El tiempo no será nuevo si se ciega la memoria, si se obliga a olvidar lo que ha sucedido durante el tiempo de ETA; el papel que han jugado los políticos cuya primera responsabilidad debiera haber sido acabar con ETA; si nos olvidamos de que algunos han estado en contra de todas las medidas que han conducido a que ahora podamos hablar de tiempos nuevos.
Dicen que somos un pueblo milenario. Llevamos a cuestas la historia más larga de Europa. Hasta se ha llegado a hablar de milagro para describir esta capacidad nuestra de duración en el tiempo. Diríase que por razón de esta supervivencia histórica milagrosa somos el pueblo con mayor memoria de Europa. Y, sin embargo, nuestra memoria flaquea, especialmente cuando de acontecimientos recientes se trata: llevamos la carga de memoria de las pinturas rupestres de Santimamiñe, Ekain y Altxerri, pero parecemos especialmente interesados en olvidar lo que ha ido conformando los acontecimientos de los últimos siete u ocho años.
El único comentario oficial que ha transcendido de la reunión mantenida por el presidente del Gobierno Rodríguez Zapatero y el lehendakari en funciones Ibarretxe después de las elecciones autonómicas es que nos encontramos en un tiempo nuevo. Y la novedad del tiempo viene caracterizada por la posible paz y por la normalización política de Euskadi.
Lo de encontrarnos en tiempos nuevos no es ninguna novedad para quienes han seguido la trayectoria del lehendakari Ibarretxe. Ha sido, junto con su plan, uno de los elementos más característicos de su discurso político: comienzo de una nueva era, inicio de una nueva historia, comienzo de un nuevo camino, un nuevo momento, un tiempo nuevo. Los siete años de presidencia de Ibarretxe al frente del Gobierno Vasco han estado jalonados permanentemente de nuevos comienzos. Y ahora otro más.
Cuando accedió a la presidencia del Gobierno Vasco, en tiempos de tregua, con los votos de Batasuna, en tiempos del acuerdo de Estella-Lizarra, acostumbraba a dirigirse a la oposición diciéndoles que había empezado una historia nueva de ilusión y esperanza, y que se apuntaran a ella. Luego ETA rompió la tregua, el acuerdo de Estella-Lizarra pasó a hibernación, aunque no en tiempo debido Ibarretxe rompió el acuerdo con Batasuna, que nunca condenó la violencia terrorista de ETA, y entonces volvió a decir en el Parlamento vasco que comenzaba una nueva historia. Antes de iniciarse la campaña de las autonómicas de 2001, en el Kursaal de San Sebastián, Ibarretxe cerró el acto diciendo a los asistentes que aquel día se iniciaba un nuevo camino y que invitaba a todos a recorrer con él ese nuevo camino. Con la accesión de nuevo a la presidencia del Gobierno vasco tras aquellas elecciones, también comenzó una nueva historia, la historia sin vuelta atrás posible de su plan. Y ahora, tras el varapalo electoral de los comicios de 2005, volvemos a iniciar de nuevo la historia, a inaugurar un nuevo tiempo.
Ante tanto anuncio, la reacción normal pudiera ser la de la fábula: tanto había anunciado el pastor tramposo que venía el lobo, que cuando realmente vino nadie le creyó. Si en siete años hemos comenzado la historia de nuevo, un nuevo camino, tiempos nuevos cada pocos meses, cinco o seis veces por lo menos, ¿por qué ahora va a ser verdad? Y si es verdad que vienen tiempos nuevos, que se puede hacer venir a nuevos tiempos, ¿podrán los viejos personajes liderar con credibilidad ese advenimiento, en especial aquéllos que tras cada proclamación de nueva historia tenían que volver a repetir el anuncio porque el anterior había fracasado, y había fracasado por estar mal fundamentado? ¿Es posible tanto trasvestismo político: ser quien lidera la nueva historia con la tregua y el acuerdo de Estella-Lizarra, ser el que lidera el nuevo tiempo con la ruptura del acuerdo con Batasuna, tras la ruptura de la tregua y la congelación del acuerdo de Estella-Lizarra, ser el avanzado del nuevo tiempo irreversible de los principios de lo que iba a ser el plan Ibarretxe, ser el líder empecinado del susodicho plan, y ser ahora el líder del tiempo nuevo post-plan? Y todo ello sin haber corregido los principios que condujeron a vestir la tregua de ETA con el acuerdo de Estella-Lizarra, sin haber enterrado ese acuerdo divisorio de la sociedad vasca, sin haber sometido a la crítica mínima los principios inspiradores del plan Ibarretxe y sin haber rectificado en nada sus contenidos.
