Cuando ETA pasa por una crisis que podría desembocar en el principio del fin de su abominable historia, hay quienes se resisten a desaparecer, eclipsados por las ansias de normalidad que manifiesta la sociedad vasca. De ahí que quieran llamar la atención. Que quieran seguir reclutando a jóvenes sin causa en la cantera de la banda.
Ha sido necesario que los actos de terrorismo callejero se hayan sucedido en seis ocasiones consecutivas para que, por fin, nuestros gobernantes hayan hecho el diagnóstico correcto acerca de lo que ha empezado a ocurrir en las fiestas de Euskadi desde principios de este mes. Y lo que ha ocurrido es que los que se niegan a que el País Vasco entre en una normalidad festiva como la de cualquier sociedad sana y democrática quieren mantener la llama de los sabotajes para demostrar que el entorno de ETA no está tan acabado como parece. Tan pronto se acostumbra el ser humano a lo bueno que la sequía de actos vandálicos durante algunos meses si no había provocado una bajada de guardia en los responsables políticos, al menos ha ocasionado cierta parálisis de reacción. La realidad suele estropear muchas veces los titulares. En este caso el titular del Departamento vasco de Interior, cuando el terrorismo callejero reapareció con gran virulencia en Zarautz, dibujaba otra realidad más dulcificada. La forzada por una cuadrilla de gamberros afectados por el alcohol, según las interpretaciones oficiales que, seguramente, no daban crédito a que los círculos callejeros de la cantera de ETA volvieran a calentar el ambiente.
Pero, al cabo de los días en los que los grupos de terroristas han seguido alterando el paisaje incordiando al paisanaje, la cosa ha cambiado. Y lo que empezó por considerarse «gamberrismo radical espontáneo» se ha transformado en «kale borroka organizada» pura y dura. Ha tenido que reaparecer el consejero Ares para llamar al pan, pan. Y a la quema de contenedores, terrorismo sin adjetivos. Y todos los partidos exigiendo, ahora, a la denominada izquierda abertzale que condene los actos vandálicos. O, de lo contrario, su teórica apuesta por las vías pacíficas y la política democrática quedará, de nuevo, en entredicho si es que todavía hay quien les cree. Su resistencia habitual a desmarcarse del terrorismo callejero les vuelve a dejar en evidencia. Si no lo hacen, la izquierda abertzale seguirá mintiendo cada vez que salga al escenario para decir que su apuesta es democrática. «No hay ningún tipo de desmarque de Batasuna respecto a ETA», decía ayer Leopoldo Barreda (PP), como una señal evidente de que las apuestas escénicas de la izquierda abertzale siguen siendo una ficción, salvo que demuestren los contrario. ¿O es que los actos de sabotaje no les parece lo suficientemente fuerte para tener que pronunciarse?.
Para impedir que los terroristas urbanos vuelvan a ocupar la calle, como hace años, es preciso no errar en el diagnóstico político. Y lo que viene ocurriendo este mes es lo más parecido a un terrorismo organizado. Cuando ETA pasa por una crisis que podría desembocar en el principio del fin de su abominable historia, hay quienes se resisten a desaparecer, eclipsados por las ansias de normalidad que manifiesta la sociedad vasca. De ahí que quieran llamar la atención. Que quieran seguir reclutando a jóvenes sin causa en la cantera de la banda.
Ares no vaciló ayer al calificar la última quema de contenedores de actos de sabotaje por parte de quienes quieren utilizar las fiestas para recobrar el protagonismo perdido. Por eso, la Ertzaintza redoblará su presencia en las fiestas vascas. El año pasado se emplearon a fondo. Y de los logros obtenidos, todavía se quejan los seguidores de la izquierda abertzale. Por eso sería injusto reclamar a la Policía autónoma «que se ponga las pilas». Ya las tiene puestas. Lo que hay que hacer es no errar en el diagnóstico. Y si el entorno de ETA sigue sin moverse, a pesar de los cantos de sirena, habrá que reconocerlo.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 18/8/2010