LA RAZÓN, 8/10/11
La diferencia tan abismal en la intención de voto entre Rajoy y Rubalcaba restó bastante emoción al debate televisado de anoche, en el que ambos contendientes se ajustaron a sus guiones: peleón y provocador el candidato socialista, solvente y demoledor el líder del PP. Por más que lo intentó de forma astuta y marrullera, Rubalcaba no logró su propósito de neutralizar el mensaje de cambio de Rajoy. Precisamente en este punto es donde estuvo la clave del debate, que el candidato del PP ganó claramente al socialista en un revolcón memorable. Con un excelente dominio de la escena y de los tiempos, haciendo gala de un conocimiento exhaustivo de la realidad económica y apoyado en su dilatada experiencia parlamentaria, Rajoy consiguió holgadamente su principal objetivo: transmitir la certeza a los espectadores de que él será el nuevo presidente del Gobierno. Si algo necesita perentoriamente la sociedad española en esta dramática encrucijada es recuperar la fe en sus gobernantes, en que dicen la verdad y en que tienen las ideas claras a la hora de actuar. Justamente todo lo contrario a lo que ha sucedido en estos últimos años, en los cuales el Gobierno socialista ha ocultado la realidad de la crisis, ha despilfarrado tiempo y dinero a tontas y a locas y ha cambiado de política económica cada quince minutos, hasta culminar con el mayor recorte social de la democracia. Pues bien, Mariano Rajoy supo presentarse ayer como ese gobernante del que te puedes fiar porque conoce los intestinos del problema, tiene las recetas adecuadas y no mudará frívolamente de criterio según sople el viento electorero. Frente a los fuegos pirotécnicos, los eslóganes mitineros y los trucos de chistera que ha practicado el Gobierno durante estos años, el presidente del PP ofreció seriedad, rigor y decir la verdad de las cosas, sin ocultaciones ni maquillajes. En el lado opuesto, Rubalcaba recurrió al marrullero cuerpo a cuerpo, a la insidia y a ejercer de oposición de la oposición: de hecho, consumió sus turnos interrogando a Rajoy, en vez de explicar su propio programa. Más nervioso y gris de lo habitual, el problema principal lo traía el candidato socialista de casa: esos cinco millones de parados que le rondaron como fantasmas durante todo el debate. Además, abusó de la retórica no para subrayar sus propuestas, sino para ocultar sus flojos argumentos sobre el deteriorado tejido económico, terreno en el que no se sintió nada seguro. Por lo demás, a Rubalcaba se le notó en demasía la ansiedad por aprovechar este último cartucho de la campaña electoral, no tanto para arañarle unos votos a Rajoy cuanto para implorar a la deprimida militancia socialista que el 20-N haga el esfuerzo supremo de no quedarse en casa. En conclusión, los telespectadores pudieron ver nítidamente ayer las dos opciones que se le ofrecen: la de Rajoy, hecha de convicción y optimismo pese a la dureza de la realidad; y la de Rubalcaba, mezcla de excusas por la mala gestión con vagas promesas de enmienda, de las que serían principales beneficiarios las víctimas del Gobierno socialista del que él mismo formó parte durante años. Habría sido un milagro que hubiera ganado la partida. Por lo demás, las elecciones han quedado vistas para sentencia.
LA RAZÓN, 8/10/11