Luis Ventoso-ABC
- No merecemos un Gobierno que nos trata como niños a los que se les oculta la verdad
Corren vientos tóxicos para la democracia. Las satrapías rusa y china se han embarcado en una campaña planetaria, propagandística e internetera, para divulgar que sus dictaduras son más resolutivas que nuestros sistemas participativos, que ellos desdeñan como poco prácticos. Pero además ha surgido un enemigo interior: movimientos populistas de izquierda y derecha, que aunque no aspiran a derribar la democracia, sí la cuestionan con una demagogia machacona e hiperbólica, que al final la desgasta.
Cuando a pesar de sus imperfecciones quiero refrendar mi fe en nuestro sistema, me acuerdo de una observación irónica de Bertrand Russell: «En una democracia los chalados tienen derecho a votar. Pero en una dictadura los chalados tienen derecho a mandar». Reagan, el tipo que junto
al Wojtila y Thatcher le dobló la mano a la tiranía comunista en los años ochenta, era un hombre práctico que lo resumió muy claramente: «La democracia es la forma más honorable de gobierno que ha inventado hasta ahora la humanidad». De acuerdo. Aunque no consiste solo en pasar por las urnas, rito que ofrecen hasta Putin y Erdogan. Votar es condición necesaria, pero no suficiente. Una democracia sana requiere división de poderes, respeto a las normas que nos hemos dado, libertad de prensa y opinión, una atmósfera mediática plural que no esté viciada por la pezuña estatista, una justicia independiente y una transparencia absoluta por parte de quienes mandan. Por último, una sociedad aborregada tendrá una democracia peor que una crítica, informada y despierta.
En España, la calidad de la democracia ha empeorado en los últimos dos años, en parte por una presidencia marrullera, capaz de retorcer a los pilares institucionales para plegarlos a su servicio. Una de las malas prácticas del sanchismo es que trata a la ciudadanía como si fuésemos una grey de churumbeles a los que se les puede escamotear la verdad. En este país acaba de ocurrir algo grave. Alguien ha prohibido que el Jefe del Estado esté hoy presente en la entrega de los despachos de los jueces, como venía siendo tradición inexcusable. Pero a estas horas todavía no se nos ha explicado quién y por qué ha vetado al Felipe VI en Barcelona. Cuando la prensa pregunta, las respuestas resultan esotéricas: «Hay decisiones que están muy bien tomadas», desliza enigmática Carmen Calvo. «Quien tenía que tomar esta decisión la ha tomado y ha sopesado muchas variables», responde sin responder Campo, el ministro de Justicia.
¿Quién habrá tomado la decisión? ¿Habrá sido el abad de Montserrat? ¿Messi? ¿David Bisbal? La decisión, evidentemente, la ha tomado Sánchez, no fuese a ser que la presencia de Felipe VI molestase a sus socios independentistas cuando toca masajearlos para los presupuestos. Iceta, que tiene la ventaja de que se le suele calentar la boca, soltó la pura verdad en televisión: se vetó al Rey porque al PSOE no le gustaba que el monarca estuviese en Barcelona si salía la sentencia de Torra. Penoso cacao conceptual, que no distingue poderes e instituciones. Cero en transparencia y cero en democracia.