Antes, cuando se cerraban los bares y llegaba el final de la fiesta, se apagaban las luces de manera intermitente para avisar que se acababa la diversión, se retiraban las bebidas y había que recoger los abrigos. Me dice mi nieta Mariana que ahora es al revés, que se encienden las luces para avisar de lo mismo. Será cuestión de la intensidad lumínica relativa… Las declaraciones de los reguladores de los últimos días me suenan a lo mismo, al anuncio del fin de la fiesta monetaria que ha anegado de dinero al sistema a unos tipos que primero fueron bajísimos, para ser nulos después y negativos al final. La Reserva americana dice que se termina el ‘tapering’ ( no se olvide de definir así delante de sus amigos a la retirada de las compras masivas de activos) y avisa que subirá los tipos en 2022. El Banco Central Europeo fue más cauteloso y se limitó a avisar de la reducción paulatina de las compras, pero sin subir los tipos, mientras que el Banco de Inglaterra los subió directamente un 0,25%.
La inflación persistente va a crispar la negociación de los próximos convenios
¿La razón de todo ello? Sin duda alguna la inflación que antes se veía como temporal y ahora se ve persistente. Tiene toda la pinta de que será así. Los precios de los productos energéticos van a seguir altos durante meses, como aseguran los futuros, y eso empujará al alza a los demás. Esta inflación persistente crispará las negociaciones salariales de los próximos convenios, cerrando un círculo vicioso, que el previsible aumento de los tipos de interés y las restricciones a la movilidad que se se endurecen pueden convertir en infernal.
El BCE dijo que no sube los tipos y las bolsas no se asustaron ayer, pero ya veremos cuánto aguanta la presión de esa inusual combinación de una inflación elevada con unos tipos nulos. En cualquier caso, parece evidente que todo esto anuncia el final de la época de las políticas monetarias laxas. Las cosas van a cambiar mucho. El impacto sobre el sector privado dependerá del nivel de endeudamiento de cada empresa, pero a los Estados y en especial a los Estados sobreendeudados como el nuestro, les coloca en una posición dificilísima al encarecerse el servicio de la deuda. Quizás por eso, sabedora de lo que viene, la vicepresidenta primera ha cambiado de opinión y solicitará los 70.000 millones que la UE nos aprobó y cuya necesidad antes negó. Si llegan, llegarán con condiciones que el próximo Gobierno deberá cumplir y, en consecuencia, la oposición pidió que se cuente con ella. ¿Para qué, para ir al matadero social al que le empujarán los recortes sociales que será necesario implementar? ¡Vaya panorama!