Juan Carlos Girauta-ABC

  • Buscarle una causa hoy es un error fruto de la pereza intelectual o del embotamiento de los cronistas

No es un orate adolescente en busca de atención el que insta a echar a los mossos agua hirviendo con lejía. Es médico y jefa de estudios del Consorci Sanitari Integral (tres mil empleados). Antes del fuego, las élites catalanas han ido interiorizando, pacientes, silentes, todas las premisas de una revolución. Una de verdad. De ahí el peligro de un estallido en Cataluña como no se ha visto en más de ochenta años. Pero nadie parece saber ya lo que conllevan las revoluciones de verdad. El indefectible triunfo del olvido explica quizá la condena a sembrar una y otra vez la destrucción. Por ciclos de memoria y con un placer atávico. ¿O no hay algo voluptuoso en los portadores del caos barcelonés?

Buscarle una causa hoy, citar siquiera la libertad de expresión, invocar el nombre de un rapero de tres al cuarto con querencia carcelaria, es un error fruto de la pereza intelectual o del embotamiento de los cronistas. Podemos hablar de detonantes, pero solo en la medida en que así los trata y aprovecha la facción más acanallada de la media Cataluña suicida.

Detrás de los que han intentado quemar vivos a dos agentes de policía, e impulsando de algún modo el brazo que lanza el cóctel molotov, encontraremos una escuela consagrada desde hace decenios a la pedagogía del odio, a la mentira y a la programación. Está un colectivo de docentes cuya verdadera vocación es la de propagandistas. Están todas las editoriales que han consentido en pasar por el tubo nacionalista y contar una falsa historia en sus libros de texto. Está una inmersión que se presenta como lingüística pero que es ideológica.

Para alcanzar sus fines, el nacionalismo ha tenido que prostituir y castrar la lengua catalana, convertirla en una red de significados cerrados. Una gran trampa semántica que era imposible realizar con el castellano, demasiado hablado, demasiado abierto, demasiado diverso. Sin embargo el catalán, esa preciosa joya minoritaria, materia prima poética, era susceptible de riguroso control. Bastó con cinco o seis años de TV3 para alterar el catalán que hablaban sus muchos espectadores. Que esta monstruosa operación de ingeniería social, de ingeniaría del alma, haya contado siempre con el apoyo de la izquierda catalana -entusiasmada con la aculturación del cinturón industrial y con la imposición herderiana de una cosmovisión doméstica y estrecha- es una mancha que nunca podrán lavarse el PSUC y el PSC, por ese orden.

Por fin, detrás de los saqueos de fuego y adoquines que ahuyentan a las empresas está la pusilánime insensatez de unas patronales que bailaron el agua a Artur Mas y bendijeron reclamaciones fiscales absurdas basadas en agravios fabricados. Foment del Treball -presidida en los peores años del procés por el notable que ha cerrado la lista del PP- pidió durante la última quema de Barcelona ‘diálogo en el conflicto político de Cataluña y el resto de España’.