JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • Extremismo es imponer en Europa una ideología ruinosa de tintes animistas, antihumanista, apocalíptica, inquisitorial, que está destrozando la agricultura, la ganadería, la industria automovilística

Un proyecto de regeneración verdadero, no de boquilla, solo puede ser a estas alturas un proyecto radical. Vale para las instituciones europeas y para las españolas. No hay otra cuando el TC funge de última instancia judicial si un conmilitón o socio del autócrata es condenado. Cuando el constructivismo jurídico deja de ser una teoría académica atendible y se torna en capa que cubre el robo de la función legislativa. Cuando el uso alternativo del Derecho siembra resoluciones ideológicas, que lo de adaptarse al caso concreto siempre lo ha permitido la equidad. Cuando el gobierno de los jueces se lo reparten dos partidos. Cuando se desposee al legislativo y al judicial de sus funciones en favor del partido gobernante, consagrado al blindaje de un líder autoritario y de su familia. Cuando los órganos de control y las empresas públicas son colonizados. ¿Cómo regenerar el sistema, que ya venía seriamente averiado, sin acudir a las raíces? Raíces de la democracia liberal y del principio de soberanía, sin el cual aquella simplemente no opera.

La democracia liberal se viola, maltrata y hiere a diario en esta España sin equilibrios ni controles, entregada a los que no ocultan su deseo de acabar con ella, de reformar a su antojo la Constitución por vías bastardas. El Gobierno y sus palmeros justifican los abusos por «la soberanía del Congreso». Pero eso no existe, es puro golpismo. ¿Cómo no ser radical para plantarse de verdad, no como pose, ante los golpes secesionista y sanchista, ligados por la amnistía? Va siendo hora de que dejen de usarse como sinónimos radicalidad y extremismo. Extremista el Gobierno Sánchez y sus secuaces. Extremista el que piensa traer de vuelta la censura.

Extremismo es imponer en Europa una ideología ruinosa de tintes animistas, antihumanista, apocalíptica, inquisitorial, que está destrozando la agricultura, la ganadería, la industria automovilística. Extremista es hacerse, como Merkel, dependiente de Rusia, cuyo potencial como agresor se veía de lejos. ¿Prorrusos, dices? Prorrusos los democristianos Schröeder y Merkel. Y los verdes, nacidos y crecidos gracias a la URSS. Y el Gobierno español, que compra cada vez más gas ruso, mucho más que antes de la guerra, pese a las restricciones de la UE. Prorrusos los separatistas catalanes que el Kremlin apoyó. Y extremista ese centro (de la nada) que en Francia pacta con el prorruso y antisemita Mélenchon. O quien aquí solo exhibió en campaña como socio internacional ¡a von der Leyen! Extremista es aprobar regularizaciones masivas. Extremistas los judeófobos como Borrell y la coalición woke que ha gobernado Europa: populares, socialistas y extrema izquierda. Frente al extremismo, vocinglero o reservado, radical defensa de la libertad (la de expresión fenece), de la igualdad (sacrificada en pos de identidades con diferente trato) y del imperio de la ley. Radicalidad ante el de la toga polvorienta, ante la cruzada de los niños de la profetisa Greta. También antisemita, claro. Sirva Israel como brújula: radicalidad frente a la Comisión Europea y la ONU, extremistas amigos de los extremistas asesino