Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 31/8/12
Se conoce ya como síndrome de la Moncloa el que han sufrido los políticos que, desde 1977, han ocupado la presidencia del Gobierno. Primero Suárez, y luego, González, Aznar y Zapatero (Calvo Sotelo no dispuso de tiempo suficiente, además de tener de aliados una gran cultura y un fino sentido del humor como para perecer a los oropeles del poder), todos los inquilinos del palacio monclovita han sido abducidos por esa explosiva mezcla de autismo político y soberbia personal que, al igual que el lobo a las ovejas, acecha siempre a los que mandan.
Rajoy, que lleva poco más de medio año en la Moncloa, parece, desde muchos puntos de vista, un viejo presidente. Tanto, que le cuesta ya ir al Parlamento y, salvo en período electoral, no le gustan otros auditorios que los compuestos por empresarios afines y militantes del PP. Es verdad que la crisis ha complicado mucho su agenda y que lo que no hace tanto era política exterior -hoy simple política interior- ocupa gran parte del tiempo político de presidente del Gobierno.
Pero ni sus múltiples compromisos con las autoridades de la Unión Europa y sus colegas explican la virtual desaparición de Rajoy como director de la política estatal, que es sobre todo hoy economía, pero no es solo economía. ¿Está de acuerdo el presidente con las constantes y pintorescas ocurrencias de sus ministros de Educación y de Justicia? ¿No considera necesario mediar en las evidentes discrepancias que manifiestan sus ministros de Hacienda y Economía? ¿Nadie le ha indicado que debe colocarse con urgencia al frente de un Gobierno que da por momentos la sensación de un ejército de Pancho Villa en el que cada generalito (ministro) va a lo suyo?
Un Gobierno es más que el conglomerado que forman un presidente y un grupo de ministros. Debe ser un equipo conjuntado que desarrolla una política coherente con unos objetivos definidos y unos instrumentos acordados para llegar a conseguirlos.
Metido en su fuerte, Rajoy parece haber renunciado, al poco de llegar, a dirigir de verdad a su Gobierno, que es la única forma de que aquel acabe funcionando como tal. Y, es bien sabido, un fuerte da seguridad, pero nadie ha ganado jamás una guerra recluido entre sus muros: para ganar las batallas que esperan a Rajoy en el curso político que empieza (y no me refiero a las electorales sino a las de la gestión de su Ejecutivo) debe salir a combatir a campo abierto, dando la cara, fijando prioridades y horizontes, dibujando escenarios posibles y pidiendo la colaboración de unos ciudadanos que, hartos ya de esta puñetera crisis, están deseando que alguien se ponga al frente de la tropa para doblarle a la recesión de una vez el espinazo. Esos debieran ser sus objetivos. Esa es la esperanza que les queda a millones y millones de españoles.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 31/8/12