EL CORREO 16/02/14
· La presidenta del PP vasco ha empeñado su capital político en acabar con la tutela que cree que ejerce desde Madrid el portavoz en el Congreso
«O tú o yo». En estos términos está planteado el descarnado pulso por el poder que libran la presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, y el influyente jefe de filas en Álava y portavoz de los populares en el Congreso, Alfonso Alonso. Quiroga, elegida por Antonio Basagoiti como sucesora, ha empeñado su capital político en el reto de hacerse con el control absoluto del partido antes de que llegue el congreso de su ratificación, convocado el próximo 8 de marzo. Para ello, ha decidido prescindir de su actual secretario general, el alavés Iñaki Oyarzábal, al que considera el hombre de confianza de Alonso en el PP de Euskadi y una pieza clave en su cruzada por librarse de la sombra de la tutela de Madrid. Si no lo logra, cree que el día después de su cónclave de examen ante la militancia estaría simbólicamente «muerta» como dirigente.
Alonso, mano derecha de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, no está por la labor de entregar la ‘cabeza’ de Iñaki Oyarzábal, en su intento por conservar su ascendiente en el PP vasco. Si lo pierde, los intereses electorales del partido en territorio alavés, su baluarte institucional y fuente de su proyección en Euskadi, «podrían correr peligro», advierten en su entorno. Los dos objetivos, de difícil conciliación porque pasan por la continuidad o no de Oyarzábal en el cargo, no impiden que sus protagonistas se hayan conjurado para dar la batalla hasta sus últimas consecuencias. «O tú o yo».
Las causas de la crisis
La crisis está servida, según el relato ofrecido a este periódico por fuentes conocedoras de un «lío» que ya causa «preocupación» en la dirección nacional del PP, en la madrileña calle Génova. Sin embargo, ninguna de las partes parece dispuesta a aflojar la cuerda. La tensión se desató el lunes, cuando Arantza Quiroga comunicó a los barones sus intenciones de cambiar al ‘número dos’. Su propuesta ha recibido el rechazo frontal del aparato alavés, que la considera temeraria por haber arrastrado al partido a la división sin haber ofrecido argumentos de peso para justificar el relevo. En algunos círculos se acusa a Quiroga de haberse embarcado en esta pelea por un problema personal de protagonismo con el secretario general, casi de celos políticos, en plena construcción de un liderazgo que no acabaría de cuajar.
En el entorno de la presidenta, por el contrario, se repite el término «determinación» para subrayar el alcance de una maniobra con la que espera renovar la dirección y sacudirse la imagen de «mujer florero» que sabe que la persigue desde su paso por la presidencia del Parlamento. Pese a los riesgos que entraña su golpe de autoridad, legítimo según los estatutos del partido, pero adoptado sin tener los apoyos suficientes, la líder de los populares ha llegado a la conclusión de que «es ahora o nunca». Si fracasa, «pues con toda paz», que es como la política guipuzcoana se refiere a la posibilidad de «irse a casa».
Casada y con cinco hijos, Quiroga, de 40 años, se ha rebelado contra el poder de Alonso, con quien ya disputó otra pelea en la agitada carrera por la sucesión de Antonio Basagoiti. De nuevo, soterrada. En aquella ocasión, Alonso optó por seguir su carrera en Madrid. Quiroga, al final, fue nominada por Basagoiti en una contienda en la que participó el líder guipuzcoano, Borja Sémper. Para quitarse de encima la losa de la elección ‘a dedo’, se fijó el reto de convocar un congreso. No le bastaba con que sus compañeros de la dirección la hubieran confirmado por unanimidad. Quería verse legitimada en una votación de las bases, pero no sólo pensando en el típico ‘paseo militar’ para una candidata única. En un plan llevado con absoluta discreción, se había marcado el objetivo de renovar en profundidad la ejecutiva para tener el poder de un partido que aún no controla desde dentro.
«Sí, sí, tranquila, ya verás qué congreso tan bueno vamos a organizar», le decían algunos dirigentes cuando les planteaba la urgencia de convocarlo. El equipo de Quiroga comenzó a ver ‘la mano negra’ del sector alavés, que ya había tratado de prolongar la etapa de Basagoiti cuando éste les reiteró su idea de empezar una nueva vida en México. En aquella ocasión, altos cargos de Álava trataron en vano de que el político bilbaíno siguiera en el cargo hasta después de las elecciones municipales y forales de 2015. Una maniobra con la que pretenderían esperar al desenlace electoral para situar después a un candidato alavés al frente de la presidencia vasca. Esa operación, sustentada en el tirón del alcalde de Vitoria, Javier Maroto, y del diputado general del territorio, Javier de Andrés, no prosperó. De seguir hoy sobre la mesa, tampoco lo haría ahora por la convocatoria del congreso gracias a la insistencia de Quiroga.
El tándem con Basagoiti
Una ratificación que será más agitada de lo que nadie se esperaba. Quiroga pudo enseñar sus cartas a Alonso en una conversación discreta antes del anuncio del congreso, realizado por el propio Oyarzábal el pasado 24 de enero. Frente a la propuesta de relevo en la secretaría general, Quiroga suele oír el siguiente comentario: «Arantza, tú lo que tienes que hacer es llevarte bien con Iñaki».
En realidad, hay parte de razón. Oyarzábal fue también una imposición del sector alavés de Alonso en vísperas de que Basagoiti tomara las riendas del partido tras la convulsa marcha de María San Gil. Pero pronto supieron congeniar en un tándem que se demostró leal para pilotar el viaje del PP al centro de la utilidad política vasca. Selló un pacto histórico con los socialistas que supuso el desalojo del PNV de Ajuria Enea. Pese a ello, los populares supieron normalizar relaciones con el nacionalismo moderado, en una interlocución que hoy sigue dando sus frutos en Álava, donde Maroto y De Andrés tienen aprobados sus presupuestos gracias a los jeltzales.
