La batalla más noble es la del maestro contra la ignorancia consentida y mimada de los alumnos. Las aulas no pueden entregarse a la desidia, al matonismo y a una indisciplina generadora de fracaso escolar. Luchar por reconquistarlas -para empezar, reforzando la indispensable autoridad del maestro- es el principio de cualquier regeneración democrática verdadera.
Quienes sólo pretendan entretenerse con morbo y cotilleo pueden dedicarse a seguir la pugna por el poder en los partidos o deleitarse con el vaivén del chiki-chiki. Pero si usted desea conocer lo que pasa realmente en este país y sobre todo lo que va a pasar mañana mismo, tiene que leer El profesor en la trinchera (La Esfera de los Libros), de José Sánchez Tortosa. El autor es un profesor de bachillerato y cuenta en su libro -estupendamente escrito, que hace reír y llorar como las mejores novelas de Dickens- la batalla más noble, silenciada y solitaria de todas: la que mantiene el maestro contra la ignorancia consentida y mimada de los alumnos en una sociedad en la que cada cual es rey y todos esclavos, o sea donde se ha olvidado la exigencia liberadora del conocimiento. No exagero la metáfora bélica: «Un aula de secundaria -dice con humor el profesor Sánchez Tortosa- es una batalla campal en la que el profesor queda relegado casi siempre al papel de mero observador de la ONU sin la cobertura de los cascos azules, al menos hasta que los guardias jurados entren en las aulas, que todo se andará».
Que nadie se equivoque: Sánchez Tortosa no es un derrotista ni uno de tantos confortables apocalípticos, aunque se niegue a integrarse en el desorden vigente. Su formidable libro está lleno de pertinentes reflexiones sobre la educación (inspiradas en los mejores maestros, de Platón a Alain) y de la convicción de que es urgente e imprescindible no rendirse ante lo evidente: está decidido a seguir en la trinchera, peleando contra sus alumnos porque está de su lado. Es el verdadero gran reto de nuestras sociedades, reflejado también en la película de Laurent Cantet que acaba de triunfar en Cannes: Entre les murs. ¿Hasta cuándo el resto de la ciudadanía dará la espalda a quienes defienden y conservan lo mejor de lo que somos? Desde luego, los medios de comunicación no siempre ayudan, si hay que juzgar por series como Física y química, de Antena 3. Hace poco, la asociación de profesores ANPE ha publicado un manifiesto en defensa de la dignidad de los educadores, ridiculizados por planteamientos «antiautoritarios» que en realidad no son más que amarillismo y afán de notoriedad lucrativa.
¿Y los padres? Pues tampoco siempre reman en la dirección debida. Lo peor ahora de cierta derecha clerical no es que apoye la privatización de la enseñanza sino que por lo visto quiere la privatización de los hijos. A su modo, claro: la religión, que es un asunto de creencias familiares, exigen que se curse en la escuela; y la educación cívica, que concierne a la comunidad, hay que darla en casa. Pura lógica episcopal. Aunque el capricho todavía no se ha extendido demasiado, ya existen familias que pretenden el derecho de no enviar a los hijos a la escuela y educarlos a domicilio. En el País Vasco ha habido algún caso que ha llegado a los tribunales y que ha despertado por lo visto el apoyo conjunto del PSE y del PP: mal asunto, nunca se ponen de acuerdo cuando de verdad hace falta pero si se trata de una insensatez allá van del brazo. Según una de las madres partidarias de este método «el mejor lugar de socialización es la familia. Sólo sales a buscar a la calle lo que te falta en casa». Opino lo contrario: creo que el aula -donde deben estar juntos los que vienen de familias distintas y hasta de etnias diversas- es más educativa en sí misma, como espacio compartido, que cualquier materia que se explique en ella. La primera lección de la escuela es enseñar a los neófitos que no todo es familia y que así tendrán que vivir en adelante.
Las aulas no pueden entregarse a la desidia, al matonismo y a una indisciplina que no es creadora más que de fracaso escolar. Luchar por reconquistarlas -para empezar, reforzando la indispensable autoridad del maestro- es el principio de cualquier regeneración democrática verdadera.
Fernando Savater, EL PAÍS, 3/6/2008