Trescientos días después acaba la interinidad. España tendrá nuevo Gobierno el próximo lunes y la maquinaria institucional del país funcionará otra vez a pleno rendimiento. O casi, porque el nuevo mandato nace con el viento de cara, sumido en la incertidumbre y obligado a navegar en aguas que pueden ser turbulentas.
Mariano Rajoy fue propuesto ayer por el Rey como candidato a la investidura. Y aceptó. Hoy mismo, a las 18.00 horas, expondrá su programa de gobernabilidad para España en el Congreso de los Diputados y el sábado por la tarde, en segunda votación, será investido presidente con el voto a favor de los diputados del PP, Ciudadanos y Coalición Canaria y con la abstención de la mayor parte del Grupo Socialista. El lunes jurará su cargo en presencia de Felipe VI y dará a conocer el nombre de los nuevos ocupantes del Consejo de Ministros.
A partir de ese momento, comenzará una travesía que asume «difícil» porque no cuenta con una mayoría que le garantice el respaldo. Rajoy sabe que está «obligado al entendimiento» con las fuerzas constitucionalistas. Para ser investido tiene apoyos suficientes, pero para recorrer el camino que llega después el sustento es «limitado».
Ayer ofreció abrir un periodo nuevo de «diálogo» y reclamó, principalmente a Ciudadanos y, sobre todo, al Partido Socialista, «responsabilidad y cooperación». Su objetivo, dijo, es «trabajar» para intentar que la legislatura sea «duradera y estable». Rajoy quiere apostar por un mandato de cuatro años.
Ni se le ha pasado por la cabeza, aseguró, hacer cálculos para acortarla en función de las dificultades con las que se tope o de sus intereses electorales. Es consciente, según recalcó, de que tendrá que «ganarse el apoyo día a día».
Y no será sencillo porque el Parlamento está muy fragmentado, y porque para consolidar reformas y sacar adelante iniciativas no le bastará con el respaldo de su partido y la formación de Albert Rivera, con la que ha firmado un acuerdo que incluye 150 medidas a poner en marcha con carácter inmediato.
Se necesitará también el voto de los socialistas que, sumidos en su grave crisis interna y presos de su propia fractura, pugnarán por encontrar un espacio que los distinga con claridad tanto del PP como de Podemos.
Por el momento, la dirección de Ferraz ya anticipa que su abstención en la investidura no debe interpretarse en ningún caso como un compromiso, ni siquiera leve, de apoyo al nuevo Gobierno. El PSOE está dispuesto a cobrar caro cada acuerdo, cada respaldo, cada voto a favor. Y para preparar el terreno ya advierte de que su intención es no aprobar los Presupuestos para 2017, con lo que deja en el aire las esperanzas de gobernabilidad.
No obstante, el presidente in pectore parte de la premisa de que existen principios esenciales que PP y PSOE comparten: unidad de España, igualdad de los ciudadanos y respeto a la Constitución.
«Las circunstancias son las que son», admitió ante la prensa el candidato del PP tras su encuentro con el Rey. Venía así a incidir en sus palabras de la semana pasada cuando reconocía abiertamente que muchas de sus promesas electorales no podrán cumplirse. Ahora afronta la nueva etapa a sabiendas de que habrá cuestiones en las que las discrepancias serán tan grandes que será mejor «dejarlas aparte».
En cualquier caso, ayer tendió claramente la mano al PSOE. Más aún, no escatimó elogios para su decisión de desbloquear la gobernabilidad, incluso a costa de padecer durante mucho tiempo un enorme desgarro en sus filas. Rajoy destacó del socialismo español sus «importantes aportaciones al progreso de España en los últimos 40 años» y, aunque aseguró que «todo es mejorable», dio por hecho que «desde las posiciones templadas se construye más que desde otros lugares», en referencia a la radicalidad de Unidos Podemos.
Pese a esta pulla, no quiso el candidato abundar en el polémico apoyo que la formación morada da a la iniciativa de rodear el Congreso mientras se desarrolle, el sábado, la votación que le dará la investidura. «Si [la protesta] cumple con la legalidad, no tengo nada que decir», afirmó escuetamente.
Para él, lo trascendente pasa en principio por tender puentes y crear un clima apropiado para que el diálogo y la negociación echen a andar.«Estoy dispuesto», explicó, «a incidir en los temas que nos unen y aparcar los que nos separan o bien a darles una vuelta e intentarlo otra vez».
Con esta frase, que repitió en un par de ocasiones, intentó trasladar su empeño por no cerrarse de antemano a debates y propuestas, aunque es evidente que no todas las cuestiones que anticipan ya los grupos políticos vayan a encontrar en su Gobierno el mismo grado de receptividad.
Para empezar, asume como suyas todas las reformas que propuso Albert Rivera y que fueron incluidas en el pacto de 150 puntos firmado por PP y C’s. A partir de la formación de Gobierno, la intención de Mariano Rajoy es contactar con el propio Rivera y también con el presidente de la Gestora socialista, Javier Fernández, para organizar un calendario de trabajo.
Por el momento, ya ha dado por sentado que entre los primeros objetivos, además del proyecto de Presupuestos para 2017, figura el debate sobre la sostenibilidad de las pensiones, para lo que se convocará de inmediato el Pacto de Toledo; la búsqueda de un pacto de Estado sobre educación y el diseño de un nuevo modelo de financiación autonómica.
No citó, por el contrario, la posibilidad de revisar la reforma laboral que, para el PSOE, debería ser derogada sin más. Y por lo que respecta a un posible proceso de reforma constitucional tampoco está por ahora en sus perspectivas. Ayer, el Rey, a diferencia del mensaje que trasladó el portavoz de Compromís, Joan Baldoví, no abordó este tema con el futuro presidente. «Ni una sola palabra».