EL MUNDO – 01/12/14
· En Moncloa ven que el líder socialista se está dejando arrastrar por el discurso rupturista de Podemos.
· La reforma del artículo 135, los vaivenes sobre Cataluña y la negativa a pactar sobre corrupción tensan el hilo.
· El presidente confía en el voto oculto del PP y pide a los suyos enarbolar la bandera de la estabilidad.
Muchas cosas han cambiado desde el inicio del curso. El pulso catalán, los continuos escándalos de corrupción y el ascenso imparable de Podemos han puesto en jaque el sistema político. PP y PSOE ya no se sienten seguros. La preocupación en las filas de los dos grandes partidos es notable: uno se arriesga a perder de un plumazo el poder en apenas una legislatura y el otro a caer en la irrelevancia política. Ambos buscan soluciones de urgencia y en el empeño se alejan uno del otro. Hoy por hoy es imposible vislumbrar la posibilidad de una gran coalición, pese a que algunos, en ambas fuerzas, empiezan a sugerirla.
Mariano Rajoy ha perdido la confianza en el nuevo líder del PSOE, ése por el que desde Moncloa se apostaba en susurros haciendo valer su moderación frente a la supuesta radicalidad que atribuían a su rival en la consulta a la militancia socialista del pasado verano, Eduardo Madina.
A Pedro Sánchez lo ven ahora «irreconocible», «frívolo» y «desorientado». En el Gobierno no aciertan a predecir su estrategia ni comprenden su hoja de ruta, más allá de dar por hecho que «se deja arrastrar por el discurso de ruptura de Podemos».
En Moncloa y en Génova han analizado las encuestas que hablan de un profundo malestar en los ciudadanos que supera el descontento que se deriva de la crisis económica. Ya no lo explican todo como una consecuencia lógica de los sacrificios y los recortes que han impuesto con la política de austeridad, pero siguen aferrándose a la idea de que tras las siglas del PP hay mucho voto oculto y que la reflexión saldrá a relucir en las urnas.
Rajoy se mantiene fiel al principio de que quien resiste gana. Quiere mantener el equipo y reconducir levemente la estrategia introduciendo más dosis de discurso político y una pizca más de cercanía a los ciudadanos, pero haciendo valer que, hoy por hoy, sólo el PP garantiza la estabilidad.
Asiste al terremoto político y social intentando mantener, al menos en apariencia, la calma. La inquietud va por dentro y crece en proporción directa a la sensación de soledad. Rajoy ya no considera al PSOE como un aliado potencial en las cuestiones de Estado. Pedro Sánchez no es Alfredo Pérez Rubalcaba y el presidente lo ha llegado a afirmar y a lamentar en público y en privado.
Tanto es así que desde Moncloa y Génova se ha llamado a los dirigentes para que se movilicen en una suerte de cruzada que tiene por bandera la «estabilidad política», algo que ahora sólo «puede asegurar el PP con la fuerza de su mayoría absoluta» frente a aquellos –como señaló la pasada semana el portavoz parlamentario, Alfonso Alonso, en una reunión a puerta cerrada con su grupo– «que intentan extender la idea de crisis y ruptura».
«Nosotros somos la garantía de futuro y tenemos la fuerza suficiente para demostrarlo. No dejéis que las ocurrencias o los platós de televisión nos separen de la gente», argumentó, haciendo claras referencias al PSOE y a Podemos.
Ahora, los dirigentes populares creen que los socialistas «han renunciado a encabezar una alternativa seria». «Han caído en la improvisación y en el discurso rupturista, nerviosos ante los datos que arrojan las encuestas», añaden.
Los acontecimientos de las últimas semanas han aumentado los recelos. Para el presidente del Gobierno, la posición socialista, liderada por Sánchez, frente al desafío catalán se va debilitando.
No percibe asomo de la fuerza con la que su predecesor defendió en el Congreso los principios troncales de la Constitución: la unidad y la soberanía nacional. Le ve enredado en los postulados poco claros del PSC y en una propuesta de reforma de la Carta Magna que no acaba de articular. A Rajoy no le bastan los principios generales de la Declaración de Granada y la posterior de Zaragoza a los que Sánchez alude. «Quiere textos y artículos concretos», apuntan altos cargos del Partido Popular, que justifican al presidente asegurando que no es éste el momento para arriesgarse a abrir un debate de tal calibre si no está mínimamente acotado. La vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, es el primer escudo de Mariano Rajoy para hacer frente a esta deriva.
Pero si la posición catalana del PSOE empieza a preocupar en La Moncloa, la estupefacción subió muchos enteros ante la propuesta –después modulada– del líder socialista en relación con el artículo 135 de la Constitución. Rajoy se quedó de piedra, no podía creer que precisamente los promotores del cambio de dicho artículo en el verano de 2011, bajo la Presidencia de Zapatero, decidieran ahora traicionar sus postulados. Para el presidente, obsesionado con la idea de restablecer plenamente la confianza de los mercados internacionales en la economía española, la propuesta de Sánchez no podía llegar en el peor momento ni ser más nociva.
EL MUNDO – 01/12/14