Miquel Giménez-Vozpópuli
  • Es el tiempo del que disponen los afectados por la erupción volcánica para sacar de sus casas lo que consideren más importante

La letra de una canción escrita por Víctor Jara decía que la vida es eterna en cinco minutos. Quince deberían servir para varias, si nos atenemos a los versos del chileno. Pero tiempo y vida se combaten cuando debes decidir qué importa y qué no para salvar del fuego y la nada. Quince minutos son un segundo si hay que elegir entre lo práctico y lo que nos llega al alma. Quince minutos son un infierno. ¿Nos llevamos los álbumes de fotos familiares, mudos testigos de una gente y un tiempo que ya no son? ¿Las cartas de amor que nunca escribimos, las que jamás habríamos debido escribir, las que nunca debieron escribirnos? ¿Nos llevamos los documentos, joyas, medicamentos y objetos de valor crematístico u optamos por esos libros que tanto saben de nuestras soledades y desgarros?

¿Qué llevarse de una casa que hasta ayer sentías como una extensión de ti mismo? Mucho peor todavía, ¿qué abandonar a su suerte, condenándolo a la noche eterna? ¿Tan poco significan para nosotros objetos en apariencia insignificantes, como aquella cajita de música ramplona comprada a un anticuario de poca monta la primera vez que viajamos a Paris, aquellos discos con los que hemos bailado agarrados apasionadamente a nuestra pareja, el traje de bodas, la figurita hecha por nuestro hijo de crío o la estilográfica de nuestro padre?

Hemos de condensar en quince minutos la pesquisa por toda nuestra vida. Hemos de ser racionales y llevarnos cosas útiles, cosas que puedan servirnos en ese incierto porvenir que se ha abierto ante nuestra existencia como un océano negro y hostil. Seamos prácticos, seamos lógicos, seamos sensatos. Pero luego uno ve a una abuelita aferrarse a una maceta en la que ha plantado unos geranios, regalo de su mejor amiga, o a dueños de perros, gatos y pájaros que los consideran como a miembros de la familia y porfían por llevárselos. En estos tiempos en los que todo parece caber en un teléfono móvil, una tablet o un pc, a la hora de seleccionar nos mostramos inseguros, nos debatimos en la pregunta eterna que marca toda existencia humana. ¿Qué es más importante, lo material o lo no tangible?

La tragedia es doble. Por un lado, la pérdida de todo tu patrimonio, de tus enseres, de tu vida. Por otro, la extirpación violenta y brutal, tanto como la material, de la memoria personal de cada uno de los habitantes de aquel lugar

Yo estoy seguro que hay que proceder con rigor, y que unos colchones siempre han de ser de mayor utilidad a sus propietarios que unas viejas partituras de piano. Entiendo, comprendo y muestro todo mi afecto y solidaridad hacia quienes tienen solo quince minutos para extraer de su vivienda amenazada aquello que entiendan ha de serles necesario. Es tanta mi empatía hacia ellos que comprendo hasta esas dudas que yo mismo no alcanzaría a disipar. Porque si me dieran un cuarto de hora para hacer lo que se les pide a esos queridos compatriotas canarios no sabría por dónde empezar. No tengo ganado, ni animales de compañía, ni huertos, ni casi plantas. Pero mi casa, lo he dicho al inicio, la entiendo como una prolongación de mi mujer y de un servidor. ¿Y qué miembro se amputa uno para salvar el cuerpo? De ahí la doble tragedia. Por un lado, la pérdida de todo tu patrimonio, de tus enseres, de tu vida. Por otro, la extirpación violenta y brutal, tanto como la material, de la memoria personal de cada uno de los habitantes de aquel lugar.

En los pequeños objetos, en los recuerdos, en las flores secas colocadas entre las páginas de un viejo libro de poemas se desgrana lo que somos. Nuestra modesta peripecia personal en este mundo está formada por pequeñas cosas que, engarzadas, forman ese collar que llamamos vida. Las pequeñas cosas que otro gran cantautor, Serrat, glosaba diciendo que nos hacen llorar cuando nadie nos ve.

Son quince minutos y es toda una vida.