Cristian Campos-El Español

La victoria por mayoría absoluta de Juanma Moreno en Andalucía y unos sondeos que sitúan a Alberto Núñez Feijóo entre 30 y 60 escaños por delante del PSOE de Pedro Sánchez han generado la percepción de que se está produciendo un cambio de ciclo político que llevará a los populares hasta la Moncloa a finales de 2023 a lomos de eso que Pablo Casado llamaba «el ciclo virtuoso».

Dice Narciso Michavila, el presidente de GAD3, que el PP le sacará tres millones de votos al PSOE dentro de un año. Si eso ocurre, Pedro Sánchez acabará viviendo en el extranjero. Pero no porque le hayan nombrado secretario general de la OTAN. Sino porque no habrá pueblo en España donde pueda esconderse de sus propios compañeros de partido. Como ya ocurrió, de hecho, en 2016.

Pero los cambios de ciclo político son como el cambio climático. Uno suele ver señales de él por doquier cuando está convencido de su existencia, pero bastantes menos cuando descree de él.

Aunque algunos datos son incontestables.

El de las audiencias radiofónicas, especialmente relevantes en un país que todavía lee poca prensa, es uno de ellos. Y esas audiencias están sufriendo desde hace ya dos o tres años un llamativo corrimiento al azul a pesar de su carácter generalmente agalbanado. Es lo que parece estar ocurriendo con algunas emisoras (pero sobre todo con algunos programas) de estricta obediencia sanchista.

El del evidente hartazgo ciudadano con determinadas modas culturales trasplantadas en crudo desde las universidades privadas de elite americanas a la sociedad española es otra de esas señales. Que Irene Montero genere un rechazo mucho mayor entre los españoles que Yolanda Díaz, siendo ideológicamente indistinguibles en el fondo, que no en la forma, se explica en buena parte por el hecho de que la ministra de Igualdad ha comprado esas modas y la de Trabajo no. O, al menos, no de forma tan explícita.

Un tercer dato es el del evidente rechazo que provocan las medidas del PSOE entre amplios sectores empresariales y financieros. Un rechazo que no se hará jamás público por razones obvias (siempre es prudente tenerle miedo al Gobierno: la raya entre democracia y democracia «imperfecta» es cada día más borrosa en cada vez más países, incluso de la Unión Europea). Pero que haberlo haylo, como las meigas.

El hecho de que Feijóo sea ya el político español más valorado por los españoles y el preferido como presidente del Gobierno, a pesar de su menor visibilidad en los medios dada su condición de no-diputado, es otra de esas señales que apuntan a un cambio de ciclo que va más allá de un simple cambio de mayorías parlamentarias.

Los cuatro argumentos mencionados (hay más) parecen sugerir un desplazamiento sociológico de los españoles hacia el espacio del centroderecha liberal en detrimento del espacio de la izquierda y la extrema izquierda.

Eso es lo que ocurrió con Esperanza Aguirre en Madrid, una región de espíritu mayormente socialdemócrata, durante la primera década de 2000. El resultado ha sido la creación de una ciudad-Estado con una filosofía económica, cultural y social llamativamente antitética a la socialdemocracia imperante en el resto de comunidades españolas (Andalucía podría ser la segunda si Juanma Moreno aprovecha su mayoría absoluta durante los próximos cuatro años).

Gracias a ese cambio de ciclo, Madrid es, desde 2003, la comunidad más española de España, como melting pot y casa común de los españoles que huyen de otras regiones menos amables y progresistas, y al mismo tiempo la menos española de todas, en razón de su cultura liberal en lo económico y lo social.

Madrid es lo que sería hoy España si la Constitución de Cádiz hubiera cuajado a lo largo del siglo XIX y extendido sus tentáculos hasta la del XX y la del XXI. Madrid es una isla del siglo XXI en un país anclado mentalmente en 1936, como por desgracia ha demostrado lo poco que hemos tardado en reducir la Transición a cenizas y en volver de nuevo al punto de partida.

Es debatible, en cualquier caso, si en ese cambio de ciclo que se anuncia son los españoles de 2022 los que se han movido hacia el centroderecha liberal o el PP y el PSOE los que se han desplazado simultáneamente hacia su izquierda, centrando a los primeros y radicalizando a los segundos. En este sentido, la aparición de Vox podría haber sido una bendición para el PP, al empujarle a ocupar el espacio que durante tantos años ha pertenecido al PSOE. El de las mayorías sociológicas que convierten a un partido en hegemónico incluso cuando pierde las elecciones.

Pero lo que es indudable es que esa percepción de cambio de ciclo existe.

Y las percepciones suelen acabar confirmándose en las urnas como una profecía autocumplida. De ahí que muchos estrategas electorales confiesen, siempre off the record, que su terreno de juego no son tanto las realidades, los datos, las estadísticas y los programas políticos como las percepciones.

