DAVID GISTAU-EL MUNDO
LOS CANDIDATOS Rivera y Casado presentan una dificultad para distinguirse que comienza con el aspecto, absolutamente intercambiable. Podría gastarse la broma de sentar a cada uno en la reunión ejecutiva del otro y comprobar que los subordinados tardarían un rato en darse cuenta. En el cine, sobre todo en la comedia, a veces surgen actores que encarnan un mismo arquetipo duplicado. La selección natural, que en este caso es el favor del público, suele liquidar al sobrante. Zach Galifiniakis aplastó las esperanzas de toda una generación de actores de profesionalizar al gordito gracioso y escatológico hasta que le dio por adelgazar. Aquí estamos todavía pendientes de saber quién se queda con el papel de liberal centrista reglamentario, pugna en la que Casado avanzó cuando reclutó para su elenco a lo que se conoce como un actor de un solo papel, el Adolfo Suárez profesional, tan especializado en lo suyo como el gran Arturo Fernández en la galanura de las chatinas.
Rivera y Casado están trabados en una feroz competición por no ser el que llega medio minuto más tarde que el otro a los asuntos con rendimiento electoral según éstos surgen. La situación de Casado es incluso más estresante porque, llegando siempre tarde, también debe reñir los temas de los que se apropia Vox. Por ello, después de que el PP abandonara a su suerte la tauromaquia durante años por pavor a la penalización social, pidió que le trajeran como fuera un torero. Los que salieron a buscarlo dieron con Abellán después de numerosos rechazos de las figuras. Las circunstancias me recordaron las de esa tristísima escena de La gran belleza en la que unos nobles, descendientes de los Colonna pero venidos a menos, se alquilan para asistir a las fiestas cuyos organizadores desean una pátina aristocrática.
En su último episodio, la competición entre Rivera y Casado se libró en el ámbito rural. De repente, hemos visto a ambos subidos a tractores –y tanto crear el maniqueísmo de Tractoria–, enfundados en chaquetas de punto aptas para triscar, tentados de boina y de un orgullo de pueblo que resulta más insólito en el líder medio pijo de un partido que fue llamado Ciudadanos para ampararse en la fuerza de la ciudad jacobina que acuñó semejante condición. Habrá que ver qué entuertos nuevos reclaman en las próximas semanas la atención de estos paladines que se vigilan mutuamente y cuyo fondo de disfraces recuerda el de las figuras recortables de mi infancia que lo mismo podían ser húsares que bomberos.