ARCADI ESPADA-El Mundo
Adicta a los artículos, que suelen ser definitivos, de doña Almudena Grandes, no se te escaparía el último, analítico, sobre el resultado electoral. Pero, por si acaso, voy a reproducirte su párrafo esencial, a pesar de que escoger no ha sido tarea fácil: «Aunque a Casado y Rivera no les entre en la cabeza, los pactos que incluyan a nacionalistas o independentistas serán igual de bienvenidos, hasta de aplaudidos, por los votantes de todas las fuerzas que pacten, ya sean grandes o pequeñas. Y si los líderes independentistas catalanes son condenados, ocurrirá lo mismo con los indultos. Millones de españoles, dentro y fuera de Cataluña, respiraremos con el mismo alivio cuando los soliciten y los obtengan del Gobierno central porque, a partir de ese día, podremos recuperar el horizonte de la convivencia». Estas palabras son indiscutibles y su interés debe desplazarse a otro lado: a su carácter plenamente representativo de lo que piensan los votantes de la izquierda española. Mi acuerdo con doña Grandes es total. De ahí que invocara el aritmético milagro que supone la mayoría parlamentaria que podrían formar Psoe y Ciudadanos. Una ocasión única, benéfica, puramente milagrosa, insisto, de traicionar al pueblo con el impecable instrumento de la democracia. Doña Grandes y yo acordamos sin problema que un gobierno surgido de tal mayoría sería una traición a los votantes socialistas; solo nos separa el juicio que esta traición iba a merecernos. Y aún creo que tenemos un acuerdo mucho más de fondo: no existe más Psoe que el que existe.
Entre los años 70 y la primera victoria socialista de 1982 operó en la política, primero clandestina, un Partido Socialista (Histórico) que poco antes de extinguirse adoptó el nombre de Partido Socialista de España. Una de sus señas de identidad más marcadas fue el anticomunismo y la negativa a establecer ningún acuerdo con el PCE. Lo dejó bien dicho uno de sus dirigentes, Juan Vives, en 1976: «A la izquierda nuestra no hay nada; las fuerzas políticas existentes en España están a nuestra derecha o al Este» [Francisco Moreno Sáez: Partido Socialista Obrero Español (Histórico)]. El partido desapareció por la razón más prosaica y final: se quedó sin votantes. Desde la llegada al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aparece en la conversación española la alusión a la existencia de un Partido Socialista Histórico o Auténtico que representaría una suerte de esencia traicionada. La última de estas apariciones ha sido a propósito de la muerte tan inesperada y prematura de Alfredo Pérez Rubalcaba. Una gran parte del tratamiento necrológico ha insistido en que con él se ha ido un Psoe con sentido de Estado, esencial, tan distinto del centrífugo, oportunista y venial que encarna Pedro Sánchez.
Nadie al caso negará la sostenida presencia de Rubalcaba en la primera línea de la política española. Nadie puede negar tampoco el carácter ineludiblemente deformador de los perfiles necrológicos. Pero ni siquiera estas evidencias justifican la avasalladora aparición del espectro. ¿Un hombre y un partido de Estado aquellos que en medio de 191 cadáveres destripados a tres días de unas elecciones generales organizaron la famosa noche de los mensajes cortos, a partir del claro clarín que Rubalcaba hizo sonar en plena jornada de reflexión: «Los ciudadanos españoles merecen un gobierno que no les mienta»? ¿Un hombre, un partido de Estado, los que negaron cualquier relación con el Gal y deben aún una explicación completa, radical y autocrítica de la participación de algunos de sus militantes en la infamia? ¿O es que hombre y partido de Estado deben de ser interesado apócope del crimen de Estado cometido? Quiero pararme aquí un momento. No hay un solo indicio de que los asesinatos del Gal contribuyeran a la desaparición de Eta. Solo sirvieron a la muerte. Ni al Estado ni a la Democracia ni a la Justicia ni al Orden. Y si se busca a algo más que la muerte, dígase que sirvieron a la prolongación del terrorismo. En nombre de la ley y con ella en la mano el Príncipe puede justificar que sus acciones –sus justas acciones– sean contraproducentes. «Hágase la Justicia y perezca el mundo». Es un asunto muy debatido. Para debatirlo radicalmente hay que decir: «Hágase el Crimen y perezca el mundo» y se verá bien lo que el Partido Socialista y los gobiernos de Felipe González hicieron con el Gal.
