Estas primeras semanas de legislatura han resultado interesantes en el Congreso, con un nervio desacostumbrado después de que Rajoy haya perdido el rodillo de la mayoría absolutísima con la que convirtió aquello en un erial desde 2011, sin admitir enmiendas o siquiera diálogo. Ahora, como con la llegada del mourinhismo tras el paseo de Guardiola, cunde la sensación de que hay Liga. El PSOE no se equivocaba en que el Congreso ofrece margen para hacer oposición, y sin necesidad de recurrir al agit-prop de los chicos de la bancada golfa que ayer querían que Rajoy pronunciara la palabra condón como si Rufián llevara el turno en un juego de rol. Sí, hay margen para hacer política desde el Parlamento, con iniciativas de carga simbólica, pero desde allí no se gobierna. Para eso está el Gobierno.
La Constitución, de hecho, prevé el veto para impedir proposiciones de ley de la oposición que supongan un aumento del gasto o una disminución de los ingresos. Es lógico. De lo contrario, la oposición podría mantener una espiral de tierra quemada sobre el presupuesto aprobando medidas ruinosas de cara a la galería. Check&balance en minoría. Claro que políticamente tiene valor enfrentar al Gobierno a la mayoría parlamentaria partidaria de subir el salario mínimo, prohibir los cortes de electricidad a los grupos de riesgo, suprimir las tasas judiciales y hasta universalizar la Sanidad, pero el valor es simbólico, no más. Y por más que Pablo Iglesias haya recurrido a su Cátedra Tuitera de Periodismo –asombra su bajo conocimiento no ya de la deontología, sino de las técnicas elementales del oficio– lo interesante no es que él proponga trampear la Constitución, ¡si ni siquiera celebrará el 6-D!, sino que la Constitución disponga de mecanismos para defenderse.
El informe de los letrados de la Cámara ha puesto racionalidad en la polémica. No se puede negar la prerrogativa del veto al Gobierno, pero sí exigirle que motive los vetos, para evitar que actúe arbitrariamente. Para vetar, hay que justificar. Lógico. Visto lo visto, en esta legislatura, entre los ajustes del sistema y los efectos de la minoría, el Congreso puede acabar pareciendo un parlamento democrático. En España, qué cosas.