EL MUNDO – 03/10/15
· El presidente toma nota. Los catalanes hablaron el 27-S y sus voces llegaron a La Moncloa. Más allá del guardián estricto e inmóvil de la esencia constitucional, habita otro Rajoy –«desconocido para la mayoría», lamentan los suyos– que sabe que «se han cometido fallos», equivocaciones importantes en relación con Cataluña, con una parte muy relevante de sus ciudadanos, y que ahora retoca su discurso, haciéndolo virar para sortear el riesgo de una fractura definitiva entre españoles y un descalabro electoral.
Cinco son las constataciones que el presidente ha sopesado para dibujar el relato que pretende dirigir a los catalanes en particular y a los españoles en general, y que empezó a esbozar tímidamente el jueves ante las cámaras de televisión.
La primera, y así lo admitió él mismo, es el elevadísimo número de ciudadanos que optaron por entregar su voto a quienes abanderan el discurso independentista. Fue el 48% de los que acudieron a las urnas, y el 36% si se parte de la cifra total de los que tienen derecho a voto. «Muchos en cualquier caso», admite un ministro dispuesto a reconocer que en los últimos años «algo no se ha hecho bien» en relación con Cataluña.
Este reconocimiento es el que ahora induce a Rajoy a apostar por un diálogo que parecía definitivamente enterrado. E incluso a afirmar que la solución al problema catalán llegará de la mano de «la política» y no por la vía judicial.
Más aún, el camino de los tribunales, «inevitable en un Estado de Derecho en el que impera la ley» –precisa un alto cargo–, está «ya recorrido». Esta es la segunda constatación.
Ahora, atendiendo precisamente a ese 52% que no pujó por las tesis rupturistas, toca explorar de nuevo el diálogo. Con límites. Pocos, pero claros: los que marca como inamovibles la Constitución en sus primeros artículos.Así lo aclaró el presidente el jueves, en su primera entrevista tras las elecciones catalanas, dando a entender que han hecho mella en él los argumentos de quienes creen que la estrategia de la integración puede ofrecer mejores frutos que la de la confrontación.
En el ánimo de Rajoy parecen calar más planteamientos –tercera constatación– como los que desde hace meses esgrime el presidente del Congreso, Jesús Posada –diálogo todo el que haga falta, sin moverse de la mesa hasta llegar al acuerdo–, que los abruptamente expuestos por el ex presidente José María Aznar, partidario del golpe seco, de la actuación fulminante y del corte de raíz.
Por esto Rajoy sorprendió el jueves por la noche cuando expresó su deseo de que finalmente los tribunales no conduzcan al president Mas a la inhabilitación y menos aún empujen a Cataluña a la pérdida de competencias mediante la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Parecen ganar terreno quienes en su entorno abogan por evitar recetas traumáticas que alimentarían –dicen– la teoría del martirio de Mas. Los que mantienen esta tesis insisten en que, finalmente, una desimputación –aunque estuviera basada en alegaciones puerilmente formales como las que esgrime Mas en su defensa– «vendría a demostrar la grandeza del imperio de la ley», dejando en evidencia a los que la denigran. Y añaden más, y ésta es la cuarta constatación: «La inhabilitación aportaría poco; otros, con más exaltación, recogerían la bandera». «El presidente debe demostrar», apunta un ministro, «que pase lo que pase, incluso si lo que pasa no le conviene, él está del lado de la ley y no sobre la ley».
Y por último: no cabe cerrar la puerta, y menos aún cuando una nueva legislatura está a punto de comenzar, a la posibilidad de explorar vías de reforma constitucional. De sus reflexiones, el jueves, se desprende esta quinta constatación: revisar la Carta Magna sin alterar sus pilares –unidad, soberanía nacional, igualdad entre españoles– es complicado pero no imposible. Rajoy recupera ahora su disposición a «hablar».
Por el momento, el presidente sólo ha dejado entrever los perfiles difusos de un nuevo relato que ahora, casi sin tiempo, debe consolidar. Nada garantiza el éxito pero él afirma: «Batalla perdida es la que no se da».
EL MUNDO – 03/10/15