Por eso para Pedro Sánchez, un presidente que ha hecho de las percepciones su principal arma de combate, nada es más peligroso que la generalización entre los españoles de la sensación de que el PSOE es un partido en caída libre y el PP, un tren mercancías que avanza a toda máquina y muy capaz de quedarse cerca, o incluso superar, la mayoría absoluta en las próximas elecciones generales.

Y de ahí también la euforia que han generado en el PSOE los innegables éxitos de la Cumbre de la OTAN en Madrid y, la pasada semana, del Debate del estado de la Nación. Que esa euforia se haya desvanecido en apenas 48 horas y por una nueva metedura de pata (la de la «dimisión» por el embarazo de Adriana Lastra) demuestra que el cambio de ciclo propio con el que el PSOE pretendía responder al cambio de ciclo del PP tenía los pies de barro. Quien lo confía todo al impacto mediático cortoplacista está condenado a morir a manos de ese impacto mediático cortoplacista.

Más duraderos son los verdaderos éxitos políticos de Sánchez de la semana pasada. La reconstrucción de la mayoría de la moción de censura, aunque con unos socios cada vez más cínicos y a los que los juegos de manos del presidente no impresionan ya. La aprobación de una reforma del Poder Judicial que le permitirá al PSOE controlar el Tribunal Constitucional. Y una Ley de Memoria Histórica, conocida popularmente como Ley Bildu, muy reclamada por los socios de Sánchez, aunque muy contestada en la calle e incluso en el entorno del propio Partido Socialista.

Es innegable que esas victorias parciales, estrictamente personalistas (porque en nada benefician a los ciudadanos), le han permitido al PSOE recuperar la iniciativa perdida y paliar en cierta medida la sensación de que el partido vagaba desarbolado por el escenario político sin saber cómo reaccionar a la contundente victoria del PP en Andalucía, pero sobre todo a los reiterados malos resultados socialistas. Porque el problema no es tanto cómo gana el PP (que también), sino cómo pierde el PSOE.

Como explicaba el pasado viernes EL ESPAÑOL, el PSOE está convencido de que el cambio de ciclo del PP ha sido frenado en seco y que el nuevo «cambio del cambio» es el que le va a permitir ahora recuperar la iniciativa a Sánchez, aprobar los Presupuestos, acabar la legislatura de la mano de sus socios y ganar las elecciones de 2023.

Pero el PSOE debería ser consciente de que las mismas medidas que le permiten al presidente solidificar sus alianzas parlamentarias son las que le alejan de un centro que está siendo gustosamente ocupado por el PP de Alberto Núñez Feijóo.

Dicho de otra manera. Muy convencido debe de estar el presidente de que el centro es terreno yermo electoral cuando cree que tiene más a ganar ocupando el terreno de Podemos y de los nacionalistas que centrando su mensaje y sus políticas.

O de que ese volantazo hacia la extrema izquierda no alienará a sus votantes moderados, en la creencia de que la alternativa al PSOE (es decir un Gobierno de Feijóo) será más insoportable para ellos que la de votar de nuevo a Sánchez «a pesar» de su cercanía a populistas y extremistas.

Lo que estamos viendo es una lucha entre dos tesis completamente diferentes sobre la realidad de la sociedad española. El PP de Feijóo lo fía todo a la vieja teoría de que las elecciones se ganan en el centro. El PSOE de Sánchez cree que, efectivamente, se está produciendo un cambio de ciclo. Pero no a favor del PP, sino en el sentido de una polarización extrema de la sociedad que llevará al votante socialdemócrata a preferir la idea de un PSOE de la mano de ERC y Bildu que un Gobierno del PP.

En cierta manera, Feijóo confía en que la española es una sociedad sana, o por lo menos sanable, mientras que Sánchez cree que esta es una sociedad irremediablemente enferma y condenada a escoger el supuesto mal menor. Es difícil no verlos como a un optimista naif, el Jean-Jacques Rousseau de Génova, enfrentado al cínico maquiavélico, el Thomas Hobbes de Moncloa.

En cuanto a Feijóo, es probable que su mayor quebradero de cabeza no sea hoy la de averiguar cómo ganarle a Sánchez (será presidente sin mover un dedo si no comete ningún error catastrófico) sino la de cómo afrontar la reconstrucción de un país polarizado y muy dañado económica, institucional y socialmente.

Un país en el que la izquierda apenas tardará unas pocas semanas tras su victoria en echarse a la calle a pedirle cuentas al PP por la obra de Sánchez como no lo ha hecho durante los últimos cuatro años.

El PSOE cree que todavía hay partido. Feijóo calla y otorga en la convicción de que cuando tu enemigo se equivoca conviene no interrumpirle.

Quién lleve razón en su análisis ocupará la Moncloa a finales de 2023. ¿Es España una sociedad sana o una que ha caído irremediablemente enferma de polarización populista?