Los asesinatos del Gal y el agit prop de aquellos días de marzo ilustran bien sobre los hombres, los partidos y el Estado. Y, desde luego, sobre el Partido Socialista que existe. Hay un caso más, surgido en la propia ceniza necrológica de Rubalcaba. La abdicación del Rey Juan Carlos. De creer, y por qué no, a personas célebres, empezando por el anterior presidente Mariano Rajoy, Rubalcaba habría evitado la implantación de la República. Si el hecho fuese cierto, se entendería hasta qué punto el Psoe es un peligro y hasta qué punto nuestro Rubalcaba fue un héroe. Pero no hay tal. ¿Qué iba a hacer el Psoe? ¿Qué fue, incluso, lo que hicieron y lo que hacen las criaturas prebíblicas del partido Podemos con la República? Nada que no sea seguir con la marcha real de las cosas. Cualquier político, excepto si es catalán, conoce que el poder –y el poder de hacer algo en un momento determinado– es la medida real de todo lo que cuenta en política.
Un hombre y un partido de Estado aceptaron, por último, que Pedro Sánchez llegara al poder a partir de una mentira judicial siniestra y gracias al asentimiento de un prófugo de la Justicia. La mentira no tiene la más mínima importancia, excepto para aquellos que exigen un gobierno que no les mienta. El prófugo catalán sí la tiene. ¿Dónde estaban Rubalcaba y el Partido Socialista Auténtico cuando eso sucedió? Ni siquiera Javier Fernández, el asturiano, se largó. ¿A qué se dedicaron a partir de entonces los hombres de Estado socialistas, aparte de reunirse con periodistas de confianza y escenificar psicodramas lánguidos sobre el partido que más se parece a esta España rota? ¿Y dónde están desde que el Inescrupuloso ganó las elecciones gracias al Psoe real, el tan vívidamente descrito por Doña Grandes? ¿Rubalcaba o cualquiera que siga vivo ha pedido desde ese partido un gobierno razonable basado en la traición a los votantes? ¿Algún socialista ha hecho eso? Hombre, hombre. El Ibex y yo lo hemos hecho, dos putos marginales. Cuando Rubalcaba, como cuando Zapatero, como cuando Sánchez, el Partido Socialista ha seguido haciendo siempre lo mismo con el nacionalismo. Es ya la hora adulta de dejarse de relatos como el que endilgó el finado un día al joven Bustos para justificar su cesión ante el nacionalismo: «Entiéndelo, yo era un chaval de Cantabria fascinado con Cataluña. Mi generación acudía a Barcelona a las reuniones antifranquistas». Oh.
¿Cesión he escrito? Ni yo parezco ya al mando de mi letra. Hay que acabar con esa mentira clave. Ha sido la izquierda la que ha utilizado al nacionalismo y no al revés. Ninguna cesión. De ninguna índole. Manejo y control perfectamente deliberados. La izquierda ha utilizado el nacionalismo para arrinconar a la derecha, a partir de la verdad indiscutible, aunque incompleta, de que Franco se levantó también contra los nacionalismos. El nacionalismo ha sido para la izquierda un instrumento clave para alcanzar la hegemonía. ¿Cesiones los indultos? ¡Quia! Seguid la pista infalible de doña Grandes. Solo una ocasión más para establecer distancias con la despiadada derecha cerril y continuar cobrando. Es probable que esa derecha se haya envuelto alguna vez en la bandera española para obtener los votos. Pero resulta soez pretender que la izquierda no se haya envuelto a su vez con las banderas nacionalistas. Lo hizo, lo hace y lo hará siempre que la instrucción del poder lo dicte y hasta donde cumplirla no amenace su poder. Rubalcaba lo supo bien. Que eso exactamente, un clásico hombre del poder, es lo que fue.
Sigue ciega tu camino
A.