Rajoy, como el Cid Campeador

EL MUNDO – 22/05/16 – LUCÍA MÉNDEZ

· Mariano Rajoy es un hombre feliz, a gusto con su vida. Goza de una plenitud que está al alcance de muy pocos: ser él mismo. Más que nunca y como nunca, el presidente del PP está haciendo lo que le da la gana. Lleva sobre sus hombros la mayor responsabilidad política de España, pero no le pesa. Habla en serio cuando dice que está más «animado» que nunca. Se le nota. La felicidad de Rajoy no es de grandes aspavientos. Es una dicha más bien suave y doméstica. Es una felicidad de «ya os lo decía yo a todos, incrédulos», y de «está claro que soy el único político serio que hay en este país».

El candidato del PP, a los 60 años y después de 13 en la Presidencia del partido, ha pasado su cuarta prueba de supervivencia política con sobresaliente. Le faltó poco para la matrícula. Rajoy quiere reivindicar su olfato, su tirón electoral entre las personas mayores que no están dispuestas a asumir riesgos. La simpatía que nota en la calle le tiene desbordado.

Atrás quedan sus tres anteriores supervivencias. La de 2004, cuando derrotó a la peligrosa sombra de su mentor, Aznar; la de 2008, cuando le ganó la partida a una guerrilla interna dispersa e ineficaz dirigida por Esperanza Aguirre; la de 2012, cuando venció por la fuerza quieta a los mercados, evitando la intervención de la economía española. Esta cuarta resurrección le ha salido redonda. Casi como al Cid Campeador, aquel que ganaba las batallas según las relata la historia épica de España: después de morir. De ahí su enorme satisfacción interior y exterior, a pesar de haber extraviado el 20-D más de tres millones de votos.

Rajoy se ha sacudido todos los complejos de un liderazgo cuestionado desde el minuto uno, toda vez que la vida le ha vuelto a dar una segunda oportunidad. Ya le sucedió en 2008. Cambió la estrategia del PP en el Congreso de Valencia, abrazando el centrismo desideologizado después de una legislatura en manos de los manifestantes más radicales de la derecha española. Y le salió bien. Ahora encara el 26-J –después de que la opinión publicada certificara su muerte política– con el mismo espíritu del «ya veréis como los españoles me dan la razón».

Su agenda, sus vídeos de campaña y sus declaraciones de la última semana indican que ha perdido por completo el miedo al qué dirán para buscar la autenticidad. El pasado domingo, Rajoy hizo público un vídeo en el que se expresaba con mucha más naturalidad y desparpajo que cualquier ciudadano en el mismo trance. «He estado trabajando toda la semana y pasaré este día con la familia, que es lo que más quiero, con lo que estoy a gusto, con lo que es mi vida, que son mi mujer y mis hijos.

Es por lo que peleo y espero que todo el mundo lo vea así». Nadie podría ponerle un pero a palabras tan cálidas y sensatas. En el mismo registro, publicó una tribuna en el diario Abc titulada La familia en el corazón de la agenda política. Todo un mensaje para quienes ponen en duda su talento en materia de inteligencia emocional. En esta ofensiva por escrito, Rajoy firmó un artículo en 20 Minutos con otro guiño a las emociones. Titulado La ilusión del primer día, el candidato del PP relataba sus planes para el caso de seguir viviendo en La Moncloa a partir del 26-J. Lo primero, empezar el día con una caminata saludable. Ya después nombrar ministros. «De tener de nuevo el honor de ser presidente del Gobierno, la agenda del primer día será intensa. Tras hacer, como siempre, mi caminata de todas las mañanas, propondré a Su Majestad el Rey un equipo de Gobierno moderado. El trabajo es vida, pueden contar conmigo con la ilusión del primer día». El pulso vital del presidente, al natural y en pocas líneas.

Donde mejor se ha visto al auténtico Rajoy como gobernante desacomplejado es en el Financial Times. Allí, en una entrevista, mostró su satisfacción por no tener un «sucesor natural». «Y le digo una cosa, a veces no es malo no tener un sucesor natural». Olé, hubieran gritado en la plaza si fuera un torero. Dispuesto a abrir su alma, la sinceridad del líder del PP desarbola incluso a sus críticos. Claro que no tiene sucesor. Ni natural ni artificial. Pero no porque los otros dirigentes del PP sean un atajo de inútiles. Rajoy no tiene sucesor porque ya se ha ocupado él de tapar, silenciar, ocultar, taponar y cerrar cualquier atisbo de sucesor. No deja crecer a su alrededor ni un brote verde, no sea que le dé por desarrollarse demasiado. Y si a pesar de todo existiera, como Alberto Núñez Feijóo, pues ya le ponemos bajo presión para que se quede en Galicia.

Éste es el determinismo histórico y psicológico del candidato del PP. Es su actuación política la que ha convertido a su formación en un campo yermo de sucesores. Y es él quien se felicita por esa realidad que él ha determinado.

Rajoy emerge de sí mismo satisfecho por haber desafiado con éxito las cualidades del liderazgo definidas por los más prestigiosos politólogos. Como Hans-Jürgen Puhle, de la Universidad de Frankfurt. «Un líder –dice– debe ser capaz y tener determinación a la hora de tomar decisiones, así como llevar la dirección de los asuntos con firmeza y valentía. Un líder debe ser un comunicador, un movilizador, un constructor de coaliciones, un organizador. Una de las funciones claves del líder es orientar y conferir dirección al proceso político». En palabras de Robert Tucker, «diagnosticar la situación, prescribir el curso de la acción y movilizar apoyos». Hay muchas más cualidades del liderazgo en las que nadie reconocería a Rajoy. Y aún así ahí está. Sin sucesor, aunque también sin herencia, como no sea la de las circunstancias, las inercias, los acontecimientos, la cautela y el desinterés.

Con esta actitud desinhibida, anunció una futura rebaja de impuestos el mismo día en el que la Comisión estudiaba posponer una multa a su Gobierno por el incumplimiento del déficit. Con un par. Su estado de felicidad y contento no se lo iba a empañar una multa que –para cualquiera, menos para él– supone una severa enmienda a su política económica.

Además de dichoso, es también un hombre con suerte. La diosa fortuna le ha vuelto a sonreír en los últimos meses. Pedro Sánchez asumió la investidura y, por tanto, la responsabilidad de desbloquear la crisis institucional. Responsabilidad que recaía en el candidato más votado. Tiene razones para estar eternamente agradecido al candidato del PSOE. La osadía de Sánchez le permitió permanecer en Moncloa tan tranquilo, mientras los demás se desgañitaban. Su doble ración de suerte le lleva a disputar las elecciones con la izquierda más dividida que nunca desde la Transición. Tiene motivos para ser feliz.

EL MUNDO – 22/05/16 – LUCÍA MÉNDEZ