TONIA ETXARRI-EL CORREO
Con el ambiente independentista catalán caldeándose progresivamente contra la presencia del Rey, mañana se celebrará el homenaje a las víctimas de los atentados yihadistas del año pasado en Barcelona y Cambrils, del que también se ha autoexcluido el lehendakari Urkullu. Después de que el presidente de la Generalitat, el valido de Puigdemont, Quim Torra, arremetiera contra el Monarca, los primeros intentos de boicot a la presencia de Felipe VI en Barcelona se han ido transformando en una confirmación de ausencias.
Los que prefieren homenajear a los presos imputados por delitos de rebelión, sedición y malversación y los que quieren aprovechar el momento para hacer una campaña contra la máxima institución del Estado. Los denominados Comités de Defensa de la República (CDR), tan especializados en reventar actos, provocar acosos directos y quemar neumáticos para paralizar el tráfico, quieren contraprogramar los actos oficiales con una manifestación en Las Ramblas. Quim Torra, como la alcaldesa Ada Colau, estará en la ofrenda de recuerdo a quienes padecieron el terror del yihadismo. Pero se sentirá más cómodo en la concentración que su partido, junto a otros, realizará frente a la cárcel donde están sus compañeros presos. Una coincidencia en los actos que no deja de ser obsceno al demostrar tan poca sensibilidad con quienes sufrieron el zarpazo del terrorismo. ¿Era necesario homenajear a víctimas y presos el mismo día?
El Rey participará en el acto de Barcelona. Tal y como confirmó Pedro Sánchez. Y sus defensores serán, o deberían ser, los partidos constitucionalistas, PP, PSOE y Ciudadanos, además de las plataformas cívicas como Societat Civil catalana.
Está la atmósfera tan cargada que el lehendakari Urkullu, esta vez, ha preferido quitarse de en medio. Estuvo el año pasado en la manifestación de Barcelona. Mañana no estará. Los independentistas catalanes le han declarado la guerra al Rey. Y en plena campaña, a pesar de que él se ha mostrado distante de los métodos unilaterales de los secesionistas de la Generalitat, ha optado por quedarse en la barrera. Sendos telegramas a los convocantes y una larga conversación con Oriol Junqueras en la cárcel le han servido para explicarse. Hubiera podido entrevistarse con los otros reclusos. Pero solo lo hizo con el dirigente de ERC cuyo partido ha intentado, sin éxito, hacer de contrapeso de Puigdemont.
De su ausencia del homenaje a las víctimas de los atentados yihadistas, poco que añadir.
Que ya participa en actos similares en el País Vasco. Eso dice. Dos veces al año, por lo menos. Pero lo cierto es que el verano pasado, con el impacto de los atentados y sin saber aún que el Rey iba a ser objeto de silbidos e insultos, no esgrimió ninguna excusa para ausentarse y estuvo donde había que estar. Después de todo lo acontecido este año (la farsa del referéndum del 1 de octubre, la declaración unilateral de Puigdemont de la independencia de una república de la que se fugó al cabo de 48 horas para escapar de la Justicia, el discurso del Rey que tanto soliviantó a los secesionistas, la prisión provisional de los responsables del golpe a la Constitución) a Urkullu no le resulta cómodo aparecer junto al Rey. Su homólogo en la Generalitat está protagonizando una campaña de desgaste contra el Monarca. Y el lehendakari, cuyo partido está proponiendo con EH Bildu un nuevo Estatuto soberanista en el Parlamento vasco, mientras no cambie necesitará desmarcarse de las instituciones del Estado. De la Corona, también.