Miquel Giménez-Vozpópuli
- Es el dilema en Cataluña. Gente que ha decidido ir a votar pese a quien pese y gente que está harta de que usen su voto para tirarlo a la basura. Hay razones para ambas posturas
De los tebeos que servidor leía de pequeño recuerdo a dos personajes nacidos del fértil ingenio del gran Escobar, el padre de Zipi y Zape. Se trataba de una pareja llamada Don Óptimo y Don Pésimo. Los nombres definen el carácter de ambos. Para Don Óptimo todo es esperanza, bondad, todo es amable y risueño; su antónimo, Don Pésimo, es huraño, refunfuñón, no encuentra nada que le acomode y se pasa el día regodeándose en el lado siniestro de la vida. Es el eterno enfrentamiento entre panglosianos y nietzscheanos que en estas elecciones catalanas cobra un nuevo y singular rebrote.
Los que han decidido acudir a depositar su voto – lo explicaba a las mil maravillas Ignacia de Pano en un brillante artículo publicado en El Catalán – saben que la única manera de poner fin a este sinsentido que se vive en mi tierra desde hace años es derrotar a sus promotores en las urnas. Ese es el espíritu democrático constitucionalista y lo peor que podría sucederle a esos que reclaman siempre las urnas, a condición de que se las traigan ellos de casa, repletas de papeletas y sean ellos quienes hagan el recuento. Ciertamente, resulta difícil negar que es más que urgente acabar con el monopolio totalitario de unos partidos políticos que se han apropiado de todo, excediendo con mucho los límites que marca una mayoría parlamentaria. Y eso solo puede pasar si se sustituye por otra, aunque uno sabe que el parlamentarismo interesa poco o nada a quienes prefieren hablar de mandatos populares.
Ciertamente, resulta difícil negar que es más que urgente acabar con el monopolio totalitario de unos partidos políticos que se han apropiado de todo, excediendo con mucho los límites que marca una mayoría parlamentaria.
No tienen más que ver el uso torticero que el separatismo ha hecho de la mesa del parlamento catalán, prohibiendo hablar a la oposición, vulnerando el propio reglamento de la cámara en innumerables ocasiones y poniéndoselas al gobierno separatista igual que a Fernando VII. Estamos ante gente que utiliza los mecanismos e instituciones democráticas solo para utilizarlas en su beneficio. Aunque solo fuera por eso, argumentan los partidarios de acudir a votar, valdría la pena. Añaden, en justa lógica, que la inacción de las gentes que creen en el estado de derecho en el que todos seamos iguales ante la ley sin privilegios por hablar esta lengua u otra o por haber nacido aquí o allá o por ser de este partido o del otro, sería una cobardía de lesa patria.
No seré yo quien les discuta, pero tampoco deben hacerse oídos sordos a los que están hasta el galillo de politiqueos y engaños. Porque quienes dicen que no piensan votar, más allá del miedo al virus, argumentan que muchas veces han votado en contra del nacionalismo rancio de CiU, antes, o del separatismo agresivo y golpista de ahora. Y que nunca ha servido para nada. Los de izquierdas, que votaban PSC tradicionalmente, miran a Illa con la estupefacción de ver como al último de la clase lo ponen de director del colegio. Se habla del efecto Illa en positivo, pero no olvidemos que los socialistas llevan perdiendo votos y votos desde hace muchas elecciones. Jamás han tenido mayoría parlamentaria como, en cambio, sí la tuvo Pujol muchas veces.
Porque quienes dicen que no piensan votar, más allá del miedo al virus, argumentan que muchas veces han votado en contra del nacionalismo rancio de CiU, antes, o del separatismo agresivo y golpista de ahora. Y que nunca ha servido para nada.
Siempre se han tenido que apoyar en la muleta comunista, antes Iniciativa per Catalunya, ahora En Comú Podem. Porque ese votante del cinturón industrial sabe que el PSC es apéndice del nacionalismo, cuando no nacionalismo puro y duro. No creen a Illa cuando dice que no pactará con separatistas y comprueban como, en veinticuatro horas, Sánchez le enmienda la plana y abre la puerta a pactos con Esquerra. Es el electorado que salió de su casa en las últimas autonómicas, las del 155, votó en tromba a Inés Arrimadas, pero ahora, desengañados por la deriva de la formación naranja, los bandazos políticos que ha dado y, digámoslo claro, el escaso interés que presenta su marca electoral, no votarán.
Quedan los de centro derecha o derecha que tienen al PP o a Vox, y estos, podrían ir a votar, e incluso es posible que muchos lo hagan, pero sabiendo que es poco menos que imposible que entre los dos sumen mayoría parlamentaria, ni siquiera con el apoyo de C’s. Es decir, para no ganar, prefieren quedarse en casa. Es el “ya se lo harán” tan catalán y tan justificado en un momento en el que ningún político parece tener la solución al infierno que se vive en nuestra sociedad. Puedo entender también a este electorado harto, desengañado, al límite de sus fuerzas, sin esperanza ni horizonte.
Así que, como podrán comprobar, el debate que deberíamos ver en TV3 o en TVE o en donde fuese no es el clásico entre partidos, sino entre el votante y el abstencionista. Estoy seguro de que allí aparecerían las claves de lo que está pasando realmente en mi tierra. Mucho más precisas y exactas que las de los partidos. Por eso no creo que se haga.