José Ignacio Calleja-El Correo

  • Hay otros modos de resolver los conflictos, antes y después de que estallen, y están postulados en el derecho internacional humanitario

Un admirado y recién fallecido pensador catalán ironizaba sobre el rearme europeo, diciendo que no merecía la pena intentarlo por razón, entre otras, de que el retraso de Europa en armamento era ya insalvable. Sin duda el motivo es de tenor moral muy pragmático y en boca de ese pensador (González-Faus), una ironía. Siempre sutil, él habría dado mil razones añadidas y de peso para probarlo.

No me atrevo a tanto, pero intento una. El asunto del ‘rearme’ europeo se las trae, pero lo que está claro es que la respuesta convencional de la política es decepcionante: armamentismo puro y duro. Sin disuasión armada, no habrá acuerdos, gritan. Nadie que gobierne se plantea algo alternativo. Por algo será, se dice, pero ¿nos convence? Es la realidad la que se impone, no nos queda otra opción; todo lo demás es idealismo y buenismo, se termina con suficiencia inquietante. Pero ¿es un deshonor ser tachado con esos calificativos? La vida está llena de promesas autocumplidas: se anuncia que algo malo va a suceder y termina sucediendo.

Está muy bien que mucha gente reclame algo distinto. Hay que romper ese círculo de hierro de la política armada hasta los dientes, tan a la mano de todas las clases dirigentes y de las poblaciones que han puesto en ellas su confianza. Porque mucha gente, a regañadientes sin duda, termina asumiendo la necesidad de la disuasión armada y la guerra. Lo entiendo, es una pasión que viene en el aprendizaje humano de la historia vivida, y se supone que por vivir, pero no lo sacralizo.

Mi propuesta, por tanto, es desde el principio otra y tan vieja, poco a poco, como la anterior: no podemos despachar la guerra como una mera vía de acumular dinero y despreciarla solo por esta razón; hay que ir más allá y exigir otro modo de estar en la política internacional; esto es lo que la política nos debe ofrecer, otro modo menos lesivo de ordenar las relaciones internacionales. Si lo único que los grupos dirigentes nos ofrecen es que hagamos de Putin contra Putin, y de Trump contra Trump, entonces la política es una ruina humana y carece de inventiva contra la opresión.

Y si carece de una inventiva moral mínima, ¿cuál es la razón que la justifica? La potencia de sus ojivas nucleares. El que más tiene, tiene ‘derecho’ a ser más sinvergüenza y atrevido, y el que menos tiene debe aceptar ser menos sinvergüenza y más cauto. Es el desvalor del miedo, solo por miedo; y lógico el resultado, que por miedo se prefiera una ordenada dictadura antes que una latosa democracia. Ya lo teorizó Hobbes con la historia de su tiempo delante y, más cerca de nuestros días, Putin y todos los imitadores que lo piensan y lo practican, y se esconden a su sombra.

Luego lo que debemos reconocer es que el realismo armamentista es tan extremo y aceptado que casi nadie evita ver las demás opciones como una quimera. Sin rearme disuasorio, no hay salida, repetimos. Una ensoñación, la pérdida del sentido común, y así poco puede plantearse sobre otra forma de resolver los conflictos internacionales. Si pones el foco en que no hay otra salida, no la habrá, seguro que no la habrá. Pero no son los políticos, ellos solos, los que van haciéndose hueco en nuestras mentes, sino ellos en el magma de los grupos de poder económico y social y cultural que los ahorman a una manera cainita de entender la vida humana en el límite: amenazar, matar y destruir lo más posible. Una manera bien pagada en dinero, que no en la conciencia. Decir que una forma menos lesiva de la política internacional al resolver los conflictos, antes y después de que estallen, es un sueño inútil parece propio de gente realista, cuando es una actitud tan pobre como esta: gana quien mata más y a quien le maten menos. En el más, los más desgraciados de cada lado; en el menos, los más pertrechados de refugio militar y financiero.

Cuando sucede todo esto, como ahora, la tiranía del realismo guerrero se convierte en normalidad democrática y su defensa, en una barrera insalvable para cualquier otro modo de aliviar los conflictos. Todo y siempre hasta la extenuación de los contendientes, que hartos de muertos y ruina parecen decir ‘alto’, ya hemos hecho sitio; ahora a reponer y comerciar. Ucrania, un granero, un campo de minas y ahora de tierras raras; Gaza, una espectacular zona residencial para los que, antes, la convirtieron en un cementerio.

Hay que romper ese círculo para que sea posible algo menos lesivo y gente que lo defienda, no sin sacrificios, pero convencida de que es posible dar con alternativas a la guerra y sus preparativos. Hay otros modos y están ya postulados en la doctrina y el derecho internacional humanitario, pero se sigue vendiendo la idea de que la guerra es prácticamente inevitable y, por ende, legítima; y si Europa es la vieja familia que quiere ganar el futuro, ¿para qué seguir planteándose otra salida?