ABC 28/09/15
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Los separatistas ganan y les toca mover ficha. Ciudadanos se convierte en el referente constitucional
EL último dirigente político que jugó al juego del gallina fue Alexis Tsipras. Y perdió Grecia. El primer ministro heleno lanzó su demagogia populista a competir contra una Unión Europea firmemente liderada por Angela Merkel y tuvo que clavar los frenos en el último instante, justo antes de precipitarse al abismo de la quiebra. Su rival en esa carrera no consideró siquiera la posibilidad de achantarse.
En Cataluña las cosas no están ni remotamente igual de claras. En este caso es el presidente autonómico quien ha desafiado al Estado que representa, en un acto muy cercano a la traición que sólo espera el momento de consumarse en una apoteosis final. Hasta hoy los hechos no han trascendido el terreno de las amenazas y la desobediencia al Constitucional. Celebradas unas elecciones presentadas por sus ganadores como plebiscitarias, y conseguida una mayoría suficiente, que se torna absoluta si a los votos favorables a la lista independentista se suman los conseguidos por los ultras de la CUP, Artur Mas está obligado a mover ficha y hacerlo antes de que las grietas ideológicas que minan a los «juntos por el sí» socaven el edificio hasta dejarlo reducido a escombros. Puede orquestar una declaración en el Parlamento, siguiendo el modelo kosovar, o decantarse por emular a Companys y proclamar el «estat catalá», abrazando el martirio patriótico a fin de que sean otros quienes crucen el Jordán llevando al «poble» escogido a pisar la «terra» prometida. Lo previsible es que hasta fin de año se quede en el campo de los gestos, dada la alta probabilidad de que las generales aúpen hasta La Moncloa a un gobierno débil y/o dispuesto a reformar la Constitución a fin de diluir aún más la idea de España, como proponen los socialistas.
Al volante del otro vehículo se sienta Mariano Rajoy, responsable de cumplir y hacer cumplir lo que dicta nuestra Carta Magna. Esta le brinda instrumentos suficientes para llevar a cabo la tarea en cuanto los suicidas den ese salto al vacío, o incluso antes, recuperando parcelas de poder que jamás deberían haber sido cedidas. La lealtad al Estado de Derecho tendría que empujar a Pedro Sánchez a acompañarlo en este viaje, como de seguro hará Ciudadanos, cuyo magnífico resultado convierte a esa formación en referente constitucional en Cataluña. Podemos y PNV remarán, seguro, en contra. Lo malo, a efectos de la carrera, es su falta de credibilidad. No la de Mariano Rajoy, actual jefe del Ejecutivo y del Partido Popular, sino la del Gobierno de España, el PSOE y el PP.
En las filas del separatismo prevalece la convicción de que no hay precipicio al que caer, por la sencilla razón de que nunca se les ha mostrado siquiera el borde del acantilado. En el mejor de los supuestos, piensan, lograrán su propósito de independencia bajo el paraguas europeo, en ese mundo panglossiano que les han pintado sus profetas. En el peor, «Madrid» (esa entelequia opresora que es el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional) cederá, como ha hecho siempre, aprobará un pacto fiscal favorable a Cataluña y reformará la Constitución de manera que encaje en ella su presunto derecho a separarse. En el bando del orden legal algunos queremos creer que nada de eso ocurrirá, porque la fuerza de la razón se impondrá a la razón del chantaje.
El escrutinio es la bandera que anuncia la última recta de esta competición delirante. Los conductores aceleran, ante los ojos de un público que se pregunta angustiado: ¿cuál de los conductores pisará el freno hasta el fondo o bien dará un volantazo? ¿Quién será esta vez el gallina?