Ante la evidencia de tanta muerte, tanto destrozo humano y tanta barbarie desatada alguien debería pensar en cómo vamos a ir recogiendo y adecentando los escombros. Siempre puede ir a peor, pero en ese caso mejor sería no escribirlo tratando de mantener iniesta la moral con una voluntad inquebrantable. Dos países radicalmente diferentes como Argentina y Holanda han apoyado de manera inequívoca a la extrema derecha más agresiva y descerebrada que se recuerda desde el fin de la II Guerra Mundial. Al tiempo, se desarrollan trufadas de cadáveres, sin determinar si son civiles o soldados, dos conflictos que nos afectan directamente, en Ucrania y en territorio palestino. Sin entrar en mayores detalles bastaría con eso para calcular el volumen del terremoto humano. Vamos a evitar por una vez la pimienta patriótica del muro que aspira a construir nuestro Gran Líder y su exigencia de que se lo facilite “una oposición constructiva”, porque ya estamos servidos.
Hay muchos nudos sin cortar. Por ejemplo, que la victoria en las urnas de Milei en Argentina y de Wilders en Holanda se haya hecho con instrumentos políticos que apelan a la libertad, como si de pronto esa idea ya no fuera un valor del que se jactaba la izquierda democrática. El partidete que se montó el argentino para ganar democráticamente tiene por nombre “La Libertad Avanza”, al que se podría añadir “¡carajo!”, y el del holandés, más preciso, “Partido por la Libertad”. O la libertad ha cambiado de bando o una mayoría de la población vive en la inseguridad de que su libertad está amenazada. Sea cual sea nuestra conclusión, hay que valorar que se trata de mayorías, no de la tradicional minoría que aspiraba a controlar el Estado.
Argentina, un país que nos ha quitado tanta hambre a los españoles desde la multitudinaria emigración hasta el apoyo que otorgó a Franco -en Cataluña, sin ir más lejos, nadie recuerda que las “judías verdes” se llaman “peronas” gracias a Evita Perón-.
Se podría decir sin exagerar que detrás de todo peronista hay siempre un subvencionado
Franco, en un gesto infrecuente, le concedió un asilo político que era casi una satrapía. Hay estudiosos que consideran el parafascismo del general Perón como una maldición, y lo creo. Llega hasta hoy; tenemos peronistas en España de reciente nacionalización que figuraron en el independentismo catalán y hasta un inefable trepa con residencia en Barcelona, Gerardo Pisarello, que alcanzó la primera secretaría del Parlamento español desde las filas de los Comunes-Podemos; algo poco común pero que se puede. Se podría decir sin exagerar que detrás de todo peronista hay siempre un subvencionado.
En los últimos 10 años Argentina ha tenido 9 ministros de Economía y 6 presidentes del Banco Central. Los niveles de deuda e inflación alcanzan lo estratosférico. Con este panorama sale elegido presidente un aventado que propone retirar el peso y sustituirlo por dólares, algo no sólo aberrante sino imposible porque necesitaría otro crédito del FMI para dolarizar la economía. De esas extravagancias reaccionarias tiene un baúl, pero le ha votado el 55,7 de la ciudadanía y formará gobierno en un estado federal -cosa que olvidamos; además de la siempre fascinante Buenos Aires, hay otras 23 provincias-. Creíamos que con Trump se había llegado a la cima de la arbitrariedad. Me temo que errábamos.
El caso de Geert Wilders y su Partido por la Libertad tiene otras características, que vienen a confirmar que la realidad de una extrema derecha plural ha sustituido a lo que antaño se llamó izquierda plural. Holanda, un pequeño y rico país, está conmocionado ante la emigración musulmana. Ellos que supieron en otro tiempo capear los temporales de las guerras religiosas europeas y servir de asilo al judaísmo que otros países desterraron y saquearon, como el nuestro, ahora se asustan ante las mezquitas, los velos femeninos y las tradiciones primitivas del islamismo, que coinciden con el incremento sustancial de la delincuencia. ¡Qué hubieran sido Rotterdam y Amberes sin mafias! Pero la opinión pública ha cambiado, la ciudadanía se siente insegura y cuando estas condiciones se dan se busca el amparo en la xenofobia y la derecha extrema. Aún no nos hemos familiarizado con la quiebra de la socialdemocracia sueca, meta a la que ansiaban llegar todos los gobiernos a izquierda y derecha. ¿Nadie recuerda esa aspiración de Jordi Pujol cuando ya traqueteaba con aquel banco tóxico, por buen nombre Banca Catalana?
Las guerras se desatan y nadie parece inquietarse por el paisaje que dejarán las batallas. Es inimaginable cómo quedará Ucrania tras la guerra que declaró Putin. Un país donde la corrupción y la tradición soviética lo habían convertido en territorio a dominar, con una ciudadanía orgullosa de ejercer una libertad frágil y una democracia efímera, confrontada ahora a una guerra de supervivencia en la que es carne de cañón de intereses que la dejarán exhausta. No sólo y con ser mucho, la sangría de muertos y la huida de su población, también las ciudades y campos devastados.
Aunque se llegara a la paz mañana mismo Ucrania no podría sobrevivir por sí sola. Habrá que recoger los escombros y rehacer una sociedad herida de muerte y eso lleva no sólo tiempo y más sufrimientos, e inversiones multimillonarias, si no al tiempo apagar tendencias y odios que no acabarán fácilmente y que se mantendrán como rescoldos del incendio que está lejos de extinguirse.
Podemos seguir repitiendo las veces que queramos que una acción terrorista de Hamás desencadenó la respuesta de Israel, pero por poco que conozcamos la historia, breve, de Gaza y de Cisjordania, somos conscientes de que ocultamos más que explicamos. El actual gobierno de Netayahu no tiene por objetivo la destrucción de Hamas; eso se lo ha puesto en bandeja la declaración de guerra de la milicia islamista y sabe que no lo logrará sin arrancar esa verruga en el cuerpo del Gran Israel, Palestina. Es la ambición última de la extrema derecha sionista que gobierna el país entre corruptelas e ilegalidades.
El proceso de invasión de los colonos ultraortodoxos en territorio ocupado, eso que nuestros comentaristas califican de kibutzs sin mayores precisiones, también cuentan en lo que se dirime en la Franja de Gaza y por extensión en Cisjordania. No es la erradicación de Hamás o Hezbolá, si no hacer desaparecer a los palestinos como entidad política en el territorio imaginado del Gran Israel; que se marchen a Jordania, a Egipto, a Líbano. Que un ministro del gobierno de Netayahu defienda como una buena idea dejar caer una bomba atómica sobre Gaza y que no lo consideremos una apelación al crimen de estado, es otra anomalía de nuestra mala conciencia, heredera del viejo antisemitismo. Otro escombro.