Eduardo Uriarte-Editores
El pasado día 22, en los actos de recuerdo a Mario Onaindia, tuve el honor de participar en compañía de Roberto Lertxundi, Ramón Jáuregui y Luis Rodríguez Azpiolea, en lo que fue la sede fundacional de Euskadiko Ezkerra en Zaraúz, en una mesa redonda glosando la figura de Mario como político. En aquella sala abarrotada se dio cita más antifraquismo, sacrificio, años de cárcel, exilios, excargos institucionales, ya en democracia, y experiencia política, que en todos los pasillos atestados de asesores de la Moncloa.
Se trataba de realizar una semblanza de aquel personaje fallecido tempranamente, de singular biografía pues de miembro de ETA, condenado a muerte en el Proceso de Burgos, supo volcar sus esfuerzos en la convivencia política que la Constitución española brindaba, conseguir la disolución de ETA político-militar con el inestimable acuerdo con el ministro Rosón -cuya familia acudió al acto- para acabar, siendo senador, publicando “La Construcción de la Nación Española”. Con posterioridad se volcaría en los movimientos cívicos en la lucha contra el azote criminal de ETA. Como se ha dicho, murió demasiado pronto, vigilada su habitación del hospital por sus guardaespaldas. A tanto llegaba el terror de los hoy legitimados en el festival de cine de San Sebastián o pactando en la Moncloa su correveidile Aizpurua.
El acto fue también un lugar de encuentro de viejos compañeros encantados con volverse a ver y comentar con confianza sus preocupaciones. Casi la totalidad de ellos votantes del PSOE. Y, ¡ay madre!, ¿se atreverá Sánchez a esto?, ¿no existe la menor posibilidad de que haya repetición electoral?… Uno, que es de la Macarena y conoce las maneras del susodicho desde el desencajonamiento, y, además, le ha visto en el reciente pasado ponerse la legalidad por montera, les quitaba toda esperanza con buenas palabras, y como les tengo mucho cariño evité decirles lo que les hubiera dicho Churchill: “coceros en vuestra propia salsa”. Hubiera sido muy cruel.
Máxime, cuando tuve que pedirle perdón a mi querido amigo Alberto, pues por no haber leído toda su argumentación sobre la sedición, realicé una mala interpretación sobre su tesis y le solté con descaro aquello de “qué buen jurista si tuviese mejor señor”. Con razón le sentó mal. Hay que pedir perdón cuando uno yerra, que en política, y que lo sepa Sánchez, es la mayoría de las veces.
El grupo se deshizo, ni Sánchez nos quitó el buen rato, esperando encontrarnos dentro de unos días con Portillo, Juan Pablo Fusi y Carmen Iglesias, que tanto estimó a Mario, Todos en ese sótano, apretados, como en los viejos tiempos, esperado que el CNI y la Gendarmeria ya hayan quitado los micrófonos de cuando nos reuníamos con aviesas intenciones. ¡Sánchez nos va enseñar a nosotros como se quiebra un Estado!