LUIS HARANBURU ALTUNA-El Correo

  • Es preciso que Europa se convierta en salvaguardia de nuestra economía y de la deriva de unos gobernantes revanchistas

El lento pero incesante ascenso, otra vez, de la pandemia del covid, la subida imparable del precio de la electricidad y los combustibles, el repunte de la inflación y los problemas de suministro de diversas materias primas y componente electrónicos, auguran un futuro inmediato muy poco alentador. Todo ello da alas a un razonable pesimismo. Pero todo este panorama gris, tirando a negro, lo sería menos si tuviéramos en España un Gobierno fuerte y bien engrasado que hiciera frente a las dificultades mencionadas. Por desgracia, sin embargo, tenemos un Gobierno débil, mal avenido y sometido al constante chantaje de los diversos nacionalismos.

Recién cruzado el ecuador de la legislatura, Pedro Sánchez ha convalidado los peores augurios sobre el ‘Gobierno Frankenstein’. El Gobierno ha fracasado en, al menos, tres aspectos fundamentales de la política nacional al provocar, en primer lugar, una importante degradación de nuestras instituciones democráticas, seguido de un grave deterioro de nuestra economía y, finalmente, una profundización de la división social, producto de su insensata búsqueda de la polarización política.

La degradación institucional es observable en la constante invasión de los poderes legislativo y judicial por parte del ejecutivo. Sánchez ha puesto en entredicho la autonomía de los tres poderes fundamentales del Estado al pretender supeditar el resto a su Gobierno. El Tribunal Constitucional, con sus recientes sentencias referidas a los estados de alarma, ha puesto en evidencia los modos autocráticos de nuestro presidente. Pero lo peor estaba por llegar. Por fin el ‘Gobierno Frankenstein’ se ha quitado la careta y Sánchez pretende legislar sobre nuestra historia. Con la Ley de Memoria Democrática se pretende se pretende corregir, aumentado sus despropósitos, la nefasta Ley de la Memoria Histórica de Zapatero. Ahora se pretende revisar la Ley de Aministia que fundamentó nuestro marco constitucional. Aquella ley que Marcelino Camacho apoyó como el colofón de la política de reconciliación nacional proclamada por el PCE en el año 1956. Ahora, esta izquierda revisionista y reaccionaria pretende hacer tabla rasa del marco moral e ideológico de nuestra Constitución. Son cosas que ocurren cuando los herederos de ETA junto a los golpistas de ERC son promocionados a la «dirección del Estado».

En la construcción europea subyacen los mejores fundamentos de la democracia cristiana y de la socialdemocracia, son sus valores los que soportan la arquitectura de Europa. La ley de Memoria Democrática, que Sánchez y sus socios pretenden poner en vigor, es una obscena requisitoria contra los valores que soportan la Europa democrática. Es una ley antieuropea.

Este sombrío panorama que presenta el estado de nuestras instituciones no pasa inadvertido a las instancias políticas internacionales y conlleva una clara usura de nuestra reputación internacional. Sin embargo, es el deterioro de nuestra economía lo que menoscaba de modo especial nuestra reputación como país. El sobreactuado e infantil optimismo de nuestro presidente al pregonar la fortaleza y la robustez de la recuperación económica ha quedado claramente desmentido por la Unión Europea. En lo económico, además, todas las reformas que cabría esperar de un Gobierno que se proclama reformista y progresista se limitan a la pura retórica.

Finalmente, cabe señalar como un logro (¿?) negativo del Gobierno de coalición el incremento de la polarización política, que ha provocado una interesada brecha en la sociedad civil, que asiste incrédula y temerosa al aumento de la confrontación política entre bloques. Con la elaboración de leyes ideológicamente sesgadas se amplía la brecha política entre ciudadanos, deteriorando la convivencia ciudadana. Con la Ley de la Memoria Democrática se pretrendee incidir en la misma dirección y profundizar en el espíritu gerracivilista.

Hay razones para el pesimismo, pero todo sería peor sin Europa. Gramsci solía oponer al pesimismo de la razón el optimismo de la voluntad, pero mucho me temo que en la actual situación no nos baste con el optimismo voluntarista, que Pedro Sánchez parodia patéticamente. Es preciso que Europa se convierta en nuestra salvaguarda, pero ya no solo de nuestra economía, también de la deriva política de nuestros gobernantes reaccionarios y revanchistas.