ABC 21/02/17
EDITORIAL
· La pasividad de Marruecos –enojado por una sentencia de la UE contraria a sus pretensiones en el Sahara– ha posibilitado los últimos asaltos masivos a la valla de Ceuta. Es un gesto inamistoso y desleal, impropio de un socio
MARRUECOS es un socio de conveniencia pero no siempre de principios, como periódicamente su gobierno demuestra. En diciembre pasado, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea declaró que el acuerdo agrícola entre Marruecos y Bruselas no afecta al Sahara Occidental, porque no forma parte del reino alauí. A partir de entonces, las autoridades de Rabat no han escatimado gestos de desaprobación contra esta sentencia, lamentando que la UE no reconozca los beneficios de la relación con Rabat y su papel de contención en la frontera sur. Esta frontera no es otra que la de Marruecos con España en Ceuta y Melilla. Por eso, sería ingenuo no vincular la irritación del país vecino motivada por la sentencia europea con los recientes asaltos masivos a la valla de Ceuta. Entre el viernes y el lunes pasados la han atravesado ilegalmente más de ochocientos inmigrantes, una cifra que sólo se explica por la pasividad policial al otro lado de la frontera. Cuando la colaboración ha funcionado, las fronteras apenas han sido violadas en las ciudades autónomas. Súbitamente se producen estos saltos por avalancha de centenares de subsaharianos, mientras Marruecos se revuelve por el fallo judicial europeo que toca el tema sensible de la soberanía sobre el Sahara Occidental.
El gesto es inamistoso, desproporcionado y arriesgado. La entrada ilegal de personas procedentes de zonas en conflicto con el yihadismo islamista es una fuente de riesgos para la seguridad. Se ha demostrado que algunos de los autores materiales de los últimos atentados en Europa entraron camuflados como inmigrantes forzosos de los conflictos de Irak y Siria. El Sahara está infestado de grupos leales a Al Qaida y a Daesh. La valoración política de estos sucesos ha cambiado drásticamente desde que Europa es el campo de batalla terrorista de Daesh y, sin que ello suponga insolidaridad, es preciso que los que llegan lo hagan con garantías para ellos y para quienes los reciben.
El 70 por ciento del comercio marroquí tiene Europa como destino, un dato que tanto el Gobierno alauí como los negociadores europeos deberían tener en cuenta para que esta nueva discordia no vaya a más. También Rabat tiene mucho que perder, pero no debería ser esta la lógica de las futuras relaciones entre ambas partes. Cultural, social y políticamente Marruecos y la UE siguen representando valores distintos, pero siempre ha existido la convicción de que el reino alauí podría ser el socio fiable de Europa en el Magreb. Este debe seguir siendo el objetivo del diálogo entre ambas partes, aunque quizá sea conveniente hacer ver a Marruecos qué perjuicios puede sufrir si esa relación se deteriora.