Si es cierto que nos encontramos ante tiempos nuevos, y no seré yo quien lo desdiga, es preciso pararse a analizar cuáles son las razones, las decisiones políticas que han contribuido a que nos encontremos ante tiempos nuevos. De forma resumida se puede afirmar que estamos en una nueva situación porque ETA está débil y porque su entorno político ha quedado política y socialmente debilitado de forma estructural. Se puede afirmar que la imagen que resume la propiedad de la nueva situación es que la sociedad vasca ha dejado de creer mayoritariamente en el mito de ETA: la sociedad vasca ha pasado de creer que con ETA no se podía acabar si no era por medio de una negociación política a estar convencida de que la pregunta es cuándo va a desaparecer ETA, y no qué hay que negociar con ella para que desaparezca.
Esta situación no ha llegado como llegan los vientos y las nubes, como llegan la primavera y el verano, las lluvias y las sequías. Ha llegado porque se han tomado decisiones políticas. A esta situación se ha llegado porque se firmó un Pacto por las libertades y contra el terrorismo entre el PP y el PSOE. A esta situación se ha llegado porque el Congreso de los Diputados aprobó la Ley de Partidos Políticos, y porque, basándose en dicha ley, los tribunales ilegalizaron Batasuna. A esta situación se ha llegado, si es que estamos en ella, porque la política de los poderes del Estado, la política antiterrorista de Aznar, asumida en los principios fundamentales por la oposición de entonces, han colocado al entramado ETA-Batasuna ante el dilema de tener que optar entre futuro político o incierto futuro terrorista, pero cerrándoles el camino a jugar en ambos escenarios como estaban acostumbrados. Y conviene recordar que ese camino se ha andado sin acompañamiento del nacionalismo vasco, que los jalones que han ido construyendo ese camino que ha hecho posible que nos encontremos en la situación de hablar hoy de tiempos nuevos, han encontrado siempre la negativa, la contra y la crítica del nacionalismo, en especial del lehendakari en funciones Ibarretxe, que, al parecer, ahora se apunta a un amanecer cuyas causas ha combatido con fuerza.
No siendo técnico en fotografía, no sé si las mejores imágenes se obtienen en la oscuridad. Es probable que así sea. Y no hay demasiado inconveniente en aceptar que algunas de las cosas que haya que hacer para materializar el contenido del nuevo tiempo deban producirse en escenarios discretos y no a la luz pública, teniendo siempre la garantía de que no se va a pagar ningún precio político por la paz. Pero el tiempo no será nuevo si se ciega la memoria, si se obliga a olvidar lo que ha sucedido durante el tiempo de existencia de ETA, si se obliga a ocultar bajo la alfombra el papel que han jugado los responsables políticos cuya primera responsabilidad debiera haber sido acabar con ETA, si nos olvidamos de que algunos han estado sistemáticamente en contra de todas las medidas que han conducido a que ahora podamos hablar de tiempos nuevos. No habrá tiempos nuevos si los viejos travestismos políticos siguen marcando la pauta. No habrá tiempos nuevos si permitimos que algunos políticos sigan jugando a colocarse en un presente circunstancial como si no fueran portadores de ningún pasado, porque simplemente sin pasado no hay futuro, sin corrección de los errores pasados no hay tiempo nuevo alguno.
No habrá tiempo nuevo si para ello se exige «poner en marcha unas conversaciones eficaces en las que se defina el proceso de una renuncia incondicionada, de parte de ETA, al uso de la violencia armada, aun a costa de alguna contrapartida, y todo ello sin que sea necesario exigir como condición previa la condena de la violencia pasada». (Secretariado social de la Diócesis de San Sebastián). Ocultar el pasado, especialmente un pasado de violencia y de terror con víctimas asesinadas, nunca puede ser el fundamento de un futuro nuevo. Sin recordatorio, no hay tiempo nuevo alguno.
Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 7/5/2005