Luis Ventoso-El Debate
  • Eso se preguntaba su jefe… y ahora sabemos que Ortiz borró sus mensajes, cambió de móvil, eliminó su mail y en la noche de la filtración batió su récord de llamadas

El pasado 19 de diciembre, a las puertas ya de la Navidad (lo que él llama «las fiestas»), Sánchez comparece desde Bruselas y se muestra muy molesto por el injusto señalamiento que a su juicio ha sufrido su fiscal general. Ese día la UCO había publicado un informe que recogía que no se habían encontrado mensajes en el móvil de García Ortiz.

La conclusión de Sánchez es que esa ausencia de mensajes supone la prueba definitiva de la inocencia del fiscal en el caso de la filtración contra Ayuso a través del material confidencial de su pareja: «¿Quién le va a pedir perdón al fiscal general del Estado?», se pregunta teatralmente un compungido Sánchez. «Lo que se comprueba —continúa— es que no hay ningún mensaje. Ahora algunos dicen: ‘no, es que los mensajes se borraron’. Por favor, elevemos un poco el debate público y exijamos a aquellos que han acusado sin pruebas que pidan disculpas y asuman su responsabilidad».

Aunque Sánchez tiene siempre la razón, pues para eso es el líder de la «coalición progresista» y no queremos acabar en Soto del Real por disidentes, vamos a permitirnos recordar algunos detalles:

— En noviembre de 2019, Sánchez sorprende en una entrevista de baño y masaje en Radio Nacional jactándose de que el fiscal general del Estado depende de él.

— Tres meses después comienza la crisis del coronavirus, en la que Isabel Ayuso se convierte en la gran antagonista de Sánchez. Ambos dirimen desde entonces una enconada liza política. En mayo de 2023, Ayuso sale reforzada en las urnas con una mayoría absoluta, un duro revés para el PSOE.

— El 13 de marzo de 2024, se filtran correos confidenciales sobre los tratos del abogado de Alberto González Amador, el novio de Ayuso, con la fiscalía de Delitos Económicos. ¿Qué ocurrió ese día entre bambalinas? ¿Quién filtró ese material privado de un particular a la Ser, la cadena progubernamental, que lo adelantó esa medianoche en su web a las 23.51 horas?

— Ese miércoles 13 de marzo de 2024, a García Ortiz le entra un súbito furor telefónico y hace 20 llamadas entre las ocho de la tarde y las doce de la noche, las horas en que se fraguó la filtración. El día anterior no había hecho ninguna en esa franja horaria y el lunes, solo dos.

— Todos los interlocutores de las llamadas del fiscal son gente de la fiscalía. Excepto uno: un periodista de la Ser. Es el mismo que firma esa medianoche una información en la web de la cadena que recoge parte de los correos confidenciales del novio de Ayuso. Casualidades…

— En la noche del 13 de marzo, a Ortiz le entró tal premura por obtener el material confidencial que llegó a sacar al fiscal de Delitos Económicos, Julián Salto, de un partido de la Champions en el Metropolitano, a fin de que le pasase con urgencia los correos que luego se filtraron.

— García Ortiz empleó un correo privado de Gmail para recibir el material, no el oficial de la Fiscalía. No quería dejar rastro oficial de la maniobra.

— García Ortiz acaba de eliminar esa cuenta de Gmail ante la crecida del caso en el Supremo.

— La Guardia Civil da por probado que el día en que lo imputó el Supremo, García Ortiz borró por dos veces sus mensajes de Whatsapp (la teoría que Sánchez rechazaba enojado en diciembre con aquello de «por favor, elevemos un poco el nivel»).

— García Ortiz cambió de móvil una semana después de que se abriese la causa contra él.

— La fiscal superior de Madrid, Almudena Lastra, escandalizada ante lo que le presentaban, que veía claramente ilegal, se negó a firmar la nota con la que Ortiz autorizó la revelación de datos privados del novio de Ayuso.

— En la madrugada del 13 al 14 de marzo, García Ortiz envía a la fiscal jefe provincial de Madrid, Pilar Rodríguez, la nota de prensa que van a emitir sobre al caso Amador al día siguiente, a fin de que la revise. La fiscal Rodríguez responde a su jefe que «está perfecta, aunque dan ganas de incorporar un poco de cianuro». Esa apostilla denota una animadversión política contra la presidenta de Madrid compartida con Ortiz.

— A primerísima hora de la mañana del día 14, Pilar Sánchez Acera, que trabaja en Moncloa, a las órdenes de Óscar López en el gabinete del presidente, envía a Lobato, el jefe del PSOE en Madrid, el documento con los datos privados del novio de Ayuso para que lo utilice en el pleno de la Asamblea regional. Ese documento no había aparecido todavía en prensa, solo se había comentado en la Ser parte de su contenido. ¿Quién lo hizo llegar a la Moncloa? Es evidente: el mismo actor que la tarde anterior estaba desesperado por conseguirlo, el que llamaba por teléfono como un poseso, el que empleó correos privados para filtrar, el que sacaba a fiscales del fútbol para que le pasasen con premura el material.

— Lobato, funcionario de Hacienda, se queda espantado con lo que le trae la fontanera monclovita y se va pitando a ver a un notario para que conste que él no está pringado en la guerra sucia ilegal.

— Los ministros del Gobierno y Sánchez cierran filas enérgicamente con Ortiz, a pesar del aluvión de pruebas.

— Queda una pregunta por despejar que podría cambiar la política española si se aclara algún día en el juzgado: ¿Le entró el frenesí filtrador a Ortiz por propia iniciativa… o hubo alguien con mando sobre él que le encomendó la maniobra de guerra sucia? ¿Quién era la X suprema del Ayusogate?

Este caso está tan claro que lo resolvería de tacón hasta el inspector Clouseau. Y en una democracia el presidente del Gobierno ya habría dimitido.