Rubén Amón-El Confidencial

  • Es inútil atribuir a los ‘asesores’ los errores que han inaugurado el curso político, desde la fallida campechanía hasta la incorregible ferocidad del presidente del Gobierno en su duelo con Feijóo

Pedro Sánchez nos gobierna entre el narcisismo y el bonapartismo, pero cuesta más trabajo identificar quién gobierna al presidente del Gobierno. O quién lo asesora. Y cuántas de las decisiones erráticas que se amontonan en el inicio de este nuevo curso político corresponde ubicarlas en el absolutismo del patriarca socialista o forman parte del criterio de sus allegados. 

Poco importa identificarlos con nombres y apellidos, entre otras razones porque la dimensión omnívora del sanchismo contradice la relevancia de los subalternos. Sánchez emula el lema plenipotenciario de Luis XIV (‘Le Roi gouverne par lui-même’), aunque la propia inercia autoritaria no contradice la naturalidad con que sacrifica ministros y asesores, como si fueran los unos y los otros responsables de los grandes errores de la legislatura. Lo demuestra la matanza de julio de 2021. Y la ‘faida’ extemporánea que malogró las carreras de Ábalos, Carmen Calvo e Iván Redondo.

¿Cuánto se deja realmente asesorar Sánchez? ¿Quién o quiénes le han recomendado la farsa monclovense del pasado lunes —el ‘casting’ ciudadano— o la ferocidad con que abusó de Feijóo en la cruenta cita senatorial? 

Se habla de la reciente influencia que han adquirido los camaradas rehabilitados (Óscar López, Antonio Hernando), del poder que ejercen los patrones mediáticos (que si Barroso, que si Contreras…), del peso específico de Bolaños (así, en general, Bolaños). Y hasta se idealiza la depuesta consejería de Redondo, no ya eludiendo los errores estratégicos que se cometieron durante el primer bienio, sino atribuyendo a la ausencia flagrante de Iván el rumbo desnortado y atropellado del sanchismo. 

No es sencillo contener a Pedro. Ni mucho menos manejarlo. Tampoco funcionan los estímulos correctores. El teatrillo que se organizó en la Moncloa para acercar la calle al presidente —y no al revés— degeneró en una catastrófica ceremonia de impostura. La pretendida calidez, la forzada campechanía, el tuteo asambleario, no alcanzaron a encubrir la condescendencia, el paternalismo, la arrogancia, la suficiencia. 

La pretendida calidez, la forzada campechanía, el tuteo asambleario, no alcanzaron a encubrir la condescendencia, el paternalismo, la arrogancia 

Puede entenderse así mejor la manera en que Sánchez se delató a sí mismo en el debate del Senado. La forma en que abusó de las reglas, la desproporción de su iracundia, traducían toda la chulería y la altanería que lo caracterizan. Se trataba de aplastar a Feijóo. Y de subordinar las obligaciones del presidente del Gobierno en una situación de emergencia nacional. «Alí, bumaye», jaleaban los seguidores de Muhammad Alí en el combate de Kinshasa que los enfrentó a Foreman. «Alí, mátalo». 

«Pedro, mátalo». Aplaudían y jaleaban los camaradas la paliza de ‘Mano de piedra’ Sánchez. Y excitaban una agresión de evidentes efectos contraproducentes. Ni siquiera los medios más afines suscribieron la forma y el fondo con que el jefe del Ejecutivo concibió el debate. Quedaron en evidencia su nerviosismo y el antagonismo inquietante de Feijóo. 

Sánchez tiene grandes cualidades. Se me ocurren el instinto de supervivencia, la inteligencia política, la clave de acceso a una sociedad amnésica, la constancia, la naturaleza gaseosa, el carisma, el prestigio internacional, pero los defectos de la arrogancia, del narcisismo, de la total ausencia de empatía, del oportunismo, de la vacuidad, fortalecen y debilitan a la vez una ‘imagen’ que prevalece sobre el esfuerzo de los ‘asesores’.

La política española se relame en abstracciones tan recurrentes como los barones. O como los asesores. Difieren entre sí respecto de su naturaleza o su categoría entomológica, pero se parecen porque funcionan como estructuras atmosféricas de poder. Y porque proporcionan a la prensa argumentos informativos genéricos y evanescentes. «Los barones se oponen… Los barones discrepan… Malestar entre los barones». 

Aludimos, por si hubiera dudas, a los líderes regionales. Y a la manera con que se los identifica sin mencionarlos. Exactamente como ocurre con los ‘asesores’. No sabemos quiénes son ni tampoco cuántos, pero les atribuimos una influencia extraordinaria. Y es posible que la ejerzan con eficacia en la proyección de otros sujetos políticos, pero resultan irrelevantes en el caso de Sánchez, menos aún cuando pretenden ‘humanizarlo’. 

«De lo que se habla entonces es de modelar a Sánchez fingiendo ser quien no es. Convertirlo en cercano cuando se le organiza un ‘casting»

Humano es Sánchez. Tan humana es la bondad como la crueldad, tan humano es el odio como el amor. De lo que se habla entonces es de modelar a Sánchez fingiendo ser quien no es. Convertirlo en cercano cuando se le organiza un ‘casting’. Y esconder ese revanchismo y su chulería. Humanizar a Sánchez significa desvestir al impostor. Y no conviene subestimarlo en sus facultades adaptativas —Luis XIV gobernó 72 años—, pero la mascarada monclovense y la paliza sin reglas del Senado sobrentienden una degradación a la que ponen nota el ciclo electoral, los humores demoscópicos, la crisis de los hogares y la alternativa de Feijóo.

Nos conviene a todos un Sánchez sereno y responsable. Nos conviene que sus intereses coincidan con los de la nación (a veces ocurre). Nos conviene un timonel lúcido y sensato, pero los volantazos con que ha retomado el regreso de las vacaciones sobrentienden que el timonel ha perdido la brújula. Y que nadie se atreve a decírselo porque el rey gobierna por él mismo… y para sí mismo.