Minorías violentas se pasean por las universidades gallegas, vascas y catalanas porque aún encuentran en ellas más comprensión que el propio PP. Se alimentan de la idea aún tolerada por parte de la izquierda y casi todo el nacionalismo de que la auténtica fractura de la política española es la que dividiría a los herederos de la dictadura, el PP, de quienes la combatieron.
Tras la agresión a María San Gil, la izquierda se ha esmerado por destacar que los agresores eran una minoría. Veinte o veinticinco, insignificantes, casi nadie. O que no exageren y no hagan de la anécdota un problema. Si los terroristas les persiguen, no llamen a la resistencia, que eso es utilizar el terrorismo. Sean tolerantes y negocien. Y si los extremistas les agraden, hagan como nosotros, miren hacia otro lado y digan que el problema es desagradable pero irrelevante.
Pero resulta que esa insignificante minoría de los veinte o veinticinco es la que ha controlado, por ejemplo, la Universidad del País Vasco desde que yo era estudiante allí. Con los mismos ingredientes que en Santiago, ataque a los llamados españoles ante la indiferencia y el miedo de la gran mayoría, pasividad, a veces cómplice, de las autoridades universitarias, y silencio o, en el mejor de los casos, unas tímidas e huidizas condenas de las autoridades políticas con las que uno ni siquiera se enteraba muy bien de qué es lo que estaban condenando.
En menor grado, la tan insignificante minoría ha agredido lo que ha querido en las universidades catalanas. Y aún más importante, esta insignificante minoría es la que ha determinado la política vasca de toda la democracia, una buena parte de la catalana, ¿Y cada vez más la gallega? Pretender a estas alturas que se trata de cuatro exaltados desligados de la sociedad gallega es como explicar la política española sin sus minorías nacionalistas.
Estas minorías violentas se pasean con chulería por las universidades gallegas, vascas y catalanas porque todavía encuentran más acomodo y más comprensión en ellas que el propio PP. Ese es el sustrato ideológico y social del que se alimentan. De la idea aún tan tolerada por una parte de la izquierda y por casi todo el nacionalismo de que es posible llamar fascista al PP. De que la auténtica fractura de la política española es la que dividiría a los herederos de la dictadura, el PP, y a quienes la combatieron. Sin ese discurso de fondo, sería incomprensible el poder que mantienen los independentistas violentos en la universidad española.
Edurne Uriarte, ABC, 14/2/2008