Editorial-El Correo

  • Los nuevos Presupuestos de la UE tardarán tres años, y es ahora cuando los países deben apostar por Ucrania y la autonomía estratégica

El marco presupuestario para 2028-2034 que acaba de presentar Ursula von der Leyen multiplica por cinco, hasta 131.000 millones, la inversión en defensa. Incluye además otros 150.000 millones en préstamos para que los Estados miembros mejoren sus capacidades. Estas cifras se harán realidad después de una complicada negociación y si obtienen el visto bueno final del Parlamento y el Consejo europeos. Esto no ocurrirá antes de tres largos años, pero es ahora cuando los socios comunitarios deben echar mano de sus propios y limitados recursos para afrontar una doble amenaza: la prolongación de la guerra en Ucrania y el ‘fuego amigo’ que se multiplica desde la Casa Blanca.

Europa tardó en asumir el alcance del expansionismo ruso, en reparar en que la ambición de Vladímir Putin no se conformaría con invadir el país vecino, ni con desestabilizarlo si, casi tres años y medio después, ni siquiera ha logrado controlar por completo los territorios orientales ni instalar en Kiev un gobierno títere. En realidad, el empeño del Kremlin en declararse amenazado por la expansión de la OTAN hacia el este ha proporcionado dos nuevos miembros a la Alianza Atlántica, Suecia y Finlandia, y a Moscú más frontera que defender. Pero la UE ha perdido demasiado tiempo prestando a la nación invadida un apoyo militar insuficiente, condicionado en sus objetivos y en el que solo la mayor cercanía a Rusia estimula el ánimo de los donantes. Tampoco Estados Unidos creyó en serio en la capacidad de resistencia de Ucrania. Y ahora la vuelta de Donald Trump al poder y sus intentos de apaciguar a Putin mantienen a Kiev en vilo y obligan a los europeos a verbalizar que confían en el compromiso de Washington con la OTAN pero trabajan por una autonomía estratégica.

La reciente cumbre de la OTAN mostró cómo conviven el acatamiento formal de las exigencias de Trump con un rápido descuelgue de países que, como Francia o Italia, discrepan de que las nuevas inversiones en armamento deban engrosar las cuentas de empresas estadounidenses. En las capitales europeas, la convicción de que la defensa es un pilar de la soberanía continental va fraguando un consenso para aumentar las capacidades aunque todavía huérfano de estrategia común. A la superación de las reticencias históricas a apoyar las industrias militares nacionales y las alianzas entre ellas le faltan todavía recursos, convicción y, sobre todo, liderazgo.