ABC, 26/12/11
Desde la misma noche electoral del 20-N ha querido guardar un escrupuloso respeto a las formas y a las instituciones
Mariano Rajoy ha llegado al Palacio de la Moncloa con un estilo de hacer política que, como se ha comprobado desde el momento en que ganó las elecciones del 20 de noviembre, está en las antípodas del «talante» que exhibía José Luis Rodríguez Zapatero, y que tiene como objetivo recuperar la confianza y credibilidad perdidas en el Gobierno en los últimos años, dentro y fuera de España. Se trata de un estilo basado en un respeto escrupuloso a las formas y a los tiempos democráticos, al papel de las instituciones, a la fijación de prioridades sin gestos florales a la galería, y también, como dijo en el debate de investidura de la semana pasada, en llamar «al pan, pan y al vino, vino», es decir, sin disfrazar la realidad por dura que sea.
En su discurso de investidura del 19 de diciembre, Rajoy se refirió a la doble tarea que España tiene por delante: «Vamos a demostrar que los españoles somos capaces de crear empleo, pagar nuestras deudas y sostener una sociedad civilizada, pero también deseamos hacernos sitio en el mundo. Queremos un hueco para un país con prestigio, con crédito, con empleo, con bienestar y con oportunidades». El entonces candidato del PP a la Presidencia del Gobierno añadió que esos propósitos exigen «un estilo de Gobierno adecuado», basado en «un diálogo abierto a todos, dentro y fuera de esta Cámara», y también en «decir la verdad».
En realidad, el «estilo» de Rajoy no es nuevo. En sus 30 años de experiencia política ya ha dado muestras de una forma de actuar alejada del titular fácil, de los guiños populistas o frívolos, de la laxitud en las formas, de la dispersión de prioridades y del gusto por lo superficial o secundario. Más bien es todo lo contrario, influido por la figura de su padre y por su inicial carrera como registrador de la propiedad, donde la exactitud y la observancia de las formas son parte inseparable del fondo.
En la noche electoral del 20-N, Rajoy transmitió el primer mensaje de cambio en el modo de hacer las cosas. Fue un discurso en el interior de la sede del PP, y no en el balcón de Génova, alejado de toda euforia ante la grave situación económica de España. «Queremos devolver a los españoles el orgullo de serlo. El orgullo se rescata a base de trabajo, de esfuerzo, de mérito, de tomar riesgo, de innovar, de preocuparse por los demás, de ser solidario. Lo he dicho muchas veces y lo repito hoy: la nuestra es una gran Nación». «No habrá sectarismo, rencillas pequeñas ni divisiones artificiales que nos distraigan o nos retrasen en el esfuerzo común», añadió, en clara distancia con su antecesor y las prioridades que se fijó.
Rajoy quiso imponer su estilo también en el traspaso de poderes con el Gobierno saliente de Zapatero, para que fuera modélico y diera una imagen de seriedad a todo el mundo. Para ello, ordenó la máxima discreción y prohibió todo tipo de filtraciones sobre los miles de papeles que el PP pedía al Gobierno socialista. En el debate de investidura corroboró su propósito de no entretenerse en rencillas políticas y miradas al pasado, que tanto irritan a muchos ciudadanos: «No tengo ninguna voluntad de mirar atrás ni de pedir a nadie responsabilidades que ya han sido sustanciadas por las urnas hace un mes».
Para esa recuperación de la confianza perdida, Rajoy se reunió, sólo diez días después de ganar las elecciones, con los agentes sociales en la sede del PP. Les instó a cerrar un acuerdo sobre la reforma laboral justo después del Día de Reyes. Era una forma de transmitir que la creación de empleo sería el primer objetivo de su Gobierno, sin pérdidas de tiempo.
Nervios hasta el final
Pero donde más se ha visto la forma de ser de Rajoy, y su estilo político, es en el control de los tiempos y el respeto a los plazos legales fijados hasta la formación de su Gobierno, para lo cual era imprescindible que evitara posibles filtraciones sobre los nombramientos que tenía en la cabeza. De nuevo las formas eran el fondo. Lo consiguió hasta el final con el anuncio de los nombres de los presidentes del Congreso y del Senado y los portavoces parlamentarios. Más tarde, la escena se repitió con los miembros de su Gobierno. Entre tanto, eso sí, el partido era un manojo de nervios.
Atrás en el tiempo quedaron aquellos años en que se conocían algunos nombramientos semanas o meses antes de que se produjeran. Fue el caso de José Bono, de quien era sabido que sería presidente del Congreso incluso antes de que se celebraran las elecciones de marzo de 2008.
Rajoy ha querido respetar al máximo los plazos, y también las instituciones. El pasado 21 de diciembre no desveló ni un solo nombre de su Gobierno hasta que no juró, primero, su cargo ante el Rey en el Palacio de la Zarzuela y despachó, después, con Don Juan Carlos para informarle de la composición de su Ejecutivo. Sólo entonces se desplazó al Palacio de la Moncloa para anunciar la lista de todos sus ministros.
El último cambio de «estilo» y «talante» en La Moncloa tuvo otro capítulo en la estructura del Gobierno que diseñó Rajoy: menos ministerios y vicepresidencias y ningún guiño ideológico a la galería. El jefe del Ejecutivo, además, estará al frente del área económica del Gobierno, y no de la competencia de Deportes.
ABC, 26/12/11