Carlos Sánchez-El Confidencial
- Mientras que Alemania crecerá este año, si se cumplen las previsiones, un 0,1%, Rusia lo hará un 0,3%. La diferencia es escasa, pero significativa, teniendo en cuenta que el país de Putin está en guerra
No deja de ser una ironía del destino que este año que acaba de comenzar, y en el que se va a cumplir dentro de pocos días el primer aniversario de la invasión de Ucrania por Putin, la economía alemana vaya a crecer menos que Rusia.
No es una estimación interesada de las autoridades rusas para engañar a la opinión pública, lo que tampoco sería ninguna sorpresa. Es, por el contrario, una previsión del Fondo Monetario Internacional, poco sospechoso de colaborar con el régimen del Kremlin. Mientras que Alemania crecerá este año, si se cumplen las previsiones, un 0,1%, Rusia lo hará un 0,3%. La diferencia es escasa, pero significativa, teniendo en cuenta que el país de Putin está en guerra y sufre duras sanciones, mientras que el castigo para Alemania viene, fundamentalmente, de un problema de alza de costes energéticos que ha frenado la actividad de su sistema productivo. Rusia, igualmente, según esas mismas previsiones, también crecería más que Alemania en 2024, (un 2,1% frente al 1,4%).
Para comprender lo que ha pasado conviene no olvidar, como ha revelado un reciente estudio de Bruegel, que los precios de la energía aumentaron más en 2021 que en 2022, lo que sugiere que la guerra y las sanciones «no fueron los impulsores más importantes» del alza de la inflación.
Ni que decir tiene que el país más castigado ha sido la propia Ucrania, cuya economía, según Kiev, se hundió un 30,4% el año pasado. En el caso de Rusia, también según el FMI, aunque en este caso las estimaciones son difíciles de cuantificar por el hermetismo de las autoridades rusas, la contracción del PIB fue del orden del 2,2%. Como se puede observar, una notable diferencia. Ucrania, al menos, está pudiendo restablecer, no sin dificultades, las rutas de grano bloqueadas durante la primera parte de la guerra, lo que le permite sanear su maltrecha balanza de pagos.
Es evidente que el problema más grave de Ucrania ahora, sin embargo, no es estrictamente económico. La injusta y bárbara invasión de su país está causando enormes sufrimientos a la población, tanto en vidas humanas como en destrucción de su sistema productivo. La economía ucraniana, de hecho, está hoy devastada y solo sobrevivirá con la ayuda de Occidente, que por el momento no solo ha distribuido armamento y formación al ejército de Kiev, sino que también ha desembolsado miles de millones de euros. Se puede decir, de hecho, que aunque Ucrania logre expulsar a Rusia de su territorio durante los próximos decenios, será en la práctica un país intervenido, sin ninguna capacidad para ser independiente.
Una importante escuela de negocios con sede en Kiev ha estimado que el daño total a las infraestructuras físicas de Ucrania debido a la guerra roza los 138.000 millones de dólares. Este cálculo no es un ejercicio teórico, sino que servirá de base para cuantificar el coste de las indemnizaciones que tendrá que pagar Rusia en su día, y que saldrá de las reservas de su banco central intervenidas en Occidente.
Poner el foco en el aspecto económico no es un asunto baladí. La economía lo condiciona todo, o casi todo. Y, de hecho, la política de sanciones de Occidente a Rusia ha buscado desde el primer momento castigar la capacidad ofensiva de Moscú. Precisamente, para ayudar a Ucrania.
No parece que el objetivo se haya logrado totalmente. Es verdad que las exportaciones rusas se han debilitado y eso castiga su tradicional superávit. También hay que valorar que ha pasado poco tiempo para hacer colapsar la economía rusa, pero cada vez hay más informes de especialistas independientes que han acreditado que Rusia ha encontrado mercados alternativos para superar las sanciones.
