- La polarización, el odio al distinto y la reducción de la política a cuatro reglas maniqueas será letal para Cataluña. Pero ¿hay quien saca partido en el proceso?
Se dice que en Cataluña hay un problema de convivencia. Los gobernantes regionales afirman no desearlo, pero lo cierto es que no hacen nada por evitarlo. Todo lo contrario: se diría, a la vista de los hechos, que más bien azuzan ese conflicto cuando creen que pudiera convenir a sus intereses políticos.
Un ejemplo de ello ha sido la reacción a la lógica negativa del tribunal de cuentas para que los procesados por malversación en el procés avalaran con dinero público las fianzas que se les había exigido. Obviamente, por puro sentido común, muchas voces se levantaron en contra de ese despropósito en la medida que supondría la demencial contradicción de pagarse la posible impunidad delictiva con dinero público, el dinero precisamente que están acusados de malversar.
No sólo lo han visto así gran parte de la opinión pública, sino también los expertos y los jueces y, de hecho, incluso el propio Gobierno regional que negó en principio cualquier posibilidad de intentar esa maniobra para terminar tristemente defendiéndola (contra cualquier sentido común) por meras presiones políticas personales.
Lo peor de estas estrategias torticeras que no engañan a nadie, y que obedecen a intereses económicos estrictamente individuales, es el daño que hacen a la convivencia entre los diversos grupos de ciudadanos catalanes que piensan diferente.
Obviamente, toda la población catalana que no estaba de acuerdo con el proyecto independentista y que vio cómo se usaban sus impuestos inadecuadamente para promocionar una estrategia de despojarles de sus derechos políticos siente que se le toma por panolis cuando encima los procesados intentan ahora usar su dinero público para eludir las responsabilidades económicas contraídas.
Gran parte de la población vive como una falta de respeto ese intento de ignorar que no se puede avalar, con dinero de todos, las fianzas de unos pocos. Y es normal que lo vivan de esa manera porque el intento demuestra muy poco sentido de lo que es público y, por supuesto, aún menos respeto a lo que es de todos.
«El independentismo se ha dado cuenta por fin de que para ir a alguna parte debe ampliar su base de votantes»
Esa carencia de sentido de lo público puede ahondar la brecha entre los diferentes proyectos que quieren sus conciudadanos para la región y crear un verdadero problema social: un conflicto de agravios, de explotados y de explotadores económicos. Si no conseguimos evitar que la ciudadanía lo perciba así, podemos estar dirigiéndonos a un panorama gravísimo de enfrentamiento.
Basta ver la opción que ha elegido TV3 en sus noticiarios para informar de la decisión del Tribunal de Cuentas. Ha comparado la negativa con el fusilamiento de Lluis Companys.
Increíblemente, ha puesto a la misma altura un trámite burocrático que un asesinato para, a continuación, empezar una campaña los siguientes días de poner el foco sobre cualquier defecto visible del sistema judicial con el objetivo de desacreditarlo.
Obviamente, se pretende dar a entender, de una manera burda y grosera, la indemostrable y ridícula idea de que si hubiera un sistema judicial catalán eso no pasaría. Los cupidos se columpiarían en nuestro regional paraíso justo de imparcialidad y las mascotas exóticas se atarían con butifarras.
Luego sucede que, como en junio de 2020, el propio Parlamento regional tiene que votar una propuesta para que TV3 programe espacios sobre corrupción política, delitos fiscales y evasión de impuestos, dado que había emitido varios reportajes sobre Pujol y no se mencionaba en ellos ni su confesión de 2014 y 2015, ni sus causas judiciales pendientes. Esa es la televisión de la información veraz.
El independentismo se ha dado cuenta por fin de que para ir a alguna parte debe ampliar su base de votantes. Pero si la única manera que es capaz de discurrir para hacerlo va a ser esta manera torpe y chapucera de aumentar los rencores por exageración y no respetar a los contrarios, lo único que conseguirá es cargarse a la propia comunidad que aspira a gestionar.
De hecho, ya lo está haciendo.
«Ni los independentistas son unos monstruos, ni los que rechazan la independencia son unos franquistas que rechazan los avances sociales»
Basta darse una vuelta por las comarcas de la región profunda y poner la oreja a los argumentos que usa la gente más sencilla en su visión política. Dividen el mundo en afines o hideputas.
Así, Cataluña se convertirá en una comunidad tan triste como las de Irlanda o el País Vasco, lugares divididos entre dos colectivos, donde un bando ya no mata al otro, pero lo sigue odiando igual y no se mezclan, no entretejen sus proyectos, no quieren saber nada del otro y sus desvelos, sino que sólo desean que ese otro que disiente desaparezca.
La polarización, el primarismo, la reducción de la política a cuatro reglas maniqueas rudimentarias (que tan buenos resultados ha dado a los nacionalismos para darse a conocer) puede ser letal a la larga para una comunidad que fue próspera.
Ni los independentistas son unos monstruos, ni los que rechazan la independencia son unos franquistas que rechazan los avances sociales, compran a los jueces, pretenden esclavizar a las mujeres y a las lenguas que tienen poco público. Todo eso son mentiras infumables.
La desconvivencia que en base a esas mentiras practican algunos gobernantes regionales (y lo que es peor, ahora también nacionales) puede salirnos a todos muy cara. ¿A quién va a beneficiar vivir en un mundo de hooligans?
Desde luego, no al conciudadano que vivirá en ese mundo. Pero sí probablemente a aquel que, mientras los demás están distraídos y ocupados luchando entre ellos, tiene la garantía de que no se enfrentarán a él.
*** Sabino Méndez es compositor musical y guitarrista de Loquillo y los Trogloditas.