Diego Carcedo-El Correo
- Lo malo es que en su empeño por no enmendar el desastre está destruyendo al PSOE, su partido centenario
Pedro Sánchez consolidó el domingo en Galicia su récord nacional en derrotas políticas. Con tan dudoso triunfo la inmensa mayoría de sus colegas democráticos en Europa ya habrían dimitido y seguramente retirado de la actividad pública. conscientes de que los ciudadanos les rechazan. Pero él no parece dispuesto a rendirse, quizás esperanzado en mejorar desastres electorales en los meses próximos con las vascas, las europeas y probablemente las generales anticipadas, a las que si se presenta será ya con la experiencia de la pérdida de las anteriores en el pasado mes de julio.
Claro que al fin y al cabo la suerte personal del actual presidente sólo le incumbe a él. Lo malo es que en su empeño por no enmendar el desastre está destruyendo al PSOE, su partido centenario y uno de los dos, con el PP, que vienen sosteniendo desde hace décadas a la democracia que es, nunca hay que olvidarlo, el único sistema que garantiza la libertad, la igualdad entre las personas y el progreso social. Es sorprendente que los miembros del partido socialista, en buena parte personas dinámicas y entusiastas se estén limitando a manifestar su descontento y rechazo en círculos reducidos, conversaciones privadas y declaraciones públicas carentes de iniciativas para paliar el desastre.
También es cierto que la suerte del PSOE no incluye sólo a sus militantes, también afecta a todos los demócratas, incluidos sus adversarios. Su desaparición del primer plano de las opciones electorales es una pérdida difícil de reparar en medio del pluripartidismo desintegrador. De ella serán responsables los líderes que traicionen sus ideas y principios por ambiciones personales. Lo más preocupante de esta situación a que está llevando la monopolización del poder afecta a todos los españoles que sufren las consecuencias de una gestión fundamentada en un equilibrismo que desestabiliza al Estado, neutraliza las instituciones y acepta de forma activa que sus enemigos progresen con el estímulo del Gobierno y a costa de la dignidad nacional en la consecución de sus objetivos divisionistas.
El propio Sánchez reconoció el lunes sus ideas ante el futuro que su estrategia pretende. Al final de la reunión de la Ejecutiva del partido convocada para debatir sobre la debacle gallega, lejos de analizar de manera crítica y constructiva las causas y sacar las conclusiones, la respuesta del presidente es que la solución estará en la gestión territorial independiente de forma que en el país descuartizado, como pretenden los separatistas, se impongan los partidos y líderes propios; es decir, que el Estado que une pase a un segundo plano. Y por supuesto, que no haya partidos de ámbito nacional. Fue lo que ensayó en Galicia, cediendo los votos a un partido nacionalista a cambio de su apoyo coyuntural y fijando como meta impedir que el PP continuase presidiendo la Xunta. En el primer ensayo de esa estrategia también fracasó, lo mismo que sus aliados, Sumar y Podemos.