Editorial, LA VANGUARDIA, 22/10/12
LA doble jornada electoral celebrada ayer en Galicia y el País Vasco confirmó prácticamente todos los pronósticos previos, en algunos casos sobradamente: el PP, con Alberto Núñez Feijóo al frente, no sólo consolidó su mayoría absoluta en la Cámara gallega sino que incluso la amplió, y el PNV, liderado por primera vez por Iñigo Urkullu, se impuso en el recuento de votos a suficiente distancia de sus competidores como para recuperar la lehendakaritza después de haber quedado en la oposición en la última legislatura. Las sorpresas, relativas, de la jornada las protagonizaron en Galicia el nuevo partido de Xosé Manuel Beiras, Anova, que se convierte en tercera fuerza política por delante de su exformación, los nacionalistas del BNG; y en Euskadi, EH-Bildu, la candidatura de la izquierda abertzale liderada por Laura Mintegi, que se encaramó hasta la segunda posición, desplazando por primera vez a los socialistas. El lehendakari en funciones, el socialista Patxi López, deberá ceder la presidencia que obtuvo con el apoyo del PP tras un periodo de poco más de tres años.
Galicia tiene desde ayer un Parlamento más popular, y el País Vasco, uno más soberanista. Lo primero significa que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, supera con holgura el llamado test gallego; pese al anticiclón de la deuda -y pendiente aún de resolución el expediente del rescate financiero en Europa- y las duras medidas para reducir el déficit, el líder del PP puede reivindicar con claridad el aval a su gestión en la comunidad donde inició su trayectoria política. Lo que no es poco habida cuenta del contexto de gravísima recesión en que se han celebrado las elecciones. Y lo segundo implica que las primeras elecciones celebradas en el País Vasco desde 1980 sin el factor de distorsión -y la amenaza- que suponía la actividad terrorista de ETA y sus adláteres civiles han reconfigurado el escenario y la mayoría política en torno al eje soberanista, con el PNV como principal mayoría minoritaria y la izquierda abertzale en su mejor posición histórica, lo que cabe interpretar como un mensaje de apoyo de la ciudadanía vasca al proceso de normalización política. Los grandes perdedores de las elecciones vascas, las primeras sin ETA -hay que insistir en ello, porque se trata de una absoluta y feliz novedad en la política vasca y española-, son los partidos estatalistas, el PSE y el PP, quienes precisamente articularon la entente que desalojó al PNV del poder en las elecciones del 2009.
FEIJÓO amplia su mayoría absoluta en Galicia al pasar de 38 a 41 escaños. Por el contrario, los socialistas liderados por Pachi Vázquez -que se estrenaba en la contienda electoral- sufren un duro varapalo al pasar de 25 a 18 escaños. La distancia entre la primera y la segunda fuerza, pues, se agranda a favor del PP en 10 diputados, lo que supone un rotundo aval a las políticas desarrolladas por el actual presidente de la Xunta y su principal mentor, Mariano Rajoy. Posiblemente se trate de la primera buena noticia que recibe el presidente español desde que llegó a la Moncloa. Asimismo, los comicios han visualizado la división del nacionalismo gallego, hegemonizado hasta ahora por el BNG en solitario, con la irrupción de una nueva fuerza, la coalición de Beiras, que obtiene un éxito rotundo al entrar en la Cámara con nueve diputados y desplazar a su anterior partido, que pasa de doce a siete, a la cuarta posición. Con todo, el nacionalismo gallego sale reforzado en conjunto: de doce a dieciséis parlamentarios. También el nacionalismo vasco es el gran ganador de los comicios celebrados ayer. Urkullu, nuevo líder del PNV, ha hecho del paso por la oposición del histórico partido fundado por Sabino Arana un breve paréntesis, pese a haber perdido tres escaños, de 30 a 27, y necesitar pactar con alguna de las restantes fuerzas para asegurar una -como siempre- muy compleja gobernabilidad que podría resolverse en clave de geometría variable de acuerdos. EH-Bildu, la nueva formación de la izquierda abertzale -que en las pasadas elecciones fue excluida de la carrera electoral en aplicación de la ley de partidos-, se convierte en la segunda fuerza con 21 diputados, lo que arroja en conjunto una contundente mayoría parlamentaria soberanista de 48 escaños sobre 75. Los 21 escaños obtenidos por Mintegi superan amplísimamente los catorce que obtuvo Arnaldo Otegi en 1998, coincidiendo con la llamada tregua de Lizarra. Aralar, que tenía cuatro diputados, y EA y EB, con uno, desaparecen. El PSE, tras el histórico resultado de López en el 2009, cuando obtuvo 25 diputados, desciende hasta dieciséis, relegado a la tercera posición. Y el PP de Antonio Basagoiti, sostén de la gobernabilidad hasta ahora, pasa de trece a diez escaños. Esa no parece, sin duda, una buena noticia para Rajoy. UPyD ha mantenido el único escaño que tenía, en una Cámara que pasa de siete a cinco partidos.
EL reforzamiento de Rajoy después del test gallego, pese al matiz que supone el resultado vasco, tiene su contrapartida en la doble derrota electoral de los socialistas, que retroceden en Galicia y en Euskadi pierden además la presidencia, a la que habían accedido por primera vez en la historia con la salvedad del periodo preautonómico. Ello debería mover a una profunda reflexión en el seno del PSOE. Los problemas -y el inevitable desgaste político- que tiene que afrontar el Gobierno de Rajoy no se han traducido en una mejora de las perspectivas de los socialistas en dos comunidades clave en el mapa político. La inflexión que se produjo en las autonómicas de Andalucía tras la caída en las elecciones generales de hace un año -que situaron el PSOE en sus mínimos históricos- no ha tenido su réplica ni en Galicia ni en Euskadi. Y no parece que las perspectivas vayan a mejorar, más bien lo contrario, en la próxima cita electoral, las catalanas del 25 de noviembre. De la misma manera, también deberían realizar una reflexión, en este caso conjunta, tanto el PSOE como el PP, sobre los réditos que han obtenido en las elecciones gallegas y vascas a cuenta de agitar los temores sobre la deriva soberanista con el caso de Catalunya, y la propuesta de consulta del president Artur Mas, como referente. En Galicia, los nacionalistas -pese a su división en dos fuerzas- no han perdido apoyo popular, sino que lo han ampliado. Y en el País Vasco, los partidos llamados constitucionalistas, el PSE y el PP, no han logrado retener la hegemonía parlamentaria que conquistaron hace cuatro años: el efecto del mensaje del miedo contra el llamado derecho a decidir ha sido justamente el contrario del perseguido, con una amplísima mayoría soberanista en el Parlamento vasco. El PP y el PSOE, las dos fuerzas políticas españolas mayoritarias, deberían tomar nota buena de ello.
Editorial, LA VANGUARDIA, 22/10/12