- A primera vista Salvador Illa pudiera parecer el reverso del sanchismo. Mientras el presidente se desempeña a coces con propios y ajenos, Illa se parapeta tras sus gafas y su tono de seminarista apocado
Salvador Illa asistió ayer a la celebración de la Fiesta Nacional en Madrid. Para algunos, ese gesto significa la prueba definitiva del final del proces: catorce años después de que Artur Mas emprendiera la senda soberanista un presidente de la Generalitat aparentemente vuelve a comportarse como parte del Estado y no como su enemigo. Si los bardos del sanchismo no estuvieran tan ocupados achicando las aguas fecales de la corrupción que tienen cercado a su líder, sin duda nos estarían abrumando a esta hora con las excelsas virtudes de la normalización catalana.
A primera vista Salvador Illa pudiera parecer el reverso del sanchismo. Mientras el presidente se desempeña a coces con propios y ajenos, Illa se parapeta tras sus gafas y su tono de seminarista apocado. Así ha sobrevivido políticamente a la peor gestión de la pandemia en toda Europa. Nadie le ha escuchado una frase más alta que otra y la única vez que se mostró tajante en algo fue cuando aseguró que no habría amnistía «ni nada de eso». Una mentira, sí, pero solo una pequeña gota en el océano de patrañas que los socialistas se han tragado y nos quieren hacer tragar a los demás.
Desde que ha llegado al poder ha desplegado una estrategia que pretende seducir a todos al mismo tiempo, a los antiguos convergentes ávidos de volver a hacer negocios y a sus socios republicanos necesitados de mantener unos cuantos sueldos públicos; también a los antiguos constitucionalistas y a las élites madrileñas, hartos de tanta pelea y dispuestos a conformarse con unas migajas de institucionalidad. A nadie parece importarle que esa recuperada institucionalidad venga manchada de mentiras, impunidad y quiebra de la solidaridad.
La jugada del PSC ha sido casi perfecta. Han dejado que el independentismo se abrasara en su apuesta rupturista y se disponen a disfrutar de la herencia e incluso a incrementarla gracias al concierto económico. Illa acaba de prometer 50.000 viviendas para Cataluña, pocas me parecen para la cantidad de dinero que recaudará gracias a esa financiación tan singular que aún no han sido capaces de explicarnos.
Los independentistas no parecen haberse enterado de que les han robado la cartera y buena parte de los españoles tampoco; son aquellos que celebran el regreso a las buenas maneras sin atender lo que estas esconden: la ruptura de los principios de igualdad y solidaridad en la que se basa cualquier estado digno de tal nombre. Si el independentismo intentó hacerlo a las bravas, Illa pretende convencernos de que lo hace por nuestro bien.
Nadie teme a Salvador Illa, pero Illa es el instrumento más poderoso que tiene Sánchez para mantenerse en el poder. Mientras en toda España se fantasea con un final abrupto de este sombrío periodo de nuestra historia, Illa trabaja para que Cataluña y los 48 escaños que aporta al Congreso de los Diputados vuelvan a ser la garantía de su continuidad.
Nadie teme a Illa porque parece el reverso del sanchismo, pero en realidad es su cara amable y, por tanto, la más peligrosa.