ARCADI ESPADA.EL MUNDO

Una noche de los días prerrevolucionarios, a eso de las once y en la ciudad de Badalona, una patrulla de la policía local descubrió a un grupo que estaba colgando propaganda del referéndum. La patrulla les informó que una instrucción de la Fiscalía les ordenaba requisar cualquier material relacionado con esa convocatoria y que por lo tanto se iban a quedar con los carteles. Los dos que habían ya pegado y las decenas restantes. Uno del grupo se les confesó con franqueza: sabían que era algo ilegal, pero que ni él mismo podía impedírselo.

–Es que me sale del cuerpo.

Se pusieron con los trámites de la requisa (la policía la llamaba decomiso del género, como si se tratara de tabaco rubio) sobre el maletero del coche donde tenían habilitado una suerte de escritorio. Hasta aquel momento el grupo parecía lógicamente fastidiado, pero con la resignación propia del que confirma su falta de libre albedrío. Hasta que a uno de ellos se le ocurrió llamar a la alcaldesa, que era entonces la señora Maria Dolors Sabater i Puig. La alcaldesa parece que le dijo que dijera que les devolvieran los carteles y quedara sin efecto la requisa.

El policía que llevaba el mando se negó. Y por si acaso llamó a su jefe, que también se negó. Así siguieron con los trámites. Por la calle se acercaba un grupo. Veinte o treinta. Entre ellos destacaban dos hombres: Jordi Cuixart, presidente de Òmnium, y José Téllez, tercer teniente de alcalde del ayuntamiento de Badalona. Aquella noche había habido un mitin independentista en la ciudad. Alguien al tanto debió de conducirles hasta allí, por si querían resopón. Cuixart se dirigió a uno de los policías.

–Ya podías haber pasado de largo, ¿eh?

Y luego se le dirigió Téllez.

–Dame a mí los carteles.

El policía se los negó al teniente de alcalde, porque se lo negaba la ley. Mientras tanto, la gente congregada empezó a hacer pronósticos para el día 2. «Os echaremos de la Policía y os echaremos de Cataluña». Por fascistas, precisaron. Para más nervios no aparecía el DNI de uno de los cinco y el policía decidió que iba a mover el coche hasta la plaza del Ayuntamiento para mirar allí con más tranquilidad. Entonces apareció Cuixart y con sus modos suaves puso la mano sobre el morro del coche.

–El coche no se mueve.

Lo que fue muy celebrado y hasta coreado. Y es probable que influyera en el ánimo campeón del tercer teniente de alcalde. Porque de inmediato Téllez abrió la puerta trasera del coche, cogió los carteles y con la ayuda de Cuixart empezó a repartirlos entre la gente. Iban gritando «¡Hem guanyat!» mientras se dispersaban.

*

El 2 de octubre caminaban cinco guardias civiles de paisano por la ciudad de Lérida. Pasaron por delante de dos mossos. Uno de estos dijo en voz alta:

–Ahí van los piolines.

Y empezaron a aplaudir con sarcasmo. Alguna otra gente que pasaba empezó a aplaudir también. Entonces los guardias desandaron el camino y se encararon con los dos mossos.

–¿Os parece normal esto?

Uno de los mossos les contestó que era lo normal por haber pegado el día 1 a su abuela, a su madre, a sus hermanos y a sus amigos.

Cada vez aplaudía más gente y los guardias se marcharon.

*

Estos microrreportajes, de los que nunca dio noticia el periodismo catalán, me hicieron pasar ayer un mal rato en el juicio. Creí que estaban describiendo en milimétrico formato bonsai dos ramas del árbol podrido. Por suerte, ayer mismo se conoció que la Audiencia de Barcelona había absuelto a Téllez de desobediencia. Y también supe que un juzgado local archivó hace meses las diligencias contra los mossos palmeros. Qué ansiolítico la Justicia.