El patrimonio político que encarna Oyarzábal, reconocido por sus propios rivales, quedó tocado durante el terremoto provocado en octubre por la visita de Soraya Sáenz de Santamaría a Euskadi. La vicepresidenta, nombrada por Rajoy interlocutora en las relaciones con el Gobierno de Urkullu y el PNV, se entrevistó fugazmente con sus compañeros vascos para después, en secreto, mantener un prolongado encuentro con una delegación jeltzale, encabezada por su líder Andoni Ortuzar.
La presencia de Alonso en esa cita puso de manifiesto con toda su crudeza el temido ‘puenteo’ para Quiroga. Y por partida doble. De la vicepresidenta y de su jefe de filas en Álava. Encima, se lo temía. De hecho, habría propuesto frenar la breve reunión con Sáenz de Santamaría por si acaso incluía una agenda oculta. No lo logró porque, al parecer, la orden venía de «muy arriba». El resultado fue que su liderazgo quedó cuestionado en público, en un desplante que aún escuece en el PP vasco. El entorno de Quiroga señaló a Alonso, pero también a Oyarzábal por ser su correa de transmisión.
Este desaire resume todo el problema que la presidenta del PP se ha propuesto ahora solucionar, a pesar de que Alonso convivió sin cortocircuitos con Basagoiti liderando el partido en Euskadi. El político de Bilbao se fraguó una relación directa con Mariano Rajoy que le permitía colaborar de tú a tú en asuntos capitales como el cese de ETA o, incluso, en otros más triviales, como intercambiar mensajes por el móvil sobre el resultado de un partido de fútbol. Había una fluida interlocución que Quiroga aún no ha conseguido.
Mientras tanto, Iñaki Oyarzábal ha ganado peso político y proyección pública. El secretario general accedió hace dos años al ‘núcleo duro’ de la dirección de Génova al convertirse en el secretario de Justicia, Derechos y Libertades, una responsabilidad que le obliga a mantener un trato frecuente con diferentes ministros. Además, cobró notoriedad al promover un cambio en los estatutos de su partido para que se reconocieran por primera vez los derechos de gais y lesbianas, en una iniciativa que se produjo casi en paralelo a su decisión de declarar públicamente su homosexualidad.
Aunque era un secreto a voces en el partido, su condición sexual constituye otro de los elementos que sobrevuela en las intenciones de relevo de Quiroga, católica practicante y próxima al Opus Dei en temas educativos, pero, según ha aclarado, sin ser «miembro jurídico». Una tesis que un alto cargo del PP descarta. A su juicio, la polémica obedece a un problema de «celos» y protagonismos «mal entendidos».
«Esto no es una cuestión de ideologías, de una pugna entre los que van a misa y los que van menos o no van. No. Aquí hay un problema de desconfianza que se puede superar porque somos políticos profesionales, vocacionales, pero profesionales. ¿Cuál es la pega? ¿Que Iñaki tiene demasiados contactos en Madrid? ¿Que conoce a mucha gente en Euskadi? ¿Que sale mucho en los medios? Ojalá tuviésemos un montón de ‘iñakis’ porque ellos son los que refuerzan a un líder y su equipo», resume el mismo dirigente.
Cesión a la derecha
Pero el equipo de Arantza Quiroga ve más desventajas que ventajas en su figura. Por eso busca un recambio en la secretaría general, que guarda con sigilo si es que lo tiene ya amarrado, para darle un carácter más interno en línea con los ‘fontaneros’ del PNV que comanda Joseba Aurrekoetxea. Y está decidida a hacerlo a riesgo de que la sustitución de Oyarzábal, un referente de la renovación del partido, sea visto como una cesión a los más sectores escorados más a la derecha.
Lo tendrá difícil, como pudo comprobar en la reunión con los barones. Para Alfonso Alonso, Oyarzábal no sólo es el amigo y cómplice con el que creció política y personalmente en Vitoria. Le considera su «hermano», como le ha llegado a presentar. En el tenso encuentro del lunes, Alonso se negó de plano al relevo. Sémper apostó por la continuidad de Oyarzábal, pero abierto a respetar la decisión de su líder. Y Antón Damborenea, jefe de filas en Bizkaia, volvió a apoyar a Quiroga, en una decisión que revela las aspiraciones de los vizcaínos por lograr el puesto de ‘número dos’. Para ellos, también es «ahora o nunca».
El empeño de Quiroga en el cambio y las fuertes resistencias de Alonso provocaron el momento de mayor tensión. Ella le ofreció que fuera otro alavés el próximo ‘número dos’. No, fue la respuesta. Le dijo que tomase él mismo el mando del partido, que ella estaba dispuesta a avalarle. No, otra vez. Viendo la determinación de la presidenta, de la que resaltan su «frialdad» en momentos convulsos, la partida quedó en tablas. Pero alguien la avisó de que si tenía pensado «acabar con Iñaki», que lo hiciera del todo. De lo contrario, los alaveses «siempre van a estar ahí». Se avecina un congreso cainita. Los vizcaínos se han volcado en los avales con Quiroga, mientras que Álava ha amagado con el voto de castigo al entregar sólo 40 papeletas firmadas por dirigentes, no por las bases. El primero, a nombre de Alfonso Alonso; el segundo, el de su «hermano».