Rebeca Argudo-ABC
- No podemos permitirnos tener bajo sospecha los poderes públicos y su independencia
El fiscal general del Estado está imputado. Por primera vez en la historia de España. A mí, que me fascinan estas historias de las primeras veces (primera sonrisa, primer beso, primera cita), ya casi ni me impresiona. Es cosa de Sánchez, no se crean, que anestesia. Me abotarga. Como un psicólogo argentino o un puñetazo en la tripa. Sánchez fue el primer candidato al que su propio partido largó por sospechas de chanchullo y volvió, al rato, y fue elegido secretario general. Con un par. Fue el primer candidato en la historia de España en presentarse a una investidura sin ser el ganador de las elecciones y el primero en salir de la investidura sin ser proclamado presidente. Fue el primero en ser investido presidente tras una moción de censura exitosa (1 de junio de 2018) y el primero en no convocar elecciones, pese a haberse comprometido a ello, tras ese éxito. Primera de sus mentiras, que no la última. El primero en ser presidente sin haber conseguido mayoría en las elecciones, el primero en conseguirlo tres veces consecutivas. El de los peores resultados de su partido en democracia, el primero en amnistía sí pero no pero qué más da, el primero en venderse por siete votos. El primer presidente con su mujer investigada, el primero con su hermano investigado, el primero con su cuñada bajo sospecha. Son demasiadas primeras veces. Y no precisamente buenas.
Yo, que estoy muy a favor del estado de derecho y de la presunción de inocencia como pilar sobre el que descansen nuestras libertades y derechos, creo también firmemente en la responsabilidad institucional. Y si sobre alguien recae una sospecha, aun infundada, en ejercicio público, creo que el decoro y la dignidad, algo así como un respeto por el acuerdo social que nos hemos dado, a la ordenación de lo público, debería predominar. Por concretar: salvemos las instituciones y la confianza de la ciudadanía en ellas. No podemos permitirnos tener bajo sospecha los poderes públicos y su independencia. Independientemente ya de si uno es más de izquierdas o de derechas, más de centro o fuera de campo. Estamos hablando de lo común, del sistema político en el que creemos y que nos conviene salvaguardar, porque es el mejor de los que hemos inventado, independientemente de quién lo agreda. ¿Acaso no importa el qué, sino el quién? ¿Importa el resultado pero no las intenciones? ¿Las intenciones más que el resultado? ¿Es más grave la corrupción dependiendo de la ideología del sujeto? El dilema es endemoniado, pero vale la pena: ¿Está usted en contra de la corrupción o solo de la corrupción de los que piensan diferente? Retomo el inicio: El fiscal general del Estado está imputado. Su función primordial es asegurar la imparcialidad del funcionamiento de la justicia y la protección de los derechos de los ciudadanos. Si su labor está bajo sospecha… ¿Quién vigila al vigilante? ¿Y usted? Independientemente de su ideología y a la vista de lo visto… ¿Descansa tranquilo?