Los nacionalistas siguen sin decir nada del apoyo a la Constitución, aunque el grado de afección al autonomismo se va asentando con menos ruido que el de los debates del reagrupamiento abertzale. Mientras tanto, Ibarretxe reaparece para hablar de una relación amable entre España y Euskadi. De país a país. Pero eso no es lo que preocupa a los ciudadanos ahora.
Ha vuelto. Con el mismo disco de su plan de nacionalismo obligatorio. Hoy se cumple el quinto aniversario de la presentación del nuevo Estatuto de autonomía en el Congreso de los Diputados. Y con tan fausto motivo, ha vuelto Ibarretxe. El lehendakari más nacionalista de todos los tiempos, con permiso de Garaikoetxea (al final Ardanza resultó tan «transversal» que lo llegaron a considerar un blando), el más empecinado en ‘abertzalizar’ a todos los vascos y vascas. El que se aupó a la presidencia del Gobierno vasco con la ayuda de los votos del entorno de Batasuna, ha vuelto.
Los portavoces socialistas y populares esperan que sea por unas horas. Y muchos de los suyos aseguran que se trata de una reaparición controlada, que eso es lo que desean, en el fondo, para que su encasillamiento en el discurso radical no acabe por incomodar al PNV.
Que no ponga entre las cuerdas al partido que dirige Iñigo Urkullu, cuyo liderazgo se sigue cuestionando casi un año después de las elecciones vascas. Un partido que intenta mantener un equilibrio entre el desgaste del nuevo Gobierno de Patxi López y un discurso de oposición responsable. Un partido al que, fundamentalmente en Vizcaya, incomodaría notablemente la recuperación del discurso radical de Ibarretxe porque su electorado más leal no quiere sobresaltos.
El caso es que el lehendakari desplazado ha vuelto para recoger el premio de la Fundación Sabino Arana. Y, de paso, para recordar. Justo el mismo día en que se conmemora el quinto aniversario de la fecha en la que la soberanía del Congreso de los Diputados hizo valer su poder sobre la voluntad de los parlamentarios vascos y el sueño de Ibarretxe quedó en agua de borrajas.
El tiempo va pasando y cuenta a favor de Patxi López porque la ciudadanía, a no ser que se quebrante su ánimo con una desgracia, se va acomodando. Y lo que se viene conociendo como un cambio hacia un clima de «normalidad», su antecesor lo denomina «adormidera social». Y a la posibilidad de que el pacto entre el partido socialista y el Partido Popular se extienda a diputaciones y ayuntamientos en las próximas elecciones, él lo tilda de «amenaza». El PNV sigue queriendo desprestigiar la labor del lehendakari Patxi López. Pero a su manera.
Y le ocurre que, en tiempos de niebla, las ayudas se le tornan dardos. Porque si al presidente Iñigo Urkullu no le hace ningún favor la reaparición de Ibarretxe, tampoco le ayuda Egibar dedicándose a contar que Patxi López le trató con desdén. Si bien es cierto que el jelkide guipuzcoano llegó a esta conclusión después de haber escuchado al lehendakari decir que no necesita ninguna ayuda del PNV, no deja en buen lugar al presidente de los nacionalistas vascos si admite que éste ha quedado en posición de debilidad frente a López tras su entrevista del pasado viernes en Lehendakaritza.
Las comparaciones son odiosas pero, a veces, resultan inevitables. Si el PNV, por ejemplo, se ha quejado de que el lehendakari haya recibido dos veces al presidente de su partido en ocho meses de mandato, los socialistas sacan la calculadora: Ibarretxe recibió a Lopez tres veces, tres, en cuatro años de legislatura. Era más intenso el diálogo que practicaba con la izquierda abertzale que con los constitucionalistas. Y no digamos con el PP, de quien llegó a decir en sede parlamentaria que los populares «son lo peor de este país». Así es que será mejor no seguir por ahí.
Y en cuanto a los intereses creados en torno a la entrevista entre el lehendakari y el presidente del PNV, llama la atención que Iñigo Urkullu se haya rasgado las vestiduras porque el portavoz de los socialistas vascos José Antonio Pastor haya azuzado el fuego aludiendo a los que mandan en su partido. Fue precisamente el PNV quien marcó la senda de la bicefalia en donde nos han tenido tan entretenidos durante tantos años. «Una cosa es el Gobierno, otra el partido», no se cansaban de repetir cuando Arzalluz removía las aguas de Ajuria Enea provocando, desde el EBB, no pocas inquietudes a los lehendakaris. En el PSE no hay bicefalia, pero sí composiciones polifónicas dedicadas a destacar las contradicciones del adversario. ¿Quién manda en el PNV?, se regodea Pastor. Y Urkullu, lógicamente, se revuelve. Son juegos propios de los políticos que no deberían tener más trascendencia si no fuera porque los sondeos que manejan los socialistas hablan de cierta «tendencia a la estabilidad» del Gobierno de Ajuria Enea. De ahí su aparente arrogancia cuando dicen que las tendencias de la encuesta del Euskobarómetro, de la que sigue alimentándose el PNV, está ya superada.
Del refuerzo al apoyo mayoritario a la Constitución siguen sin decir nada los nacionalistas pero en Ajuria Enea se tiene en cuenta este dato, que creen fundamental para sopesar que el grado de afección al autonomismo se va asentando con menos ruido que el provocado por los debates en torno al reagrupamiento abertzale. Mientras tanto, Ibarretxe reaparece y vuelve a hablar de una relación amable entre España y Euskadi. En condición de igualdad. De país a país. Alguien le tendrá que explicar que lo que preocupa a los ciudadanos ahora es el paro y los debates sobre los residuos nucleares. Renovarse o morir.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 1/2/2010