Jon Juaristi-ABC
- Lo peor de los bulos conspiranoicos es que fomentan una valoración exageradamente optimista de la inteligencia humana
Lo peor de estas leyendas paranoicas es que atribuyen a la maldad humana un sustento racional del que carece en absoluto. En el fondo, delatan un optimismo desmesurado en las cualidades intelectuales de la especie. Houellebecq acierta suponiendo que la ideología de la eutanasia, al imponer el ser físico sobre el ser moral, o, en otras palabras, «al sustituir la capacidad propiamente humana de actuar conforme al imperativo categórico por la concepción bestial y plana del estado de salud», se acerca mucho más que Kant al ideal de la mayoría. O sea, al animal sano y feliz. Por eso no se hace demasiadas ilusiones. Los que se oponen hoy a esa ideología en Francia, dice, son un número indeterminado pero decreciente de cristianos, musulmanes, judíos y de médicos que se toman en serio el juramento hipocrático. También los budistas, añade, pero su influencia es muy pequeña.
«Los partidarios de la eutanasia -escribe Houellebecq- hacen gárgaras con palabras cuyo sentido desvirtúan hasta el punto de que ni siquiera se les debía permitir pronunciarlas». Palabras como ‘compasión’ y ‘dignidad’, por ejemplo. Pero, aunque sea cierto que las gárgaras ideológicas de los progres tienen mucho menos que ver con la razón que con los borborigmos intestinales, temo que lo de prohibirles emitirlas no resulte realista. Son mayoría en el mundo, y no necesitan a Attali ni a otras lumbreras para planificar el exterminio de los jubiletas. La especie en su conjunto lo hará con mayor rapidez y eficacia una vez haya asimilado los adelantos tecnocientíficos y las revoluciones morales que se han ido conociendo desde comienzos de la pandemia, como esa curiosa producción de embriones mixtos de mono y humano en China y a cargo de expertos españoles. Y además no se debe prohibir a nadie la libre expresión verbal de sus ocurrencias. Como decía Juan de Mairena, «el Demonio, a última hora, no tiene razón, pero tiene razones. Hay que escucharlas todas». Para verlas venir. Ya en nuestro ‘Poema de Cid’, las razones no pertenecían a la razón razonante, sino a la doxa. Es decir, a la opinión más extendida entre el vulgo : «De las sus bocas todos dizían una razone…». Todos: «Burgeses e burgesas».