LIBERTAD DIGITAL 19/04/13
ANTONIO ROBLES
Todos hemos caído alguna vez en la tentación de utilizar símbolos del mal, como el nazismo, el fascismo o el propio nacionalismo, para desautorizar comportamientos abusivos de nuestros políticos. Casi siempre con desmesura. Nadie puede llamarte nazi sin arriesgarse a banalizar el inmenso mal del Holocausto. Deberíamos ser más prudentes ante la comparación, aunque a veces sea disculpable, pues la intención perseguida es delatar los comportamientos antidemocráticos que a menudo permanecen ocultos, y solo el riesgo de la metáfora nos hace conscientes de ellos. Pero si mal está la banalización del mal del Holocausto, peor está envolverse en su denuncia para que el mal que nos atañe aquí y ahora siga vigente.
Esto es lo que ha hecho con descaro Pilar Rahola contra Toni Cantó en el artículo «Basta, basta, basta», publicado en La Vanguardia este jueves. A partir de la denuncia de la banalización del totalitarismo y envuelta en una superioridad moral tan usual en nacionalistas como ella, se desentiende de la crítica de fondo que hace Toni Cantó a la imposición lingüística en Valencia y Cataluña para insultarlo, despreciarlo y satanizarlo. Una manera recatada de mostrar la mentalidad inquisidora que le caracteriza y que oculta una eterna indignación retórica.
Tiene a gala Pilar Rahola evocar el razonamiento y el diálogo con el otro como método de relacionarse, pero le abofetea con varios argumentos ad hominem y no menos de 13 insultos para montarle un escrache de la peor calaña: «mal actor», «pornográfico», «fracasado», «cabaretero», «exagerado», «pirómano», «machista», «estúpido», «delincuente», «inconsistente», «ignorante», «corto de entendederas», «tonto»; y, no contenta con el escarnio literario al actor, acusa a la «señora Cospedal» de connivencia con el Holocausto por su referencia al nazismo del escrache. Todo envuelto en una sintaxis sibilina, para esconder el insulto directo tras las trampas retóricas. La forma más vil de manipular al lector.
Unos días antes, otro intelectual orgánico del nacionalismo, F. Marc Álvaro, arremetía en el mismo periódico contra Gregorio Morán por haberse atrevido a responsabilizar al «nuevo fascismo nacionalista» de la destrucción de la Barcelona tolerante de hace 25 años. El cuento de cada día. Pero el cuento de Caperucita Roja ya no cuela. Es intolerable que se indigne ahora el catalanismo subvencionado contra quienes evidencian el mal. Durante décadas ha sido el catalanismo, han sido cada uno de los voceros del régimen catalanista quienes han satanizado con vocablos como «facha», «franquista» o «ultraderechista» a todos y cada uno de quienes nos opusimos a sus abusos. Que no venga ahora Pilar Rahola a exigir mesura en el calificativo, si fueron ella y todos cuantos han colaborado a llevar adelante la estrategia tramposa del catalanismo quienes instituyeron desde el principio el escrache moral para destruir a cuantos se opusieran a su exclusión. ¿Es preciso recordar con qué descalificativos se ha satanizado y expulsado de la sociedad civil, cultural y política a ciudadanos como Albert Boadella?
Toni Cantó ha tenido el coraje de pensar por libre, decir alto lo que el pusilánime calla y aguanta, no se ha confundido en el fondo, la forma es discutible; pero, por favor, ni una lección por parte de quienes han hecho del escrache ideológico una forma sutil de fascismo. Porque, además de la eliminación física del otro, existe también la satanización política del otro. Y eso también es fascismo, porque en ambos casos se busca la exclusión. Y Pilar Rahola, desde el primer al último insulto disparado contra Toni Cantó, busca eso mismo. Con más estilo, pero con la misma mala leche que los miles de cobardes que se esconden en el ciberbullying.