Con una frase, Mariano Rajoy sentenció la moción de censura de Pablo Iglesias: «Aquí se acaba su recorrido. Usted no puede ser presidente». El líder del PP enhebró una lista de razones para sustentar esta afirmación pero una de ellas fue la más contundente: «La primera obligación es defender la unidad de España y la soberanía nacional». Y Rajoy no ve que el líder de Podemos, con su apología de la «plurinacionalidad», del «país de países» y del «derecho a decidir» cumpla los requisitos. Fue aquí, en el reto independentista, donde logró acorralar a un Iglesias incapaz de explicar con claridad su posición sobre el referéndum catalán.
Pero ayer hubo más. Mucho más. Ocho horas de debate cara a cara entre el tándem Montero-Iglesias y Rajoy. Ocho horas de reproches y acusaciones durísimas. «Corrupción», «robo», «saqueo», «soberbia», «caciquismo» o «machismo» fueron las palabras lanzadas como dardos por la portavoz de Podemos, y después por el propio Iglesias, contra el Gobierno y el PP.
Y de vuelta, como un bumerán: «oportunismo», «farsa», «parodia», «destrucción», «hostigamiento», «fracaso», «letal». Todo ello en boca de Rajoy contra el intento fallido del partido morado por arrebatarle el sillón de La Moncloa enarbolando el eslogan que pronunció Montero: «La democracia se abre paso».
Iglesias ocupó la tribuna durante casi tres horas para exponer, en principio, el programa de Gobierno que propone para el país. Tan larga fue la intervención –no hay precedente similar en la historia democrática del Congreso– que sus propuestas se diluyeron como azucarillos a medida que corría el reloj.
Antes que él, la portavoz de su partido había consumido otras dos horas con una catarata de reproches al PP, muchos de ellos atinados pero también perdidos en buena medida en el aluvión de sus palabras. De su discurso quedó una frase para la memoria: «La corrupción tiene sede, Génova 13». A ella, a Irene Montero, le tocó el papel de azote del PP por su largo rosario de corruptos, tramposos, imputados y condenados. Su intervención gustó más, por su potencia, que la de su jefe de filas.
Para Iglesias quedaba reservado el rol de estadista, el discurso propositivo, y a juzgar por las palabras que le dedicaron la mayoría de los portavoces que intervinieron ayer, no logró convencer. «Usted no es alternativa», le espetaron Ana Oramas, de Coalición Canaria, o Aitor Esteban, del PNV, dos formaciones que han pactado con el Gobierno los Presupuestos Generales del Estado.
Tampoco desde el PSOE obtuvo aliento. El portavoz socialista, José Luis Ábalos, intervendrá hoy, pero ayer desde sus filas ya rechazaban la oferta de «entendimiento» que les lanzó el líder de Podemos para «sacar al PP del Gobierno más temprano que tarde». El nuevo PSOE, liderado por Pedro Sánchez, no se fía de un Iglesias que pretende cortocircuitarlo y hoy lo pondrá de manifiesto. En opinión de los socialistas, Iglesias se dirigió sólo a su parroquia y tras su mano tendida sólo vieron un remedo del «beso de Judas».
El aspirante a presidente intentó también arrastrar a su lado a los nacionalistas catalanes del PDeCAT, pero tampoco lo logró. Y ahí, en ese empeño, reveló algunas de sus cartas en relación con el desafío secesionista, el reto político de mayor envergadura que afronta hoy el Estado. Sus palabras sí sonaron bien en los oídos de ERC, a los que elogió por su «decencia» y por ser «verdaderos demócratas». También gustó su intervención a la representante de Bildu.
Iglesias se manifestó a favor «de la democracia, del derecho a decidir y de un referéndum pactado en Cataluña», algo que se produciría de inmediato si él asumiera la Presidencia del Gobierno, tal y como aseguró en el curso del debate.
Esto para Mariano Rajoy es anatema y razón más que suficiente para no dar ni un milímetro de confianza al líder de Podemos, porque implica saltarse de plano los principios fundamentales de la Constitución. El presidente le inquirió directamente: «¿Cree en la soberanía nacional o tenemos que suprimirla? ¿Todos los españoles tienen derecho a decidir lo que quieren que sea su país o unos cuantos deciden y el resto acepta?». Preguntas que quedaron sin respuesta por parte de Iglesias.
Es por ello, entre otras razones, por las que el presidente aseguró que la moción de censura presentada contra él en realidad encierra otro objetivo: «Acabar con la estabilidad de España». «Por eso», afirmó, «su anunciado fracaso es la mejor noticia para el país. España gana y ustedes pierden».
Para Rajoy, un Gobierno de Iglesias «sería letal para el Estado del Bienestar y el modelo de convivencia» y no sólo por sus propuestas sino, ante todo, porque en su opinión el proyecto de Podemos parte de un «trampantojo» que intenta presentar una España de «leyenda negra», de «degradación institucional», de «parasitación», en la que «la trama» campa a sus anchas, pero que no se compadece con la realidad. «Usa la moral», llegó a reprocharle, «como un estropajo abrasivo y pretende dividir el mundo en buenos y malos».
El presidente, no obstante, se vio obligado a admitir que en las filas del PP ha habido casos «muy graves» de corrupción, pero también tachó de «calumnia» el intento de Podemos de presentar a todo el partido y a todos los miembros del Gobierno como ejemplos de deshonestidad.
«He prometido que iba a luchar contra la corrupción y estoy cumpliendo mi palabra. No se acabará esta lacra porque me presenten mociones de censura, ni porque arrojen piedras contra el PP. Se acabará porque hemos tomado medidas y aprobado leyes», dijo. «Yo», añadió, «tengo las manos limpias y una gestión transparente».
Tras dar respuesta a los fulminantes ataques que recibió por la corrupción, intentó desmontar el panorama de «ruina» económica y social que dibujó Iglesias con propuestas muy similares a las que ha puesto en práctica el Gobierno de coalición de izquierdas de Portugal.
Rajoy empleó datos conocidos: el crecimiento, la creación de empleo, los niveles de inversión… y los contrapuso a la herencia que recibió en 2011. Ahí acusó a Podemos de no querer reconocer nada de lo hecho y de pretender revertirlo con un modelo que en varias ocasiones comparó con el de Venezuela.
«No puedo compartir», le espetó a Iglesias, «su forma de entender España ni el futuro de los españoles. A usted no le gusta nuestra democracia, ni la Transición, ni la recuperación, ni la Constitución». «Al candidato», zanjó, «la democracia real le gusta con reservas por ser elitista y poco asamblearia».
Para Rajoy ayer quedó claro que Podemos con su moción pretende atraer los votos que pierde desde las elecciones e intentar arrebatarle el espacio político a un PSOE que, dijo, empieza a recuperarse. En su opinión, no lo logrará porque, afirmó, «cuanto más se les conoce menos se les vota. Por fortuna para España».
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