Estoy completamente de acuerdo con la vicepresidenta segunda del Gobierno. No es necesario disponer de su acendrada sensibilidad social para darse cuenta de que hoy en día 1.000 euros es un salario muy exiguo. Y también lo estoy en que la inflación desbocada ha volatilizado el efecto real de las subidas decretadas en estos últimos años. ¿Ve? Yo también podría ser vicepresidente del Gobierno, aunque soy consciente de que mis escasas luces (colaboro con el Gobierno en el racionamiento energético) y mi escasa disposición a cambiar de género reducen mucho mis posibilidades. Más lo segundo que lo primero.
Pero como siempre sucede, hay cosas que lo complican todo. La principal es que los progresistas de todo signo se equivocan en el orden de las cosas. El derecho a los salarios elevados, a la actualización de las pensiones, a las viviendas dignas, a las ayudas sociales, a la sanidad garantizada y a la educación proporcionada no son el principio de nada, sino que son el final de todo. Me explico. Las cosas no empiezan cuando convertimos todos los deseos en derechos. Eso es el punto de destino, no el de salida. Para tener derechos sociales y económicos elevados en cantidad y sostenibles en el tiempo necesitamos primero una economía fuerte y pujante, que produzca bienes y servicios de gran valor añadido y que podamos venderlos con márgenes elevados para poder pagar salarios altos e impuestos grandes.
Y ahí radica el problema. ¿Cuántas medidas de apoyo a la actividad, a la generación de riqueza y a la creación de empleo ha adoptado este Gobierno. Pocas o ninguna. Todo se resume en regar de dinero a la sociedad para ayudarle a superar las secuelas de las enfermedades que padecemos, pero no a curarlas. ¿Se ha despejado la maraña administrativa? Ni un gramo. ¿Se ha reducido el gasto superfluo o duplicado? Ni un euro. ¿Se ha avanzado en la creación de un mercado único que evite la disfunción que suponen 17 ‘mercadillos’, cada uno con sus normas propias y sus medidas particulares? Ni un milímetro. ¿Se han tomado medidas de fomento de la inversión? Algunas, pero la mayoría de los dineros prometidos siguen en los cajones y no en los talleres.
Mire lo sucedido con Ford en Valencia, que renuncia al dinero europeo. ¿Por qué? Pues porque una empresa necesita primero mercado, después producto y luego precio, y como considera que ahora no dispone de ellos pues atrasa sus inversiones. Sus deseos quedan relegados por la realidad. ¡Qué fastidio! Al Gobierno no le pasa eso. Por eso quiero ser vicepresidente…