La resistencia económica de Rusia, aunque debilitada, influye en el plano militar, ya que le permite mantener una guerra larga
Entre otras razones, porque vende el crudo a la mitad de su valor en los mercados internacionales, en torno a 40 dólares el barril. Con ese dinero, puede adquirir tecnología y equipamiento, vital para sobrevivir en un conflicto de estas características. Principalmente, en China, con quien mantiene un acuerdo de asociación estratégica desde mediados de los años 90; en India, su socio tradicional en Asia; e Irán, quien además de suministrar drones hace de contención a Israel, que no quiere involucrarse en el conflicto por la capacidad de Teherán para desestabilizar Oriente Medio a través de las milicias armadas de Hezbolá, que reciben armas y ayuda financiera de Irán. Turquía, en este sentido, también está jugando un importante papel en la sostenibilidad de las exportaciones rusas a través de la adquisición de productos no energéticos que antes se vendían en Europa. Las autoridades de Sudáfrica, incluso, no tienen reparos en pasearse con el ministro Lavrov, como publicaba Alicia Alamillos este sábado.
Un reciente cable de Reuters ha puesto de manifiesto que a pesar de las medidas restrictivas previstas, los traders de materias primas esperan que las exportaciones totales de gasóleo y diésel con bajo contenido de azufre procedentes de los puertos rusos del Mar Negro y el Báltico crezcan en febrero entre un 5% y un 10%. Paradójicamente, Marruecos, el más firme aliado de EEUU en el norte de África, será, junto a Turquía, uno de los países que más incrementará sus importaciones.
La resistencia económica de Rusia, aunque debilitada, influye, obviamente, en el plano militar, ya que le permite mantener una guerra larga, algo de lo que se llegó a dudar hace algunos meses tras la contraofensiva ucraniana, pero sobre todo limita la reacción del pueblo ruso a la agresividad del autócrata. Muchas crónicas hablan de casi normalidad en la vida cotidiana de los rusos, que es el escenario que ha buscado Putin desde que desencadenó las hostilidades.
El drama para Occidente es que no puede levantar el pie del acelerador. Aflojar las sanciones sería dejar tirada a Ucrania
Con el frente interno más o menos controlado, gracias también a la represión de cualquier disidencia, el margen de maniobra del presidente ruso es mayor, lo que en última instancia anula los efectos de las sanciones, que, por el contrario, están castigando a países con opiniones públicas menos acostumbradas al sacrificio. A veces se olvida que Rusia era prácticamente una autarquía hace 30 años, lo que explica en parte la capacidad de resistencia de su aparato productivo a los bloqueos y sanciones.
El drama para Occidente, precisamente, es que no puede levantar el pie del acelerador. Aflojar la intensidad de las sanciones —la UE ha aprobado nueve paquetes desde el pasado 23 de febrero— sería lo mismo que dejar tirado al pueblo ucraniano y a los propios ciudadanos europeos, que son quienes han sufrido de forma indirecta en sus bolsillos las tensiones en los mercados energéticos.
No se puede hablar, sin embargo, de que las sanciones hayan sido inútiles. De hecho, hubiera sido absurdo que Occidente hubiera seguido comprando bienes a Rusia con normalidad en medio de una guerra que está a su vez financiando, pero cada vez es más evidente que a la vista de su escasa eficacia, la economía debería ser un factor a evaluar y a tener en cuenta por parte de las potencias occidentales.
Si por la vía económica se ha avanzado poco, habría que empezar a pensar en buscar una salida en línea con los acuerdos de Minsk II
O expresado de forma directa, si por la vía económica se ha avanzado poco en la resolución del conflicto, habría que empezar a pensar —salvo que se opte por la internacionalización de la guerra, lo cual sería una tragedia aún mayor— en buscar una salida en línea con los acuerdos de Minsk II, y que la propia Merkel reconoció hace unas semanas que se había incumplido porque en realidad lo que buscaba Occidente con su firma era ganar tiempo para seguir armando a Ucrania.
Sin negociaciones, es probable que la guerra entre en un escenario rutinario, con todo lo que ello supone. Sería lo mismo que normalizar la guerra simplemente porque es irresoluble, lo que sería igual a un sonoro fracaso. Incluso la economía ucraniana, aunque parezca mentira, tiende a normalizarse, con todos los matices que se quieran. Una reciente encuesta realizada entre las empresas ucranianas reveló que solo el 3% de las compañías ucranianas ha informado de una suspensión total de la producción, y únicamente el 15% dice que no ha podido reanudar las exportaciones. Es más, la proporción de empresas que planearon un crecimiento de la producción en los próximos 3 o 4 meses casi se duplicó, del 17% al 32%. En una palabra, el mundo parece haberse acostumbrado al horror y a la bestialidad. La guerra como un hecho cotidiano.