Tonia Etxarri-El Correo

Después de que los boicoteadores propalestinos de La Vuelta lograran reventar el final de la carrera en Madrid, ayer Pedro Sánchez dio una vuelta de tuerca más al exigir la expulsión de Israel de la tierra prometida. Fuera de las competiciones internacionales, fuera de Eurovisión. Y RTVE le sigue la estela. ¿Israel fuera del planeta, que es lo que persigue Hamás? Y adaptó la realidad a su conveniencia insistiendo, sin pestañear, en que los manifestantes que abortaron el final de la carrera ciclista defienden su causa «de forma pacífica». Nada más lejos de la verdad. En el final de La Vuelta, que tuvo que conformarse con la entrega de los trofeos oficiales a los ganadores en un improvisado podio clandestino en el garaje de un hotel, se impuso la violencia.

Las protestas, que habían sido alentadas por el presidente del Gobierno, arrojaron un saldo de 22 policías heridos. Veintidós. ¿A quién vamos a creer: al Gobierno o a nuestros propios ojos? Los sindicatos policiales se muestran indignados porque el ministro del Interior los dejó a los pies de los caballos y por la insistencia gubernamental en el carácter pacífico de los manifestantes.

Hasta una cadena radiofónica pasó su minuto de apuro por el desfase entre los hechos y la versión gubernamental y terminó por corregir su escorado enfoque inicial. Resultaba que los manifestantes «que se defienden con vallas» (primer título) eran los mismos que «arrojan vallas a la policía» (enunciado definitivo).

La injerencia de la política en el deporte ha puesto en tela de juicio, sobre todo a partir de ahora, la capacidad de España para garantizar la celebración de un evento deportivo internacional, si hay consignas de impedirlo. Y si el boicot nace del seno del propio Gobierno, ¿para qué queremos más?

El caso es que Pedro Sánchez ha encontrado una nueva causa para utilizar el dolor colectivo de una comunidad como la palestina (víctima de Israel y de su propio gobierno terrorista de Hamás en Gaza) para desviar el foco de sus problemas domésticos, que no son pocos.

Ni un atisbo de preocupación por la imagen de deterioro que ha dejado el país en la prensa extranjera. Al contrario: orgulloso de las escenas decadentes que dejaron estampadas los ultras de la extrema izquierda. Se pone la misma medalla que se colgó Otegi cuando La Vuelta sufrió otros sabotajes a su paso por Bilbao.

Las protestas son legítimas. Pero el pueblo judío no es Netanyahu y Sánchez está criminalizando a todo el país. Los boicots violentos no se deberían defender. De ninguna manera. Las movilizaciones alentadas por el presidente del Gobierno han recrudecido el enfrentamiento político. Si a Zapatero, en su campaña, le interesó «mantener la tensión», a Sánchez le conviene agitar la polarización para movilizar el voto de izquierda. El mismo presidente que abandonó al pueblo saharaui para hacerle el gran favor al Rey de Marruecos seguirá adelante con su ‘podemización’. Hasta llegar a las urnas. Y los terroristas de Hamás le seguirán aplaudiendo. Dice Arturo Pérez-Reverte que hay días en que tiene la impresión de ir a bordo de un autobús conducido por suicidas. Sí que lo parece, sí.