien demostró la vigencia del populismo en la Europa actual. Fue quien hizo de la polarización una parte central de su estrategia política, y cuyo extenso imperio de televisión y prensa marcó la pauta para crear una realidad alternativa basada en la posverdad. He llamado a esto la política de las tres P: populismo, polarización y posverdad.

Pero, aunque Berlusconi haya sido el pionero, cada generación sucesiva de radicales antisistema en Italia ha aportado su granito de arena para profundizar las tres P. Por eso Italia se ha convertido en el mayor ejemplar de la antipolítica europea, tendencia que ha venido a parar en su extremo lógico: el fascismo.

Lo interesante es que los gobiernos de Washington y Bruselas no parecen estar especialmente alarmados por la posibilidad que Italia se convierta en una fuente de inestabilidad en el corazón de Europa. Los líderes estadounidenses y europeos tienden a consolarse pensando que en Italia los presidenti del consiglio no duran. El país ha tenido 69 primeros ministros desde la Segunda Guerra Mundial.

El mundo está acostumbrado a pensar que los líderes italianos verán sus ambiciones frustradas por un sistema constitucional y político que todo lo demora, todo lo complica y todo lo bloquea. Pocos creen que la Meloni durará mucho, o que hará muchos cambios.

¿Y si se equivocan? ¿Y si Giorgia Meloni decía en voz alta en 1996 lo que hoy piensa pero no dice?

Es una pregunta que debe interesarle al mundo. Las añejas democracias consolidadas de Europa no son ni tan añejas ni están tan consolidadas como para sobrevivir el asalto sostenido de fuerzas que secreta o no-tan-secretamente desean acabar con ellas.