DAVID GISTAU-El Mundo
NO ES la primera vez que la socialdemocracia, como parte de un proyecto de apropiación del poder y la moral pública, cuelga bandos en el foro con los nombres de aquellos que han sido proscritos por radicales –por fachas– y a los que hay que negar el agua y el fuego en cualquier puerta a la que llamen. La fabricación de un peligroso ultra a partir de Casado, líder bien peinado de uno de los partidos del bipartidismo clásico y del estricto acatamiento constitucionalista, no precisamente un Ángel del Infierno con el parche de un cormorán en la espalda, forma parte de esta costumbre depurativa y además procura un elemento cohesionador, allí donde el comodín de Franco no alcance, a la heterodoxa mezcolanza tribal de la moción de censura. La Derecha Mitológica ad portas, a las armas ciudadanos.
Esta vez, hay un problema. La antigua socialdemocracia de los divinos, narcisista y autocomplaciente, ha cedido su espacio a un engendro cautivo de los principales extremismos que comprometen el porvenir español: independentistas, populistas redentores, posterroristas, nacionalistas de los que profesionalizaron el chantaje. Cuando el espacio central, de moderación, de refundación nacional, bascula peligrosamente para contentar a semejantes personajes de extramuros, la consideración de radical impuesta por el nuevo oficialismo ha de llevarse en la solapa con un gran orgullo, ha de convertirse, de hecho, en argumento electoral. Pasar por radical ante Puigdemont, Otegi e Iglesias es tan tranquilizador como inquietante resulta que te consideren, o cómplice, o rehén instrumental de sus intenciones. Sólo con esto, Casado ya tiene el personaje presidencial creado entre los votantes naturales a los que Rajoy aletargó y a los que debe de asustar la paradoja de que sean radicales los que confeccionen las listas de excéntricos por purgar en la Nueva Transición. Sospecho que por eso ha comprendido que no le viene mal adentrarse en lugares donde lo abuchean los mismos chungos a los que Sánchez, patético prisionero, debe el cumplimiento de sus ambiciones fáusticas.
Esta Nueva Transición, por cierto, ya empezó a reñirse en la calle, el espacio donde los sexadores de radicales se han propuesto que no puedan circular libremente aquellos que les sobran como en España sólo se sobraba cuando había guerra. El Rey está entre ellos, por supuesto, de ahí que su modo de caminar hacia la emboscada del 17 de agosto se esté convirtiendo, como el andar de Henry Fonda, en un resumen del cine.