Recapitulación sobre Cataluña

JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 22/09/13

Javier Zarzalejos
Javier Zarzalejos

· Lo que ya no se sostiene es que la reivindicación del nacionalismo sea económica.

El pasado mes de julio, el catedrático de Derecho Constitucional Francesc de Carreras publicaba un brillante artículo que titulaba con una estimulante pregunta: ‘¿En Madrid se enteran?’ Poco a poco va desvelándose la respuesta, ahora que después de la Diada nos encontramos a medio camino entre el concierto del Nou Camp, animado por el independentismo rumbero de Peret, y el simposio ‘Espanya contra Catalunya: una mirada histórica (1714-2014)’, que en diciembre explicará «las consecuencias que ha tenido para el país la acción política, casi siempre de carácter represivo, del Estado español en relación con Catalunya». Ya se habla abiertamente del riesgo de un ‘accidente insurreccional’ y se ponen a hervir los ánimos para celebrar una derrota –siempre con el bucle melancólico a vueltas– en la que los nacionalistas se duelen de que perdiera la España imperial –el imperio austracista– de la que, paradójicamente, tanto se mofan. Y mientras el director de Patrimonio, Museos y Archivos del Ayuntamiento de Barcelona –una broma– se erige en guardián del rigor histórico negando autorización para el rodaje de unas cuantas escenas de la serie ‘Isabel’, puede que este sea un buen momento para analizar algunas ideas tenidas como axiomas en relación con el desafío independentista en Cataluña y que, en efecto, llevan a preguntarse si en Madrid –y algunos también en Barcelona– realmente se enteran.

Ahora se oye menos pero tuvo su momento. La primera reacción fue asegurar que todo este proceso sucumbiría por el peso de las contradicciones internas del nacionalismo. Y es verdad que las hay, pero parece que no se tiene en cuenta la transformación que se opera en grupos que estamos acostumbrados a ver en la discusión racional del Parlamento cuando pasan a formar parte de lo que consideran un movimiento nacional con sensación de tener que acudir a la cita con la historia. Ver en Duran Lleida el anclaje de Cataluña en España es, cuando menos, una exageración.

Era inevitable que se recurriera a ‘la pela’. «Estos catalanes ya se sabe, mucho hablar de independencia pero lo que realmente les interesa es el dinero. Con unos cuantos millones esto se soluciona». Es verdad que el ‘España nos roba’ parecía expresar el malestar por lo que en Cataluña se considera, por principio, un injusto trato financiero. Lo que ya no se sostiene es que la reivindicación del nacionalismo sea económica. Si lo fuera, la pretensión de un régimen similar al Concierto no habría sido planteada en esos términos que las autoridades catalanas saben que no son aceptables para el Estado. Menos aún si, como se ha dejado claro, para los independentistas la eventual mejora de la financiación no sustituiría la puja secesionista sino que la pagaría.

Relacionada con el dinero pero en otro sentido, se encuentra la errónea creencia de que ‘los empresarios’ catalanes, horrorizados por el trance, pondrían coto al deslizamiento secesionista de CiU. Primero, no todos los empresarios catalanes parecen horrorizados. Los hay muy fieles a la causa que incluso ven en la independencia una oportunidad futura de rehacer sus relaciones corporativas con un Estado catalán en términos más provechosos que los actuales. Otros se preparan para la eventualidad por aquello de que la hipótesis más improbable es siempre la más peligrosa, conscientes de que no pueden sustituir la acción del sistema institucional, ni llenar por sí mismos el vacío de una sociedad civil anegada por la hegemonía cultural y mediática de un nacionalismo radicalizado hasta extremos inéditos desde la Transición.

Europa es un buen argumento. Quedarse fuera por una declaración unilateral de independencia es una consecuencia advertida por la mayoría de los juristas expertos en derecho de la Unión. Desde luego, esa declaración hostil presupone haber llegado a un escenario ‘a lo Kosovo’ y que el Estado no hiciera nada, y las dos cosas resultan improbables. Lo que sí parece es que el argumento no ha sido trabajado hasta ahora con suficiente dedicación como para tener la fuerza disuasoria que se le atribuye.

Ante el limitado efecto de estas previsiones, se han generalizado dos exhortaciones. La primera consiste en insistir en que hay que evitar cualquier desviación discursiva que pueda irritar la fina sensibilidad de los nacionalistas para que estos no se sientan impelidos a movilizarse. A tenor de lo que se ha visto, cuesta explicarse el porqué de la querencia a este mito que solo parece verificarse en el caso de los no nacionalistas, produciendo un efecto notoriamente contrario al pretendido.

Como tampoco parece que la circunspección aplaque el activismo ni ponga fin a la invención del agravio, vuelve el encaje. El de Cataluña en España se entiende. Y aquí estamos en un terreno mucho más serio, si es que los otros no lo fueran, porque supone asumir, a estas alturas, que en España persiste un déficit democrático en relación con una comunidad autónoma, que el problema catalán radica en un insuficiente reconocimiento identitario, que el pacto constitucional no ha abierto un horizonte inédito de pluralismo en nuestro país. No es verdad que los nacionalistas catalanes que piden la independencia quieran negociar ‘el encaje’ en España. Quieren justamente lo contrario, que no es tanto una secesión al modo de la descolonización tercermundista como perpetuar el desencuentro, mantener en carne viva el problema del que viven y, en última instancia, imponer una relación en términos de equiparación de soberanías, mientras se declaran inocentes del desgarro que provocan, para empezar en la propia Cataluña.

JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 22/09/13