Mikel Buesa-La Razón
- Los rectores, amparándose en la CRUE, se han convertido en agentes de la destrucción misma de la universidad
Cuando uno se asoma por los documentos de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE), suscritos con extraña unanimidad por los de las públicas, con algún añadido de las privadas, tiene la sensación de que ese conjunto de electos está formado por individuos a los que la política académica les ha restado competencias intelectuales y les ha borrado buena parte de los conocimientos que tal vez acumularon algún día. Claro que una hipótesis alternativa podría ser que, sometidos a una insólita presión ambiental, todos ellos han optado por la asustada condescendencia con los postulados ideológicos que transitan por esa izquierda «woke» más atenta a la política de identidades que a las aspiraciones socialdemócratas. Estúpidos o cobardes, el caso es que los mencionados han firmado un documento con el que pretenden alinear tanto al cuerpo docente, como al elemento discente, de sus universidades –y también, cómo no, a los trabajadores que se ocupan de la administración y los servicios– con ese constructo artificiosos al que designan como «lenguaje inclusivo» con el que se pretende destruir la arquitectura morfológica de las lenguas romances –entre ellas, la española– en la que el masculino genérico –inclusivo del femenino– juega un papel esencial.
Puede ser que, entre mis colegas universitarios, no se dé relieve a este asunto, pues hay mucho pasotismo e indiferencia entre ellos. Pero hay que señalar que tiene mucha más importancia de la que aparenta, pues constituye un golpe rotundo sobre la línea de flotación de la libertad de cátedra, un derecho constitucional éste sobre el que se sostiene la posibilidad misma de la investigación científica, de la discusión racional acerca de sus resultados, fundamento de su falsación, y por tanto del progreso del conocimiento. Así que los rectores, amparándose en la CRUE, se han convertido en agentes de la destrucción misma de la universidad. No quieren que ésta sea un templo de la ciencia y la convierten así en un tinglado doctrinario que oculta su autonomía frente al poder político y la somete a una obediencia incompatible con su tradición. No llamaré a esto «franquismo», pues en la universidad en la que yo estudié había más pluralismo que en la actual. Pero sí diré que estamos ante un renovado «fascismo».